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Opio audiovisual: las drogas en la pantalla

En el siglo XXI, estas sustancias siguen despertando el interés de cineastas y realizadores televisivos

Opio audiovisual: las drogas en la pantalla

Johnny Depp y Tobey Maguire en 'Miedo y asco en Las Vegas'. | Universal Pictures

Durante las últimas décadas, Estados Unidos ha enfrentado y todavía enfrenta una crisis de salud pública de proporciones alarmantes: la crisis de los opioides. Ésta tuvo sus raíces a principios de los años 80, cuando el país americano se encontraba inmerso en un período de profundos cambios sociales, políticos y culturales. Asimismo, tuvo que enfrentarse a otro gran monstruo. Los años 70 ya fueron testigos de una significativa subcultura de consumo de drogas, que abarcaba desde el uso recreativo hasta el abuso crónico y la adicción debilitante. Esta época se caracterizó por la intersección de la música, el activismo político y el aumento del consumo, lo que generó múltiples debates sobre la legalización y el papel del gobierno en la regulación de las sustancias psicoactivas. A medida que el gigante americano intentaba comprender y abordar el fenómeno de la adicción, las producciones audiovisuales iban dibujando ese recorrido.

Entre las cintas indispensables a la hora de abordar este asunto, destaca El hombre del brazo de oro (1955), un drama dirigido por Otto Preminger. La película de Preminger es pionera a la hora de mostrar abiertamente esta realidad. Frankie Machine, interpretado por Frank Sinatra, es un exludópata con problemas de adicción a la heroína que busca una nueva vida como baterista de jazz. Frankie lucha por mantenerse alejado de sus adicciones mientras enfrenta la presión de su entorno y su propio pasado.

En los inicios, los cineastas mostraban a los drogadictos como personas despreciables y sin futuro más allá de la jeringuilla, reflejando el pensamiento de la mayor parte de la sociedad de la época. Sin embargo, en los años 60 y 70, una desafiante etapa de cambios culturales y sociales, la representación audiovisual de las drogas comenzó a cambiar. Películas como Easy Rider (1969) exploraron el uso de drogas como una forma de rebelión y búsqueda de experiencias alternativas.

A medida que pasaron los años, el dibujo de las drogas se volvió más matizado y complejo. La década de 1980 trajo consigo la «Guerra contra las Drogas», una política gubernamental que influenció la forma en que, desde Estados Unidos, se abordaba el tema en la pantalla. Esta decisión cambió esa cara sonriente, rebelde y aventurera por una cara triste, desesperada y abatida. Junto a películas que mostraban el verdadero peligro y la devastación del consumo de drogas, enfocándose en las consecuencias a posteriori, nos encontramos con otras que abordan el narcotráfico o las subculturas urbanas condicionadas por estas substancias. Películas como Scarface (1983), Trainspotting (1996) o Miedo y asco en Las Vegas (1998) sirven para entender esa evolución desde ángulos muy personales y diversos.

Con la llegada del siglo XXI, la introducción de las drogas como elemento esencial de cualquier película o serie se ha banalizado, e incluso normalizado. Por ejemplo, en Breaking Bad, creada por Vince Gilligan, el personaje principal pasa de ser un humilde profesor de química a convertirse en un ‘cocinero’ y traficante de metanfetamina para asegurar el futuro de su familia, ilustrando a la perfección cómo la desesperación económica puede impulsar a las personas hacia este oscuro y sombrío mundo.

Walter White y Jesse Pinkman en Breaking Bad

La crisis de los opioides bajo la lente de Netflix

Entre la inmensa oferta de títulos relacionados con este asunto, destaca en los últimos tiempos uno en concreto. La multinacional nos presenta una miniserie, Painkiller (Medicina Letal), creada por Micah Fitzerman-Blue, que exhibe la introducción de OxyContin en la vida de los estadounidenses, que ante la desesperación por sus fuertes dolores crónicos, depositan toda su confianza en ese «milagroso» fármaco. Un relato basado en hechos reales que inicia en cada capítulo con testimonios de familiares que perdieron un ser querido por culpa de la OxyContin y que cuenta con las actuaciones de Matthew Broderick, Taylor Kitsch, Uzo Aduba, West Duchovny, Dina Shihabi, John Rothman, Jack Mulhern y Ron Lea, entre otros.

