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Cultura

Desconocida, católica y sentimental

Marta D. Riezu recorre innumerables referentes culturales en busca de la «elegancia involuntaria»

Desconocida, católica y sentimental

Detalle de la cubierta de "Agua y jabón" (Compactos Anagrama)

Si hay un libro que gusta a la minoría lectora dentro de la minoría que lee es el llamado «inclasificable». Un libro inclasificable, al contrario de lo que se piensa, es muy fácil de clasificar, pues se trata siempre del mismo libro con el mismo tema: ¿qué ha hecho la cultura conmigo? Este recuento de mitos propios, lecturas, citas tutelares y demás colorín cultural a veces vende mucho, gusta, y Amazon te lo recomienda. Es lo que ha pasado con Agua y jabón (Compactos Anagrama), de Marta D. Riezu.

Número 1 en varias de las categorías fantasmáticas de Amazon (la gran tienda on line parcela tanto el producto que se puede ser el más vendido del cuarto piso, tercero izquierda, bloque 9), y también en la lista de libros de no ficción de El Cultural, Agua y jabón me pone de su parte ya sólo con el título. La sencillez es propia del que tiene algo que decir.

Se subtitula, por dar más pistas al lector, «Apuntes sobre elegancia involuntaria». Y apuntes son, aunque no tengo tan claro que la elegancia involuntaria que defiende la autora no sea el clásico punto de apoyo que los que ya tenemos una edad necesitamos para ordenar un caos cultural mayúsculo, fruto de media vida leyendo, yendo al cine y entrando en la Wikipedia.

El caso es que Riezu, su libro, digo, me ha gustado, y me ha irritado, y al final puedo hablar muy bien de él, o ponerle mis reparos.

Porque el libro, en sus primeros tramos, parece el de una Ana Iris Simón catalana, y ahí la lectura pisa sobre firme sólido y como que nos conocemos. Reverdecen estos días la abuela, la tradición y el objeto humilde. Y valores falangistas (broma) como el trabajo duro, la constancia, la disciplina y los buenos modales. «No te daban atención continua: había que distraerse solo y ganarse la escucha», dice la autora sobre su familia.

Enseguida Riezu nos confiesa que es católica, lo que siempre es excitante. El rosario de sus referencias queda asimismo en los márgenes de la moda o de lo políticamente inocuo, pues cita a Andrés Trapiello, a Ignacio Peyró, a Paul Léautaud, Cine de barrio («Las tardes familiares más felices de mi adolescencia»), a Gregorio Luri o a Gilbert and George, entre otras quinientas etiquetas.

En este punto, uno saca la conclusión inmediata propia de estas lecturas (como la saca con Las desapariciones, de Hilario J. Rodríguez, libro estupendo y muy similar), que no es otra que la apabullante inabarcabilidad de la cultura. Puedes llevar décadas leyendo, y al final un tipo, una tipa, te cita cuarenta libros que no conoces y doscientos autores que no sabías que existían. Da un poco de rabia, pero también anima. La cultura deja en ti una huella singular, deduces.

Entremezclado con esta referencialidad imperial, Rieuzu da, digamos, lecciones de vida, y por ahí supongo que viene su éxito de ventas, porque dice cosas que suenan sabias y que puedes subrayar, lo que siempre hace sustancial un libro. Subrayamos para llevarnos a casa la virtud de una página.

Por ejemplo: «Los malos diseñadores sólo se fijan en otros diseñadores»; o esto, tan nietzscheano: «Es más fácil florecer si uno se rodea de personas brillantes e inflexibles, personas con las que no hay más remedio que intentar igualar su ritmo. El listo bajo solo, sin darse uno cuenta, como los calcetines malos. Cada pocas semanas hay que revisar el propio trabajo con un látigo». O, por terminar: «El infierno es un lugar donde todo es moderno, atractivo, fácil y entretenido».

Lo más moderno que sale en Agua y jabón es un disco de Belle&Sebastian, If you are feeling sinister, y ni siquiera muy favorecido.

Con todo, el paso de las páginas va desfigurando la rápida y facilona divisa de «Ana Iris Simón catalana» que uno le pone a la autora, para acabar en «catalana» sin más, pues, en el tramo final, la sencillez da paso a cierto snobismo insufrible, muy pijo, muy críptico y un poco irritante, como de editora independiente en Barcelona. En la siguiente cita, no sé de qué habla Marta: «Te encaprichas de una gabardina Mackintosh, y ya has empujado la primera ficha del dominó. Vas a necesitar a juego un jersey de Drake´s, unos pantalones Acne, unos derbies de J. M. Weston, una mochila de The Row, por qué no unas Persol ya que estamos…» Eso digo yo: ¿por qué no?

No sé de qué habla esta mujer.

¿Dónde queda la abuela, el mantel de hule y «el comportamiento ejemplar de las cerillas»? La autora, que iba tan bien en su ilustrada humildad, se va desmelenando desde la mitad del libro y al final acaba en la megalomía manifiesta del guay. Esta megalomanía se resume fácilmente: todo es guay si yo lo digo. Es decir, nada es guay, la guay (refinada, inteligente, sibarita, moderna y desprejuicida) soy yo.

Me molesta (dicho sea sin excesivo acíbar) ese punto, que en este libro es clarísimo, en el que una persona ya puede decir cualquier cosa con la certeza de no ir a ser cuestionada. Por ejemplo, se habla bien de Sálvame, el programa de televisión. Uno se da cuenta de que Marta D. Riezu podría igualmente hablar mal de Sálvame y su posición de privilegio estético (de la que nos ha convencido desplomando sobre nosotros dos mil referencias culturales de amplio espectro) seguiría intocada. Es ahí donde me mareo e irrito, en la sensación de que Riezu puede validar/deslegitimar cualquier cosa y siempre parecerá que habla con rigor.

Agua y jabón, en fin, es un libro chulísimo, como se dice ahora cuando una cosa te gustaría que te gustase. A mí me gusta que la autora haya empezado su carrera literaria por el final, por esos libros que hace uno cuando ya lleva dos décadas en ficciones o ensayos y toca esto de los «apuntes». Que una desconocida parezca haberlo leído todo mientras no sabíamos nada de ella resulta sexy. «Déjenme tranquila, triunfen ustedes», se dijo a sí misma en ese tiempo, según confiesa.

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