THE OBJECTIVE
El blog de Lucía Etxebarria

1 de mayo: carta a una mujer trabajadora

«Qué regeneración democrática nos van a ofrecer aquellos que han transformado la política en un ‘reality show’»

1 de mayo: carta a una mujer trabajadora

Manifestación sindical.

Me dices que el Primero de Mayo, como cada año, te vas a ir a la manifestación. No sé, querida, haz lo que te dé la gana, pero ya sabes que conmigo no cuentes.

Déjame que te cuente una historia. Ocurrió el 2019. Como bien sabes, no tengo seguro médico privado y además tengo una salud precaria. En aquella época, me llamó una del barrio, para decirme que, no recuerdo qué comité ciudadano, quería que yo participara en un acto.

Yo la conocía, son ya casi 30 años en el barrio. La encontraba en bares o paseando a los perros. Sabían que yo era paciente del ambulatorio de la calle Alameda, alguien de allí se lo había contado. Creo recordar que, por aquel entonces, yo tenía que hacerme análisis semanales.

Me preguntaron si quería participar en un acto. Era un acto para recoger firmas, exigiendo una remodelación del ambulatorio. Me dijeron que invitarían a representantes de todos los partidos de la Asamblea de Madrid. Todos menos Vox, aclaró. En aquel momento, Vox tenía doce representantes en la Asamblea de Madrid y Podemos solo siete.

«No puedes no invitar a Vox, te gusten o no» -le dije-. «Va a parecer una guerra abierta, no un acto público. Un acto político, en lugar de un grupo de ciudadanos haciendo una reivindicación legítima».

Me llamó fascista, y luego me comentaron que me seguía llamando fascista por el barrio.

Finalmente montaron su acto político, en la puerta del ambulatorio, con representantes de su partido. Una nota de prensa apareció en los medios en los que tenía que aparecer, pero no en otros. Pero nadie arregló nada. Nadie se tomó el acto en serio, más que nada porque allí estaban cuatro gatos, ninguno de ellos latino y anciano, cuando gran parte de los usuarios de ese ambulatorio son latinos y ancianos.

Hoy, en 2024, el ambulatorio sigue teniendo goteras y desconchones, grietas y manchas. Por supuesto a la señora que organizaba todo el acto jamás la he visto en el ambulatorio, porque ella tiene mutua, es funcionaria.

Ayer alguien del barrio me envió capturas de su perfil de Twitter. El de la socialista de toda la vida, la del comité ciudadano. Habla de mí. Me llama facha una y otra vez, dice que este medio en el que escribo es facha y que deberían cerrarlo. Alardea de su condición de militante y también de la de su marido. Recuerda a quienes le leen que su suegro era «un histórico del PSOE», y dice que ellos «llevan el socialismo en la sangre». Después habla de mi hija, dice que mi hija y yo nos peleamos, que ella «tiene pruebas». Menos mal que en el PSOE les parece que eso de hablar de los familiares de uno es «tirarse al fango» que si no, no sé lo que diría.

Conoces a Waldo Balart. Vive al lado de mi casa. Tiene hoy 93 años. Te lo he presentado alguna vez. Su hermana estaba casada con Fidel Castro y había conocido a Fidel a través de Waldo. Porque Waldo y Raúl, el hermano de Fidel, eran amigos y habían sido compañeros de habitación en una residencia en la universidad. 

Mirtha dejó a Fidel porque él le era infiel, notoriamente infiel. Fidel nunca se lo perdonó a ella. Pensaba que Mirtha tenía que adorarlo, no le cabía en la cabeza que ella tuviera vida más allá de su persona.  

Cuando Fidel llegó al poder, en 1959, Mirtha huyó. Una noche Raúl se presentó en casa de Waldo y le dijo que lo mejor que podía hacer era irse de la isla, que al día siguiente salía el último avión, que le quería hacer ese favor y decírselo. ¿Qué pecado había cometido Waldo? Ninguno. Ser hermano de Mirtha. Waldo huyó, y cuando llegó a Miami llamó a la vecina. Ella le dijo que habían entrado en su casa para detenerle.

No, esto no es Venezuela, me dices. Esto no es Cuba.

