THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

Votar en Chamberí

Como muchos votantes, el domingo estaba inquieta. Me había creído que era posible que Vox alcanzara muchos más escaños –hasta 60 llegué a imaginarme–. Votaba en la misma calle en la que está la sede, así que pensé que sería un caladero para ellos.

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Vivo en Chamberí desde hace tres años. Antes vivía en la calle Desengaño, en Malasaña, y, a pesar de que era un poco difícil la vida ahí con hijos, por las aceras estrechas, los excrementos animales, el olor a pis, las latas de cerveza, etc., aún lo echo de menos. A veces. Una, cuando Vox[contexto id=»381728″] puso la sede de su partido prácticamente en la puerta de mi casa. Otra, cada vez que voy en metro con el carrito y me acuerdo del maravilloso ascensor de la estación de Callao.

Como muchos votantes, el domingo estaba inquieta. Me había creído que era posible que alcanzaran muchos más escaños –hasta 60 llegué a imaginarme–. Votaba en la misma calle en la que está la sede, así que pensé que sería un caladero para ellos.

Por la tarde, había una furgoneta de la policía nacional y cuatro agentes en la esquina de enfrente que me hicieron pensar en ese rezo infantil de antes de dormir que alguna vez me cantaba mi abuela, cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan. No eran angelitos: eran señores hechos y derechos, altos y fuertes, que sonrieron al ver a mi hijo cruzar en bici, con casco y chupete, a toda la velocidad que le permiten sus piernas de niño de dos años. La cama que protegían era la sede de Vox, claro, pero pensé que me protegían a mí también. En la otra esquina, militantes de Vox se agolpaban en la puerta del bar que han convertido en su parroquia. Fumaban, bebían, reían.

A mi novio y a mí nos preocupaba que tuvieran muchos escaños. Pero también que al estar tan cerca de su sede no pudiéramos olvidarlo ni siquiera un minuto.

Cuando se publicaron los datos de la encuesta a las ocho de la tarde, le dije a mi novio que el silencio en la calle era, sin duda, una señal de que no Vox no lo estaba petando tanto. Como siempre que se usa sin duda, en realidad, sí dudaba: hasta que no estuviera la mitad del escrutinio no me fiaba. Respiré, por fin, porque creo que ese es el techo de la ultraderecha en España. Antes estaban contenidos en el PP, y se han ido porque creen que hace falta mano dura en general y, en particular, con el independentismo. Respiré porque Steve Bannon no puede seguir atribuyéndose el mérito de una presunta estrategia trumpista infalible. Aquí falló. Como ha contado Almudena Ariza en Twitter que se dice en Nueva York, España ha sido el primer sitio donde han fracasado Napoleón y Bannon. Pero la felicidad nunca puede ser completa, y esto ha sido solo el primer capítulo: quedan todavía las europeas, las municipales y las autonómicas. Y además en Garrapinillos, Zaragoza, Aragón, nuestro Ohio, donde votaba hasta estas elecciones, Vox fue la segunda fuerza más votada. No todas las casualidades sirven para hablar de la belleza del mundo.

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