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Sociedad

La vieja normalidad III: ¿vuelve el tráfico, el humo y el estrés?

Con la vuelta paulatina a nuestras rutinas y al trabajo presencial, también han regresado los atascos. En nuestra mano está haber aprendido la lección y no volver a los niveles de contaminación, la ansiedad y las aglomeraciones anteriores a la pandemia. ¿Seremos capaces de mantenerlos a raya?

La vieja normalidad III: ¿vuelve el tráfico, el humo y el estrés?

Alexander Popov | Unsplash

Lo contábamos en nuestro anterior reportaje: el teletrabajo parece batirse en retirada y dejar paso, de nuevo, al trabajo presencial, lo que provoca a su vez un aumento considerable de los niveles de contaminación provocados por el tráfico. Y es algo a lamentar, porque según este estudio de Ecologistas en Acción, algunas grandes ciudades llegaron a reducir durante el confinamiento (del 14 de marzo al 21 de junio de 2020) su tráfico hasta en un 90%, con la consiguiente bajada de los niveles de dióxido de nitrógeno, que descendieron un 52% en comparación con el promedio de los diez años anteriores. ¿Vamos a perder todo lo avanzado?

La cuestión no es baladí: la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el aire contaminado mata aproximadamente a siete millones de personas en todo el mundo cada año. Y en España, según los estudios del equipo de Julio Díaz y Cristina Linares del Departamento de Epidemiología y Bioestadística del Instituto de Salud Carlos III, la mortalidad atribuible por la exposición a corto plazo a partículas como el mencionado dióxido de nitrógeno y el ozono, ascendería en conjunto en España a una media de diez mil muertes anuales. En nuestras manos (y en las decisiones empresariales) está ayudar a reducir estos niveles y cuidar de nuestro aire para cuidarnos mejor a nosotros mismos. 

Y, dentro de lo que queda a nuestro alcance, el uso del transporte público y los desplazamientos a pie o en bicicleta son la manera más eficaz de proteger nuestro medioambiente. Y, aunque el uso de autobuses o trenes públicos bajó durante la pandemia por el temor al contagio, según una encuesta de la consultora internacional Oliver Wyman sobre las nuevas tendencias en movilidad en cinco países de la Unión Europea (España, Francia, Italia, Reino Unido y Italia), Estados Unidos y China, un 55% de los españoles muestra, tras la vacunación, un aumento en la confianza del transporte público, frente a un 11% que sigue desconfiando de su seguridad. Aun así, desplazarse caminando, en coche particular o en bicicleta siguen siendo las opciones preferidas a nivel global. 

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Foto: Andrew Gook | Unsplash.

Este auge del transporte sostenible se nota, y de qué manera, en la venta de bicicletas. «Ahora mismo la saturación es tal que la industria no puede fabricar todo lo que la demanda pide, de forma que hay unos tiempos de espera cuando vas a buscar bicis de seis o siete meses», relata a The Objective Ignacio Giménez, responsable de marketing de Cannondale, uno de los líderes mundiales en fabricación de bicicletas. El cambio en los estilos de vida tras la pandemia que nos ha sacudido ha traído bajo el brazo la pasión por la bici como método de transporte alternativo y saludable, y las cifras hablan solas: el año pasado se comercializaron más de un millón y medio de unidades, un 24,1% más respecto al ejercicio anterior, y la facturación alcanzó los 2.607 millones de euros, casi un 40% más que en 2019, según el informe que publica anualmente AMBE (Asociación de Marcas y Bicicletas de España). 

Y para todos los que deciden lanzarse al pedaleo, algunas Comunidades Autónomas empiezan también a contemplar ayudas para el fomento de esta forma ecológica de transporte, como estas de la Comunidad de Madrid, por las cuales se subvenciona hasta el 50% del precio de adquisición de una bicicleta de pedales con pedaleo asistido. Cuidar de nuestro entorno tiene premio.