Y no queremos que lo sea.

Por eso, queremos poder exigirles al Gobierno, al presidente y a los ministros los mismos códigos éticos y de conducta que les exigimos a las empresas…

Por eso, la decisión de Pedro Sánchez de permanecer en el cargo, después de tomarse un descanso de cinco días para reflexionar sobre su futuro, no nos parece seria, nos parece de un personalismo caribeño poco propio de un dirigente europeo.

Por eso, su obsesión por culpar a los que no le bailan el agua, sin reconocer la capacidad de los suyos para echar sapos y culebras por la boca, nos parece más propia de una república bananera que de una monarquía constitucional.

Vas a ir a una manifestación en pro de la regeneración democrática.

Pero qué regeneración democrática nos van a ofrecer aquellos que han transformado la política en un reality show, en un espectador personalista ramplón, en un culebrón de hombres profundamente enamorados que tienen que defender a unas mujeres que no abren la boca para defenderse ellas. Ese circo de varias pistas no es socialista. Y quejarse del espectáculo no es ser fascista.

Precisamente los que hemos vivido el fascismo sabemos que hay que tener mucho miedo de los espectáculos caudillistas. Ya los hemos vivido en la infancia. Ya conocimos la utilización rastrera de la mujer del caudillo y la hija del caudillo. Sabemos reconocer el populismo que ataca las instituciones y se mofa del verdadero sentido de la política. Ya nos enseñaron desde muy pequeñitas a mezclar en un totum revolutum gobierno, partido, líder. Ya nos adoctrinaron para evitar que pensáramos por nosotras mismas. Ya usaban el relato, el espectáculo y los discursos del líder para arengar a la masa. Ya nos impusieron la censura. Y la persecución de nuestros padres o nuestros hermanos.

No queremos volver a pasar por eso.

Pero yo, y tantas como yo, no nos resignamos a que llamen «izquierda» a sus tejemanejes. Mucho menos vamos a aceptar que nos llamen fascistas, que nos lo llamen chalados y chaladas que ni siquiera habían nacido cuando el verdadero fascismo ha estado presente, que ni lo conocen ni lo han sufrido.

El 1 de Mayo debe ser el Día del Trabajador y la Trabajadora, no el día para hacer un desfile a mayor gloria y loa del líder carismático. La izquierda debería tener un proyecto colectivo para todos, no una agenda personal para servir a uno y a sus amigotes. Mucho menos hay que montar un espectáculo para perseguir a los jueces independientes y a los medios críticos. 

Las mujeres trabajadoras necesitamos más guarderías, medidas de conciliación y la eliminación de las brechas salariales y de los techos de cristal, y ambientes laborales seguros y respetuosos. Lo que no necesitamos son líderes que no saben ver más allá de su ombligo.

No me digas que vas a salir a defender el ego hipertrofiado de un señor y sus veleidades faraónicas. No, querida. Esto no es izquierda. Esto nada tiene que ver con la izquierda. Y de momento, tú no te quejas porque a ti te viene bien: tu trabajo depende ahora mismo del Gobierno y del partido. Pero no sabes si mañana quizás sufras una enfermedad como la mía y no te dé para pagar un médico privado, o quizás le caigas mal a alguien y seas tú a la que le monten la campaña de cancelación.

Hay otra izquierda. Otra izquierda es posible. Existe una izquierda que rechaza el populismo y la espectacularización de la política. Hay una izquierda que defiende la democracia y el Estado social. Resiste desde pequeñas formaciones como Izquierda Española, Feministas al Congreso, la Tercera España… tantas otras.

Oponerse al populismo no es ser fascista. Precisamente porque el populismo es en realidad fascismo. Se vista de derecha o se vista de izquierda. Es una forma política híbrida, chantajista y llorona. Que socava las instituciones de la democracia desde dentro y que les permite a unos cuantos utilizar el Estado para satisfacer sus propios intereses en detrimento del demosal que pretenden alienar de las instituciones que históricamente han garantizado su soberanía.

No querida, no todos los que protestamos somos fascistas. Y ten en cuenta que mañana también te lo pueden llamar a ti.

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