THE OBJECTIVE
Teresa Viejo

Navegando en el tiempo

Miramos a nuestros padres y los vemos viejos, desfasados. Repetimos el gesto con los abuelos y resulta peor. Como si solo la nuestra representara una sociedad de cambios, soslayando que ya antes ellos observaron por encima del hombro con prurito de modernidad a los que les antecedían.

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Miramos a nuestros padres y los vemos viejos, desfasados. Repetimos el gesto con los abuelos y resulta peor. Como si solo la nuestra representara una sociedad de cambios, soslayando que ya antes ellos observaron por encima del hombro con prurito de modernidad a los que les antecedían.

Miramos a nuestros padres y los vemos viejos, desfasados. Repetimos el gesto con los abuelos y resulta peor. Como si solo la nuestra representara una sociedad de cambios, soslayando que ya antes ellos observaron por encima del hombro con prurito de modernidad a los que les antecedían. Si me gusta escribir sobre tiempos pasados es porque contribuye a borrar clichés: también entonces se reivindicaban los avances como si nunca antes hubieran existido. Recomiendo ponerse en los zapatos del otro a fin de entender que los anhelos humanos son siempre los mismos y pasan por doblegar al medio; en concreto el aire y el agua pertenecen a las obsesiones de una especie desde que el hombre es bípedo y argumenta sonidos inteligibles. Cruzar el cielo con alas de pájaro o andar sobre el agua con pies ligeros, ¿quién no ha soñado alguna vez con ello? Los coches anfibios de la imagen que acogen a los domingueros de turno para llevar la cesta de picnic al otro lado del lago se idearon en los sesenta como paradigma de la innovación en una sociedad que reinventaba a cada rato las tendencias, convencida de que lo suyo era más vanguardista que lo anterior. La moraleja pasa por nuestra condescendencia hacia aquellos modernos que a los que hoy juzgamos carcas, pues en su momento bailaron ritmos rompedores, vistieron prendas imposibles, coquetearon con lo legal y lo ilegal, se cortaron el pelo al uno o se lo dejaron crecer como no entendían sus padres y amaron con la misma rebeldía que lo hacemos nosotros. No hay nada más revolucionario que el espíritu de un padre, por muy abandonado que se vea sobre el sofá con el mando a distancia en la mano. Ellos, igual que el Amphicar, también jugaron a cambiar el mundo. 

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