«Las cosas se acaban, como ha sucedido con la revista Rockdelux, que ayer anunció su cierre después de treinta y cinco años»
A su mujer, a sus hijos, a sus editores, a sus amantes, mujeres u hombres. John Cheever escribía entre diez y treinta cartas a la semana. Levantaba el teléfono y decía: “Te he enviado una carta”. Jamás escribió una mala carta, según William Maxwell, su editor en The New Yorker, con quien Cheever se escribió durante cuarenta años. En esta revista el autor desarrolló buena parte de su trayectoria, que fue reconocida en 1979 con un premio Pulitzer.
Estaba leyendo una biografía de Angelica Balabanova cuando me han dado las tantas y he salido apresuradamente a comprar el pan con la imaginación inundada por lo leído. En la esquina de la panadería me he encontrado con Eduardo Álvarez Puga, que fue el director de Interviú en los años gloriosos de la revista, los de la transición.
No es que fuese la terna un corrillo que motivara inspiraciones y admiración, todo lo contrario: eligieran a quien eligieran, la estupefacción estaba garantizada, como en el festival de Eurovisión o algo por el estilo. Clinton, Erdogan o Trump. O Beyoncé, para dotar de un poco de seducción a la lista, imagino. En el caso de los tres primeros, más peligro que una discusión de política en estas cenas navideñas que se acercan; en el caso de la última, nadie sabría muy bien justificar su inclusión. ¿Y para qué estos nombres? ¿De qué candidatos?, preguntarán. Pues de la lista a personaje del año según la revista Time. Visto así, ¿por qué no escogieron a los que elaboraron las encuestas que pronosticaron los resultados de las elecciones americanas? El plan, dispuestos ya al esperpento, lo mejoraría, sin duda alguna.
Noor Tabouri, una periodista estadounidense de 22 años, hija de inmigrantes libios y de religión musulmana, se convirtió en la primera mujer en aparecer con hiyab en la portada de la revista Playboy.
Es fácil creer que con Gabriel Rufián el parlamentarismo ha tocado suelo. Tampoco es para tanto. Ya tengo escrito que cada legislatura ha tenido su Rufián y que lo de verdad preocupante es que la proporción de rufianes de la actual supera con creces la dosis asimilable por un órgano legislativo sano.
Hasta los más reconocidos vaticanistas acaban por reconocer que no entienden ni papa. De hecho, ninguno apostó por Bergoglio antes de convertirse en Francisco porque un experto es uno que sabe tanto sobre tan poco que ni puede ser contradicho ni merece la pena contradecirle.