En ese único día de su vida al aire libre, el insecto, descendiente de una vieja estirpe que debido a la contaminación ahora solo se mantiene en el Tisa, en Hungría, y en el Río Amarillo, en China, deja pequeñas larvas que vivirán en el fondo arcilloso de estas aguas durante los próximos tres años. “No es una vida tan corta para un insecto”, explica Aleksandar Stojanovic, conservador y entomólogo del Museo de la Naturaleza de Belgrado, quien añade que “sobreviven alimentándose de materias orgánicas de la flora en descomposición y de algas”. A medida que van creciendo, de decenas a miles de larvas suben desde el fondo e invaden la superficie del río cuando se acerca el crepúsculo, creando un gran espectáculo. En su última metamorfosis, se quitan su cubierta antes de lanzarse con sus alas al ‘vuelo de boda’ para continuar con el ciclo de vida. Primero salen los machos, con sus colas largas en forma de dos hilos blancos que superan dos veces la longitud de su cuerpo amarillo, de unos 40 milímetros.