Perfectamente preparados para el fin del mundo
«Morir todos, a ser posible simultáneamente, no es lo peor que puede pasarte, nos diría un filósofo»
No sé si han jugado alguna vez con sus amigos a la gran noticia que falta. Es un juego que no puede habérseme ocurrido sólo a mí. Consiste en pensar en el suceso más extraordinario que aún nos quedaría por ver. Últimamente hemos avanzado mucho en este tipo de experiencias inauditas. Una pandemia ya no cuenta, por ejemplo. Mi elección siempre fue la llegada de extraterrestres. Es lo que escojo como gran noticia increíble y nunca vista. Algunos amigos echan mano de hipótesis catastróficas, divertidas o surrealistas, casi siempre inspiradas en el cine americano. Sin embargo, el fin del mundo como tal no lo ha mencionado nunca nadie. Nuestra completa desaparición. Es lo que nos ha dicho un titular la semana pasada que puede suceder.
«Debemos estar preparados para nuestra posible extinción», leíamos, o algo parecido. Luego salí a tomar un café por Carabanchel y la gente parecía tranquila. Había una gran presencia de ánimo entre la ciudadanía. La gente iba a comprar el pan, hacía cola en la carnicería y pedía fuego al de la mesa de al lado. Todo ello sabiendo que a lo mejor un día desaparecemos, con todo y el coche y los nietos y Netflix. No era un contraste menor.
Como los columnistas somos los únicos que debemos pensar a diario para ahorrarle a usted quebraderos de cabeza, me puse efectivamente a pensar en el fin del mundo conocido, la extinción de la especie humana y el apocalipsis. Es difícil pensar en todo eso. No te lo acabas de creer. No estás a la altura de un hueco tan grande en el universo: todo el planeta arrasado, quien sabe si hecho añicos, asteroides, y la foto de tu abuela pegada a una piedra por siempre flotante en el espacio sideral. Por ahí va la cosa.
No diría uno que hay mucho margen de maniobra ante el fin del mundo. Tomando la feliz expresión de Baudrillard, esa realidad terminal nos resulta excesiva. Es como cuando hace décadas se iba la luz en un pueblo, que la gente encendía una vela y se resignaba a esperar que volviera. El fin del mundo es un poco como cuando se va la luz y ya no vuelve.
Esa preparación que los científicos nos aconsejan con toda su buena fe tampoco resulta tan fácil de asumir. Hay mucha ropa por lavar, niños que educar y trabajos que hacer. ¿Qué preparación se supone que tiene uno que llevar a cabo ante la eventual extinción? El sentido común nos dice que sigamos lavando ropa, educando niños y trabajando, pues todo lo demás es histeria, búnkeres de un millón de euros y sexo en grupo. Hay que esperar un poco, hasta que no quepan dudas de que el mundo explota mañana, para ponerse con el sexo en grupo. Mejor eso que arrepentirse después.
La filosofía, que no vale para nada, quizá lleva milenios esperando este gran momento, el fin del mundo. Es ahí, quizá, donde por fin servirá de algo. Morir todos, a ser posible simultáneamente, no es lo peor que puede pasarte, nos diría un filósofo. Esta Gran Muerte avalada científicamente sigue sin asustarnos más que pasar solos las próximas Navidades, para qué nos vamos a engañar. Es la soledad, y no la muerte, lo pavoroso. Yo diría que el principal problema aquí sería encontrar a alguien con el que desaparecer junto a la Humanidad entera. Lo único dramático sería estar solo el día de la extinción. Todo lo demás, sentarse tranquilamente a ser calcinado.
El argumento filosófico para esto que parecen frivolidades se me antoja irrefutable: ya ibas a morir. Aunque asusta al principio, la idea de que 7.000 millones de personas desaparezcan, y también toda la civilización, con sus edificios, sus Goyas, sus pinzas de colores y sus catedrales, no es realmente algo nuevo. Es exactamente lo que va a suceder cuando tú mueras. Como dijo Yukio Mishima (en perífrasis): «No cuesta nada destruir el mundo entero. Basta con morirse.»
El mundo ha sido destruido miles de millones de veces, una por cada persona que ha muerto. La eventualidad de su desaparición coordinada y ojos vista se exagera un poco, por tanto. Se puede morir de formas mucho más penosas que contemplando el fin de la historia de un planeta. Les reconozco que, poco a poco, hasta me va apeteciendo.
Curiosamente, los que más miedo parecen tener al fin del mundo son los que han hecho campaña durante varios años para que no tuviéramos hijos; para que no tuviera nadie ningún hijo nunca más; para que la especie humana, lógicamente, se extinguiera por falta de repuesto. Desean la extinción de la especie humana, pero no la de una piedra que da vueltas. Es como prohibir terminantemente a los humanos interpretar un papel, pero querer que el teatro siga abierto.
También tus hijos y tus nietos iban a morir de todas formas, así que la esencia de todo este drama, según parece, es que pudiéramos evitarlo, y no lo hagamos. Por lo que sea, eso nos da mucha rabia. ¿Qué van a pensar de nosotros? No tengo muy claro quién va a venir a decirnos en 2100, cuando estemos todos muertos, que podíamos haber hecho algo para seguir muriendo eternamente.