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Cultura

Los referentes literarios de Vladimir Putin

Putin parece querer convertir Ucrania en su propio espacio mitológico, aunque con el propósito contrario al del gran maestro: acrecer aún más su belicismo

Los referentes literarios de Vladimir Putin

Vladimir Putin graba un vídeo para los ciudadanos rusos. | Russian Presidential Press Servi, Zuma Press, ContactoPhoto

Nadie sabe cómo va a acabar la guerra de Ucrania; todo son cábalas más o menos informadas. No obstante alguna certeza sí hay, como la de que, para comprender la invasión rusa, sirve de poco el método marxista, que todo lo explica con los medios de producción y la lucha de clases. Estas se han licuado a la Bauman y están siendo reemplazadas por una burda matriz de identidades y géneros alfabéticos. Es tan burda, que su imposición requiere la existencia de una policía moral, como la iraní, que Podemos ha montado en el Ministerio de Igualdad, con la aquiescencia del psoe.

Para intentar predecir el futuro de la guerra en Ucrania, más que al marxismo hay que recurrir a la historia y a la psicología clínica, y en particular a la psicología de Putin. ¡El tipo es un caso espectacular de megalomanía y resentimiento patriótico! Sin embargo, tal vez haya una tercera vía para una mayor comprensión del asunto y del personaje: la literatura.

Los niños rusos, desde bien pequeños, estudian y leen su canon literario nacional. Ninguno de los cambios en los planes educativos de las últimas décadas ha rebajado la importancia de la literatura, que sigue siendo vista como una forma esencial de introducir a los niños en la comunidad política nacional.

Aunque no sabemos con qué grado de aprovechamiento, también el niño Putin estudió a sus clásicos y no pierde ocasión de hacer pública su devoción por Dostoievski y Tolstói, ¡cómo no!, pero también por Lérmontov y hasta por Turguéniev, a pesar de su conspicuo occidentalismo. Esto de citar el canon más canónico para presumir de lecturitas es siempre sospechoso e invita a la desconfianza; es como si el escrupuloso Sánchez, PhD., dijera que admira y lee a Cervantes, Calderón y Quevedo: conocemos al personaje y no sería creíble ni aunque incluyera en su lista fake a Almudena Grandes, que sería un imprescindible aggiornamento de su canon literario particular. El sincero Sánchez no nos permite realizar con éxito una de las operaciones esenciales frente a la literatura: la suspensión de la incredulidad.

La estrategia de Putin parece centrarse en la supervivencia y la defensa de la madrecita Rusia ―siempre vilipendiada― y en el imperativo de aferrarse a ella hasta la muerte, lo cual me recuerda el Hadjí Murat, de Tolstói, que tengo por una de las mejores novelas cortas de la literatura universal: 

«De camino hacia casa reparé en que en una zanja había un magnífico cardo en flor, de la especie que llamamos cardo tártaro […] Decidí arrancar el cardo para ponerlo entre las flores. Salté a la zanja y, después de echar a un zángano velludo que dormía en la flor, traté de arrancarlo». 

Les resumo lo que sigue: el narrador se pincha, se daña la mano, lucha durante penosos minutos con la correosa planta nativa para llevarse la flor y cuando logra arrancarlo «fibra por fibra», el tallo está destrozado y la flor ha perdido su lozanía. Algo más allá, en medio de un terreno baldío y arrasado, ve otro cardo tártaro que, tras ser aplastado por una rueda, volvió a erguirse orgullosamente, sin dejarse vencer por el hombre arrasador.

Putin parece querer convertir Ucrania en su propio espacio mitológico, aunque con el propósito contrario al del gran maestro:

acrecer aún más su belicismo.

Tolstói admira el valor individual de Murat, representado por esos cardos indomables, que combatió a los rusos, se alió después con ellos y por ellos fue finalmente traicionado. La influencia de este relato en Putin podría ser en sentido inverso: Hadjí Murat no quería someterse a nadie y Putin no quiere que nadie se le resista, pero puede vislumbrarse otra analogía igualmente inversa: Tolstói estuvo en el Cáucaso y combatió en Crimea (¡sí, en Crimea!) y con su literatura convirtió ambas regiones en espacios mitológicos que lo marcaron profundamente y lo convirtieron en un ardoroso pacifista. El taimado Putin parece querer convertir Ucrania en su propio espacio mitológico, aunque con el propósito contrario al del gran maestro: acrecer aún más su belicismo. Las innegables relaciones históricas entre Ucrania y Rusia alimentan sus convulsiones febriles.

