THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

¿Dónde nos encontramos?

«Ya se notan los primeros signos de irritación social. En Twitter empiezan a ser habituales tweets que pretenden la salvación moral propia ante el público congregado en la sala»

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¿Dónde nos encontramos?

Thomas White | Reuters

Qué lejos quedaron esas primeras semanas de confinamiento: el todo pasará pronto, el saldremos juntos, el saldremos mejor, la concordia naif. Lo cierto es que meses después de la declaración del estado de alarma la realidad nos recibe con lo opuesto: la pandemia no ha remitido, la desazón nos acompaña, la incertidumbre general nos preocupa y se perciben ejemplos de una sociedad rota -como ha escrito Daniel Capó en este texto-.

Ya se notan los primeros signos de irritación social. En Twitter empiezan a ser habituales tweets que pretenden la salvación moral propia ante el público congregado en la sala. Tweets con dosis de simplismo, de demagogia y de displicencia para quienes no tienen por qué haber incumplido las recomendaciones o desobedecido las leyes. Se hacen responsables, de manera general, en la abstracción, a quienes se han ido a la playa o han decidido hacer planes con amigos. Por lo leído, estos comentarios tan desproporcionados tienen exitosa aceptación -estar de acuerdo con ellos también es una forma de gozar la indulgencia plenaria-. Aunque son unos señalamientos y actitudes que mejor evitar, pues no suelen terminar bien.

Claro que es un hecho el descontrol de la epidemia en España. Y claro que la libertad de desplazamientos y el contacto físico han contribuido a la propagación de los nuevos brotes. Pero hay que recordar que la casuística es tan compleja que ni siquiera hay un consenso de mínimos a la hora de encontrar motivos de por qué esta coyuntura. De los gestores de lo público, quienes no tienen culpa de esta pandemia pero sí una responsabilidad sobre el control de la pandemia, intuimos que no hay mucho planificado para el futuro. La rueda de prensa que ayer dio Pedro Sánchez se parece mucho a lo de siempre: artificiosa escenificación que en el mejor de los casos llega tarde.

Sí se ha dedicado mucho tiempo a debates que no van más allá de la bronca tuitera, como la desconcertante explicación sobre la diferencia entre el acoso puntual a un político y el acoso de varios días a otro político; también se han echado horas charlando y escribiendo de la política interna de los partidos: visto desde la distancia de los días, la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo ha generado una atención algo exagerada. En cambio, poco tiempo hemos empleado en temas que realmente afectan a la mayoría de la sociedad. El Ingreso Mínimo Vital apenas llega a las casas –según este reportaje de la periodista María Zuil-. La necesidad empieza a ser una constante y la izquierda no ofrece más que lo que la politóloga Aurora Nacarino-Brabo denomina un discurso performativo. La apariencia. La pose. La propaganda. Por supuesto, contamos con una derecha liberal prácticamente desaparecida y con una derecha reaccionaria más preocupada en hacer ganancia que en contribuir a una mejora común -aunque desde un discurso muy patriótico, se entiende-.

Entre la apariencia de que algo se está haciendo, con restricciones que serán necesarias pero acaso estéticas -el ocio nocturno, el fumar-, entre una sociedad cada vez más preocupada, y tensa entre sí -una situación que se irá agravando a medida que pasen las semanas y llegue el otoño-, entre el cansancio social y la incertidumbre respecto de nuestra economía -las expectativas son desoladoras-. Así nos encontramos: desorientados, un tanto perdidos. Con rebrotes que se suceden, con una sociedad cansada, preocupada e irascible entre sí, con una política que da sensación de ir siempre en defensa propia. Con exquisita teatralidad.

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