«Me interesa destacar cómo la percepción humana de la realidad ha ido modificándose sucesivamente al hilo de los cambios operados en nuestra concepción de la justicia»
«Una bandera de España no es ningún símbolo negativo ni excluyente, pero su lugar se halla en el mástil institucional»
Hace unos días Arnaldo Otegi se emplazó a “sincronizar los relojes políticos de Cataluña y Euskal Herria”. A su paso por Barcelona no fueron pocos los que aprovecharon la ocasión para saludarle, apoyarle e, incluso, retratarse junto a quien fuera miembro de ETA militar y, posteriormente, el rostro y la voz de la banda terrorista […]
Las rosas rojas, como endivias hechas de amapolas, están peleando contra las rosas amarillas, falsos tulipanes, sobre la alfombra de un dragón muerto, falso perro heráldico de la casa. Las rosas rojas dicen que son por la sangre del dragón. Hasta los monstruos, hasta la muerte, tienen hijos bellos, o al menos dejan un candelabro de sangre para el salón familiar. Un soldado romano mata un dragón en Capadocia, o eso nos cuentan, y resulta que aquí heredamos un libro atado con una delicada cinta de sangre, como el lazo de las medias de una virgen desvirgada. Pero la sangre tiene muchos vinos, las rosas tienen muchos colores, el libro se vende más como caja de música cerrada y como bombonera de bombones de cartón que como arte o pensamiento, y lo de San Jorge y el dragón jardinero y bibliotecario es una patraña.
Los símbolos son como los adjetivos. La apreciación que podamos llegar a sostener sobre ellos depende más de su uso que de cualquier otra controversia valorativa. En una España marcada por una creciente guerra cultural, lo sabemos bien. Aunque, de tanto mirarnos al ombligo, muchos consideren que estas tensiones son el hecho diferencial de la política patria, los conflictos simbólicos forman parte del debate público en las sociedades modernas.
Decenas de miles de primerizos en materia de manifestaciones tomaron ayer las calles de Barcelona. La impericia de muchos de los que ayer salimos se adivinaba en detalles menores: banderas mal anudadas, decenas de consignas distintas y mal acompasadas y muchísimas personas que se acercaban en solitario a la concentración desde primera hora, sin saber muy bien qué hacer ni a quién dirigirse pero íntimamente alentados desde hacía días a no perderse lo que fuera a suceder en la capital catalana.
Ayer fue un día de banderas y es comprensible que eso causara inquietud en todo aquel que posea conciencia histórica: rara vez ha habido un desastre colectivo donde no se enarbolase alguna. Pero hay razones para preguntarse si las banderas que vimos ayer ondear en Barcelona pertenecen a esa categoría funesta. Ni que decir tiene que las banderas, como tantos otros símbolos, tienen el significado que les atribuyamos.
La imagen más significativa del pleno fue probablemente la de una señora diputada retirando las banderas españolas que los populares habían dejado en su retirada. La señora diputada no era independentista, sino de Cataluña Sí Que Es Pot, la coalición electoral que integra a Podemos. Y con su gesto dio una buena muestra del papel que su partido, o su coalición, ha tenido y sigue teniendo en el proceso independentista. Ella es capaz de retirar la bandera española y dejar la catalana, pero sólo en ausencia de los afectados. Nunca jamás se le ocurriría arrancársela de las manos a un diputado unionista, pero si se van se crece.
A todos nos habrá sucedido alguna vez. Alguien (normalmente tirando a modernete) habrá puesto esa cara que ponen los modernetes cuando van a pronunciar cualquiera de sus sentencias sapienciales (mirada algo perdida, voz levemente más profunda) y habrá aseverado: “Yo es que pienso que las banderas son meros trapos”. (Existen algunas variaciones para dulzaina y orquesta de esa frase: por ejemplo, “yo pienso que las banderas son solo un trozo de tela”). Es habitual que quien así habla crea por ello haberse elevado a ciertas cotas cosmopolitas que nos están vedadas al resto de los mortales, enfangados como estamos en esa cosa tan pegajosa que es tener vínculos con tus paisanos, qué ordinariez. También es frecuente que quien así habla crea haber realizado un descubrimiento empírico importante: “¿Pero es que no veis que las banderas son de tela? Mira, tócala. Tela, lo que yo te dije. Qué absurdo eres que te crees que es distinta esta bandera al material de tus calzoncillos”.