Amantes sin tiempo
«Me gustan los hombres que no sucumben rápido pero esto puede convertir el juego en una historia interminable»
Querido amado sin tiempo, te escribo esta carta para quejarme encarnizadamente:
Hoy te hubiera besado con voracidad en el portal. Podríamos haber caído después dentro del ascensor como el que intenta encajar las cajas de una mudanza desmesurada, con nervios, prisa y cierta torpeza; agarrándome a la solapa de tu chaqueta; ignorando la calma que intentas insuflarme, como si aún pudiera oírte, como si aún yo fuera humana.
Allí habría revuelto la cabeza en los rincones de tu cuello. El pelo enmarañado me desorienta por unos segundos pero basta con cerrar los ojos de nuevo para volver a perder el control por la línea de tus brazos, pecho, espalda… Olerte me despierta el traje de piel que me envuelve y los poros boquean lloriqueantes para que sean frotados contra ti.
Eres ancho y pesado, inamovible a mis empujones y mordiscos; también en tus decisiones. Me gustan los hombres que no sucumben rápido pero esto puede convertir nuestro juego en una historia interminable.
«¡Ya!» , me espetas mientras me agarras del cuello con vehemencia y yo te devuelvo un «ni lo sueñes» asfixiado por respuesta.
Querido amado sin tiempo, habríamos llegado a la sexta planta y la madera del pasillo habría crujido bajo nuestros pies, ajena al silencio que se espera a esas horas. Nos hubiéramos arrollado intentando pasar sin soltarnos por la puerta de mi alcoba. Una vez cerrada esta salida sin socorro, apoyado tú en ella, recostado y abrumado por mi tremenda impaciencia, habrías visto como resbalaba yo por tu camisa vaquera, por tu cinturón, por tus jeans apretados, por… Así hasta quedar de rodillas frente a ti con los ojos indefensos de un animal muy bravo. Con la bravura, te pasa el hocico por la entrepierna valorando su siguiente paso; se acaricia la cara contra ella; te roe el cinturón y tumba uno a uno el esqueleto de botones que sostiene la poca moral que le queda a tu bragueta. Hambriento, traga lo que brota de la abertura; carne fresca, y tuya, como un auténtico manjar.
Después te habría ofrecido la trenza donde suelo recoger mi pelo para que tiraras de ella hacia ti; para que pudieras embestirme la boca con furia; para que me ahogaras con el gusto de tenerte entero dentro. Me empujas; te absorbo. Y te absorbo y absorbo porque quiero más de ti como pronombre; de ti, como sujeto; de ti como un simple trozo de carne henchida que desmembrar.
Quiero más garra, más saña, más presencia y disciplina que desobedecer para poder ser desde ahí cada vez más sometida.
Me hubiera encantado oírte afirmar que soy lo que soy : «Eres una perra, lo sabes, ¿verdad?» .Y que me hubieras obligado después a repetirlo sin vaciar mi boca del festín que ahora engullo: «Sssoynnnaprra» .
Habría caído rendida a la caricia que sé viene justo después de palmearme fuerte la cara. Estaría entonces doblegada a tu mirada seca, ésa que cargas dulzura, ésa que me habrías donado tras pintar sobre tus manos el cuadro de mi nariz, labios, ojos…
Me habría peleado contigo por conquistar tu polla. Habría peleado contra tu propia sujeción. Dámela; suéltala; yo hago; déjame hacer a mí. Dale hasta la garganta, zarandéala sobre mi lengua. Ahonda y frótate contra mi cara puliéndome las mejillas, golpeando a su paso por el paladar. Mientras te dejas hacer, mírame el culo, mírame entera porque estoy aquí para ti. Mírame entera mientras te dejas hacer, agotado por fin a mi obstinada insistencia. Mírame pasearte la lengua húmeda por el glande. Mírame chuparte los huevos, el culo… Te lamo y escupo. Atento. Mírame mientras me abro en canal para beber de tu fuente, mientras la manoseo cerca de mis labios y saco la lengua casi sin rozarte. Mira cómo viertes tu leche en mi cara perpleja que se atasca para respirar, tragar y meneártela hasta el final, todo junto y a la vez.
Entonces, habría estado aturdida por el impacto y atorada por tu orden irrebatible de tragarte entero, como siempre hago, amado mío. Entonces, habríamos estado ahí, que es ahora, en ese instante nuestro de respiración rota y coño mojado que viene detrás de todas y cada una de tus corridas. Nos hubiéramos reído. Nos hubiéramos mirado en silencio. Te habría buscado las manos. Se habría frenado el tiempo.
El tiempo, ése que habría desaparecido del propio tiempo para retratarnos juntos en la enciclopedia de las grandes mamadas.
Querido amado sin tiempo, exijo tiempo para amarte en cuerpo antes de que justo eso sea lo que nos falte a los dos: tiempo y cuerpo.
Esta es una queja encarnizada; la rabieta de una amante. Un quejido, un lloro, una protesta sobre un tiempo de placeres sometidos a la urgencia de una vida que se olvida respirar.