THE OBJECTIVE
El archivo del buitre

Gustavo Petro, Vox y otras visitas molestas de la historia de España

Hacer desaires a invitados extranjeros, como hicieron los de Abascal con el presidente colombiano, no es del todo una novedad

Los diputados de la tercera fuerza política de España se levantaron y abandonaron el hemiciclo en el momento que el presidente de Colombia, invitado a hablar en las Cortes, iba a comenzar su discurso. El presidente de Vox justificó su actitud en el pasado de Gustavo Petro para justificar su desaire calificándole como terrorista no arrepentido. 

Hacer desaires a invitados extranjeros no es del todo una novedad. Bien es cierto que en la primera etapa de democracia española relacionarse con gobiernos internacionales, visitarles y ser visitados por ellos, era visto como una necesidad diplomática: Lo mismo se podía ver al rey Juan Carlos I haciendo una visita a la temible Junta Militar Argentina (noviembre de 1978), que al oscuro mandatario comunista de Rumanía, Nicolae Ceausescu, acompañando al Rey español por las calles de Madrid (mayo de 1979) o el célebre abrazo del presidente español Adolfo Suárez con el guerrillero Yasir Arafat (septiembre 1979) cuando Israel le consideraba un terrorista criminal.

Es de destacar que la primera gran controversia célebre por la visita de un gobernante extranjero fue la del presidente de un país democrático como era Estados Unidos y que sólo se puede entender por el peso y la singularidad, para bien o para mal, para una figura como Ronald Reagan en una España que acababa de entregar el poder a jóvenes socialistas que hasta ese momento tenían en el antiatlantismo una de las bases de su ADN. El mismo Gobierno socialista presidido por Felipe González, que invitó a Ronald Reagan a España, permitió que sus juventudes, pilotadas por entonces por Javier de Paz, organizaran una serie de actos contra el ‘invitado’ al tiempo que figuras de relevancia como el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, y el todopoderoso vicepresidente Alfonso Guerra, rechazaron asistir a la recepción a Reagan en lo que se entendió como un desaire hacia él.

Desde la prensa antisocialista se reprochó la actitud de Guerra, asegurando que esa hostilidad ante Reagan no se había dado cuando los invitados habían sido Gaddafi, Fidel Castro, Daniel Ortega o Bachir Mustafá, que tampoco está claro que fueran campeones de los Derechos Humanos. Claro que esa hostilidad quedaría olvidada cuando unos meses después sería ese Gobierno y ese PSOE el que liderarían el cambio de rumbo del partido hacia el «OTAN sí» en un acto de apoyo a los americanos mucho más útil que la presencia de cualquier autoridad en un acto de recepción. 

Quizá el incidente más similar al que ha padecido Gustavo Petro se encuentra en la visita que realizó a España el dictador Guinea Ecuatorial Teodoro Obiang. Entonces el Gobierno del PSOE presidido por José Luis Rodríguez Zapatero le invitó al Congreso en un acto que debiera haber incluido que en su calidad de jefe de Estado de un país amigo hubiera firmado el libro de honor de las Cortes. Entonces todos los socios parlamentarios del Gobierno Zapatero encabezados por Izquierda Unida y ERC se posicionaron en contra de ese ‘honor’ hacia el invitado guineano.

El Partido Popular se sumó a la protesta dejando sólo al Gobierno y a su ministro de Exteriores, José Montilla, que tuvieron que recolocar la agenda del día y no incluir aquel acto de honor en el Congreso. Hubo distintas interpretaciones sobre esa actitud. Así, por ejemplo, Donato Ndongo, que en ese momento era el principal columnista de la revista Mundo Negro y claro opositor a la dictadura de Obiang, cuestionó si ese tipo de desaires no eran, en realidad, un desaire a todo el país y a su población.

Por España han pasado dictadores, gobernantes y sátrapas de distintos colores, desde los Fidel Castro (inolvidables sus carantoñas con Manuel Fraga Iribarne) a la visita del primer ministro de China, Li Peng, en 1992. Sólo habían pasado tres años desde que ese mismo Li Peng había dirigido la aniquilación con tanques de los opositores de Tiananmen. El que entonces era presidente de Europa Press, José Mario Armero, defendía así la visita: «Si no recibimos a los hombres que han marchado sobre cadáveres, probablemente no recibiríamos a la mitad de los gobernantes del mundo». 

Pero una cosa que quizá la tercera fuera política de España debería ponderar es que una gran diferencia que hay entre Li Peng, Ceucescu, Gaddafi y tantos otros con el mencionado Gustavo Petro es que al presidente de Colombia le eligieron democráticamente como su representante lo ciudadanos de ese país en unos comicios cuya validez nadie ha cuestionado. Es al representante de esos ciudadanos al que diputados españoles desplantaron en el Congreso. 

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