«A uno le gusta el interior de los hoteles como le gusta el interior de las historias. Por ellos va pasando la vida y sólo se necesita estar ahí, desayunando o merendando, para tomar nota»
La culpa la tiene ese aire de fin de fiesta, esa premonición de que están a punto de encender las luces. No es algo que ocurra solo en discotecas o en verbenas de pueblo. También cada etapa de la vida tiene sus propias prisas, y esos minutos basura en los que siempre, al menos para mí, ocurre lo mejor.
En algún momento, casi todos, hemos sentido ese miedo de que toda nuestra vida se tambalea, que cualquier decisión pende de un hilo y todo puede destruirse en cuestión de segundos. Durante esos días de desequilibrio, uno hace un viaje íntimo por todas las capas de su vida para reorientarse, como si de una carta de navegación se tratase, para retomar el rumbo y reencontrarse consigo mismo. Una jefa que tuve me recomendaba que aprovechara para caminar en los días raros.
Donald Trump es un personaje de ficción. En un artículo en The New York Review of Books, el escritor Mark Danner consideraba su candidatura como una temporada más de sus realities, The Apprentice y The Celebrity Apprentice. En Twitter, muchos analistas estadounidenses bromean con que el último giro de la trama de su serie -alguna declaración altisonante, alguna palabrota- ha estado muy bien. Sus series tampoco eran solo series, sino una manera de autopromoción. Por eso su candidatura no se tomó en serio en un inicio: quizá era solo otra forma de vender su marca personal, colocada en hoteles, campos de golf, filetes y vodka. Lo sigue siendo, pero ahora con posibilidades de llegar a la Casa Blanca.
Al igual que Elvis, Donald Trump es un hombre preocupado por su país. Cree, como el Rey del Rock en sus últimos y tristes años de existencia en La Tierra (digámoslo así, pues entre su pintoresca legión de seguidores, algunos sostienen que fue abducido por extraterrestres fanáticos de su música) que Estados Unidos vive momentos de abatimiento moral, flojera testosterónica y pérdida de liderazgo. El macho alfa americano se está convirtiendo en una nenaza que ya no lleva su Colt en la cartuchera ni camina desafiante hacia el enésimo duelo al sol. Incluso Eastwood se nos ha caído del pedestal compartiendo tal bobada.
«¿Te cuento cómo tuvimos que desalojar a un señor acostado con su amante en la habitación porque su mujer estaba en recepción? Sacarle por otra puerta y hacerle entrar por la principal saludándole como si no le hubiéramos visto la jeta en tres años.»