Comentaba días atrás un miembro de ERC que “lo que no supera nadie es el ridículo, y al ridículo es a lo que nos está llevando la huida de Puigdemont y su empeño en gobernar desde Bruselas”.
Boadella, un genio, que cuando estaba en su apogeo el pujolato en su saga de “Ubú President” se ensañó con Pujol y Ferrusola ridiculizándoles a base de bien, ejerce ahora como Jefe de Estado de Tabarnia, y ha comenzado su mandato con un mensaje institucional de obligada visión para quien busque la vertiente desdramatizada del problema independentista. Comienza con un “No sóc aquí” que rememora el histórico “Ja sóc aquí” de Tarradellas, pero aplicado a quien pretende ser presidente desde fuera de Cataluña. No falsea Boadella su propia situación, porque el mensaje lo grabó fuera de Cataluña, y desde fuera de Cataluña piensa ejercer ridículamente el ridículo cargo de jefe de Estado de un Estado que no existe.
Tabarnia es una broma, pero se puede convertir en algo serio si aglutina a quienes están no ya hartos de independentismo, que también, sino hartos de políticos que con sus disparatadas actuaciones han despojado a Cataluña de su imagen de región avanzada, culta, europeísta, señorial y de sólida economía. Los promotores de Tabarnia, con Boadella a la cabeza, se resisten a que un puñado de políticos que han hecho del engaño su bandera y que han destacado sobre todo su mediocridad, lleven a Cataluña al abismo. Cuentan con dos millones de votos, es cierto, pero en ese triunfo innegable tiene mucho que ver que la falacia suele encontrar terreno abonado para conseguir adeptos, y si han demostrado sobradamente su torpeza en los asuntos de gestión, sin embargo son espléndidos en los de comunicación, y sus lemas sencillos y reiterativos, aunque mendaces, han calado en parte de una sociedad dispuesta a pensar que España es el origen de todos sus males. No ha ayudado mucho la acción de los sucesivos gobiernos centrales, también hay que decirlo, por eso están las cosas ahora como están. Mal. Sin embargo, la idea de Tabarnia y el fichaje de Boadella suponen un elemento de esperanza: nada mejor que echar mano del ridículo para destrozar al adversario.