Otras consecuencias del tráfico y los atascos: el estrés del conductor 

Para todos los que seguimos usando el coche como medio de desplazamiento habitual, el tráfico y sus consecuentes atascos afectan también a nuestra salud, pero de otra manera: nadie escapa al estrés que suponen los embotellamientos: tampoco la que suscribe. Les cuento una anécdota real. Esta misma semana, camino del trabajo en mi coche, metida de lleno en un pelotón infinito de automóviles avanzando al ralentí por la A-1, comenzó a sonar en la radio el utópico Imagine de John Lennon. Movida y deleitada por la filantropía sublime de su letra, coreaba a pleno pulmón su «Imagine all the people living life in peace…»imagina a todo el mundo viviendo en paz») cuando el vehículo de la izquierda invadió mi carril para tratar de avanzar alguna posición y, en el intento, a punto estuvo de reducir mi coche a un carrito de barquillero. Por supuesto, pueden imaginar que dejé de cantar súbitamente y proferí otro tipo, digamos, de sonidos (aderezados además por el del claxon). 

¿Qué podemos hacer para que una situación como esta no arruine nuestra paz interior? Pues tomen nota, porque la psicóloga Lucía Rodríguez Brines, responsable del gabinete Psitam, nos da una batería de trucos para afrontar las pifias que sufrimos, a veces, al volante. «Ayuda contar hasta quince, trabajar la respiración abdominal, y descansar en la idea de que lo que nos ha hecho un conductor determinado, probablemente se lo hará a más personas, y eso al final no le va a traer nada bueno. También el sentido del humor ayuda, por ejemplo pensar ‘mira, el primer idiota del día’», dice Rodríguez con simpatía, y añade: «Según a quien le puede ayudar tener esa especie de ‘contador de idiotas’». La clave, asegura la experta, está en no enfadarse de más, algo para lo que resulta imprescindible aplacar la ira. ¿Cómo se hace eso? Nos da otra idea, totalmente visual: «Hay una técnica cognitiva por la cual podemos imaginarnos un alga del océano que es movida por el agua, y tratar después de imaginarnos sus cualidades inertes, como si nosotros mismos fuéramos ese trozo de alga. Si lo hacemos bien, es altamente probable que se reduzca esa ansiedad y esa ira», afirma.

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«Contando hasta 15». | Foto: Emery Mey | Unsplash.

Y ya no son solo los posibles percances que podamos sufrir en un atasco lo que nos exaspera, sino también el tiempo que se pierde en ellos. Marina trabaja desde hace ocho años en un grupo de automoción y movilidad. Durante mucho tiempo, hizo todo tipo de malabarismos para no quedar atrapada en los embotellamientos que se formaban en su camino en la oficina: «Un trayecto de unos 25 minutos se convertía en una hora y media, con lo que eran en total tres horas de mi vida que perdía cada día… Era desesperante. Para tratar de evitarlos empecé a entrar más tarde y a salir más tarde. Probé un montón de horarios, pero al final me salía una jornada de 8 de la mañana a las 19…», y «tampoco era plan», añade. A partir del confinamiento estuvo teletrabajando, lo que le permitió dormir mejor, puesto que no ha estado «a expensas del atasco» y no ha tenido que alargar su jornada para sortearlo. Ahora su empresa va a permitir que se teletrabaje un par de días a la semana pero, el resto, tendrá que volver a enfrentarse al reguero de coches que quieren llegar al mismo sitio que ella, a la misma hora. 

¿Hay algo que podamos hacer para tratar de sentirnos mejor en esos momentos en los que no pasamos de la segunda marcha? «Los atascos son en sí mismos una especie de confinamiento: una situación de impotencia e incertidumbre. La impotencia viene de querer llegar cuanto antes y la incertidumbre de no saber cuándo se disolverá. Pero, al igual que el confinamiento hizo que aflorara la creatividad de las personas, porque nos vimos impotentes y acorralados, aquí se trata de aplicar lo mismo: podemos aprovechar el atasco para hacer llamadas, escuchar podcast, estudiar inglés, incluso meditar…», explica la experta psicóloga, para lo cual, desarrolla, es fundamental tener «una buena previsión de lo que tenemos que hacer en el día». «Al final, se trata de no reproducir el convenio social de enfadarse en un atasco, sino apostar por una solución creativa», resume, para lo que es fundamental que nuestro único mandato interior sea el de llegar bien, sin entrar en esa espiral envenenada por la cual la conducción «a veces se convierte en una especie de fast and furious que hace sentir a algunos conductores la adrenalina de la competición». 

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