Está visto que los vencedores de las guerras han de ser cuidadosos con las condiciones que imponen a los vencidos. El Tratado de Versalles humilló a Alemania de tal modo que en cuanto pudo, gritó venganza, llevó a los nazis al poder y empezó otra guerra mundial. Los rusos, al menos los apparatichik, se sienten aún humillados por haber perdido la guerra fría (todo empezó con la humillación del bloqueo de Cuba); su animadversión hacia Occidente, y en particular hacia los que saben en su fuero interno que fueron sus vencedores, los Estados Unidos, es tan irracional como inexpugnable. Por eso los políticos que explotan ese venero infernal tienen en Rusia las de ganar. En la sempiterna querella rusa entre eslavófilos y occidentalistas (slavionofily contra západniki), los primeros ganan por goleada y Putin es hoy su campeón.

Cháadaev, en sus Cartas filosóficas, de 1836, lo expresa sin tapujos:

«Nosotros los rusos no pertenecemos a ninguna de las grandes familias de la humanidad, ni a Occidente ni a Oriente, no tenemos la tradición de uno ni de otro. Existimos como si estuviéramos fuera del tiempo y la cultura universal del género humano no nos concierne».

El majestuoso Lérmontov, el Byron de alma rusa, también vivió en el Cáucaso de joven, donde tuvo conocimiento cercano de las luchas eternas entre cosacos y guerrilleros musulmanes. Las vivencias caucásicas lo marcaron a fuego, como le pasó a Tolstói, y volvió a Moscú turbado por la conciencia de la «imperfección» rusa en esa región (tomo la expresión de Víctor Andresco). A Putin le toca lidiar con la imperfección rusa en Ucrania, y ha decidido tirar de sable y no de bisturí. Quién sabe si es verdad que ha leído a Lérmontov y se inspira en estos versos:

«mas la vela, rebelde,
busca la tempestad
como si en ella hubiera calma».

Si la guerra de Crimea cambió la vida de Tolstói, otro suceso traumático ―su prisión y su casi fusilamiento― cambió la de Dostoievski, que abandonó toda visión pragmática de la vida y, a través de un intensa espiritualidad, fue a dar con sus huesos en el paneslavismo. El gran Dosto no escapó de una secuela típica de estos amores «étnicos», y su amor por la madrecita Rusia se nutrió del odio hacia Occidente, algo que recalcó con fuerza en sus cartas, mientras viajaba para curarse de su epilepsia por clínicas y consultas de… lo adivinaron: ¡de Occidente! Esos viajes curativos reafirmaron su convicción de que los occidentales somos espiritualmente inferiores a los rusos.  Se diría, pues, que Putin sí lee a Dostoieveski, aunque también podría acariciar, como excusa, la idea mesiánica de Tolstói cuando, al principio de Guerra y Paz, pone en boca de Anna Pávlovna: «Sólo Rusia debe ser la salvadora de Europa». Aunque nos desprecie, querría salvarnos de nosotros mismos.

Mi idea sobre la relación que pueda dibujarse entre Putin y la literatura de su país es muy parecida a la del profesor de filología eslava Andrew Kaufman: Putin abraza la fe de Dostoievski en la excepcionalidad rusa y desprecia la fe tolstoiana en la universalidad de la experiencia y la ética humanas (aunque no fue nunca un admirador de lo que él veía como valores occidentales). Si esta conclusión es correcta, lo de Ucrania está harto complicado. La guerra ha llegado a un punto en el que no puede predecirse si el ya gravemente perturbado y acorralado Putin (¿cómo se dirá en ruso «el tiro por la  culata?») usará armas nucleares.

Lo que sí debería ser predecible, puesto que debería estar detalladamente prevista, es la respuesta de la OTAN si lo hace.

Me gustaría mucho saber que hay respuestas previstas, que hay políticos dispuestos a darlas y que los socialdemócratas suecos (almas bellas donde las haya) no tendrán sillas en la situation room

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