El caso OxyContin ejemplifica a la perfección cómo la promoción agresiva de un medicamento por parte de la industria farmacéutica puede tener consecuencias devastadoras para la salud pública. OxyContin, fabricado por Purdue Pharma, fue un analgésico opioide que se comercializó bajo el paraguas de ser una solución revolucionaria para el manejo del dolor crónico. Sin embargo, su lanzamiento y promoción desencadenó una crisis sin precedentes en Estados Unidos y generó una gran controversia. Una vez OxyContin fue introducido en el mercado, Purdue Pharma promociona el medicamento como una pastilla salvadora y que alivia el dolor durante 12 horas, minimizando así el riesgo de abuso y adicción. Toda esta teoría se ampara en que una sola dosis al día sería suficiente para tratar el dolor crónico, reduciendo así una potencial adicción.

El dinero por encima de la salud

Los Sackler, propietarios de Purdue Pharma, fueron una familia de empresarios sin escrúpulos cuyo único objetivo era facturar beneficios. Por ello, empezaron a distribuir la «milagrosa» pastilla a través de unas agresivas estrategias de marketing, que más que alertar de los beneficios a médicos y profesionales sanitarios estadounidenses, lo que realmente hacían era sobornarlos con grandes cantidades de dinero a cambio de recetar el medicamento en dosis continuadas, exagerando la efectividad y minimizando cualquier tipo de adicción al fármaco.

A medida que avanzan los capítulos, los estragos de OxyContin se van volviendo más que evidentes. La duración del alivio ni se acercaba a las 12 horas, provocando que algunos, inicialmente pacientes, buscasen dosis más frecuentes, llevándoles irremediablemente a desarrollar una gran dependencia y adicción a la «pastillita de colores». 

Matthew Broderick protagoniza Painkiller de Netflix

La controversia estalla cuando queda demostrado por parte de un grupo de abogados e investigadores que Purdue Pharma había minimizado y ocultado los riesgos de adicción y abuso asociados con OxyContin en su estrategia de marketing. Gracias a testimonios de algunos trabajadores de la empresa y que por desgracia habían probado el fármaco, en 2007, la compañía y tres de sus ejecutivos se declararon culpables de cargos criminales relacionados con la promoción engañosa del medicamento y acordaron pagar una multa de más de 600 millones de dólares. La Casa Blanca trató de conseguir esta resolución interponiéndose en el caso a través de una llamada al equipo judicial que se presentaba como acusación.

Según se revela en las cartas finales de la serie, se calcula que más de 300.000 personas han muerto en las dos últimas décadas por sobredosis de analgésicos de venta con receta como OxyContin, y ningún miembro de la familia Sackler, incluidos los hermanos de Richard Sackler, Arthur Sackler, Mortimer Sackler y Raymond Sackler, ha sido acusado penalmente por el mal manejo de OxyContin y las muertes por sobredosis causadas por el fármaco.

Cabe destacar, que este medicamento se sigue comercializando en España, pudiendo encontrarse en hospitales y clínicas sanitarias. A pesar de ello, en nuestro país la restricción a la hora de comprar cualquier medicamento es mucho mayor que en Estados Unidos y las barreras de seguridad para prevenir estos casos de adicción y controlar situaciones sanitarias son más estables.

Toda esta representación opiácea y química en el cine y televisión puede influir en la percepción pública del tema. Por un lado, pueden aumentar la conciencia sobre las consecuencias y los peligros del consumo de sustancias y aumentar una mayor atención a una crisis de salud pública. Por otro, también podrían perpetuar estigmas y prejuicios hacia las personas que luchan contra la adicción, disfrazándose de víctimas o criminales.

Además, esa crítica a través de lo audiovisual puede llegar en algunos casos a influir en la opinión pública y ejercer presión a los legisladores para que tomen medidas más contundentes en la prevención y el tratamiento de la adicción. Sin duda alguna la atención mediática podría desencadenar un mayor enfoque en la necesidad de recursos para la rehabilitación y la educación sobre el uso seguro de estos medicamentos en la sociedad estadounidense.

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