Una de las primeras frases que aprendió a decir fue «¿Cuánto falta?». Sus padres solían llevarlo de excursión y en ese hábito cifra Erling Kagge su kilómetro cero. Cumplidos los 55, este editor noruego ha hilado su experiencia andante en Caminar, una deliciosa invitación al paseo, al mensurable gozo de soñar erguido, acompasando los pasos y las ideas, y proyectando esa fricción, por la que el cuerpo pasar a ser mente andariega, sobre el horizonte mismo; sobre esa montaña, ves, a la que hemos ido aproximándonos hasta dejarnos engullir por ella: ¡y pensar (¡pensar!) que hace nada estábamos ahí abajo! (No hay nostalgia más punzante que la que surge de la certeza de avistar el pasado; volver la vista atrás, en su más recto sentido.) Bien sabe Josep Maria Espinàs (que ha dejado, ay, de llegarse a Lázaro a la hora del almuerzo) que el simple acto de interpelar al paisaje poniendo un pie delante del otro, es desentrañar el mundo. Sobre ese y otros aspectos discurre Kagge, y no sólo a partir de sus vivencias, sino también de la indagación en el campo de la neurología, cuyos últimos hallazgos validan las observaciones que, sobre este punto, nos legaron filósofos como Montaigne, Kierkegaard, Heidegger…