THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Un “momento ciceroniano” para Trump

El ensayista Pierre Manent define como “momento ciceroniano” el vacío que se abre entre la desaparición de una forma de Estado y el surgimiento de otra. Suele coincidir con periodos de profunda crisis. Sucedió en tiempos de Cicerón, cuando de un modo violento la República dio paso al Imperio, insinuado primero con Julio César y, ya definitivamente, con el joven Octavio Augusto. Se repitió también con la caída del Imperio romano y la posterior fragmentación de Europa que culminaría, después del periodo de las monarquías absolutas, con el surgimiento de los Estados nación hasta dar paso, en la segunda mitad del siglo XX, a un nuevo experimento político todavía inconcluso: la Unión Europea. El momento ciceroniano describe así una indefinición –¿hacia dónde nos dirigimos?–, a la vez que abona el campo de las incertidumbres. En este escenario amorfo, los sofistas y los oportunistas navegan con el viento a favor. 

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Un “momento ciceroniano” para Trump

El ensayista Pierre Manent define como “momento ciceroniano” el vacío que se abre entre la desaparición de una forma de Estado y el surgimiento de otra. Suele coincidir con periodos de profunda crisis. Sucedió en tiempos de Cicerón, cuando de un modo violento la República dio paso al Imperio, insinuado primero con Julio César y, ya definitivamente, con el joven Octavio Augusto. Se repitió también con la caída del Imperio romano y la posterior fragmentación de Europa que culminaría, después del periodo de las monarquías absolutas, con el surgimiento de los Estados nación hasta dar paso, en la segunda mitad del siglo XX, a un nuevo experimento político todavía inconcluso: la Unión Europea. El momento ciceroniano describe así una indefinición –¿hacia dónde nos dirigimos?–, a la vez que abona el campo de las incertidumbres. En este escenario amorfo, los sofistas y los oportunistas navegan con el viento a favor.

Sería el caso de Donald Trump. En los Estados Unidos no se vive un momento ciceroniano stricto sensu –como ocurre en Europa–, pero sí que se ha producido un desgaste similar a nivel político. Al crash de 2008 se superponen los primeros efectos de la revolución tecnológica y la presión que el mercado de trabajo global ejerce sobre los salarios del mundo desarrollado. Frente a los adalides de la globalización –una elite que, por definición, carece de  servidumbres geográficas–, hay un amplio sector de la ciudadanía que percibe  cómo sus oportunidades de futuro se reducen, su entorno se degrada y sus salarios se ajustan. La crisis populista de 2016 tiene mucho que ver con lo que el teórico de la cultura Christopher Lasch diagnosticó en su libro The Revolt of the Elites a mediados de la década de los noventa y que sólo ahora parece haber cristalizado para un amplio segmento de las clases medias occidentales.

Los populismos de derechas y de izquierdas emplean la palabra nacionalismo como una variante del proteccionismo económico, cultural y social. Y, en realidad, más que un mensaje de futuro, su credo se resume en el mandamiento del odio contra el establishment. Que el millonario Trump forme parte de esta casta a la que critica no deja de constituir uno de los habituales sarcasmos de la Historia.

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