THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

Enemigos imaginarios

«En esas declaraciones de Monedero se resumen años de política populista, donde no importaba tanto solucionar un problema»

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Enemigos imaginarios

David Fernández

Como los niños que imaginan amigos, también hay adultos que imaginan enemigos. Es el caso, por ejemplo, de Juan Carlos Monedero, quien dijo en su cuenta de Twitter que «es curioso que cuando la bandera española se identifica con algo hermoso, la derecha se indigna. Les molesta menos una bandera republicana que una mujer negra con la bandera roja y amarilla. Luego se extrañan de lo difícil que se nos hace esa tela coloreada en cuyo nombre roban». Como escribe Rosa Belmonte, en redes ocurre un curioso fenómeno: la creación de odios a la medida de unas ideas. Es decir, si una persona piensa X, tratará de construir a alguien que piense Y para así justificar la necesidad de unas ideas X. En esas declaraciones de Monedero se resumen años de política populista, donde no importaba tanto solucionar un problema -la juventud sin futuro, la casta, el machismo, los cuidados, la salud mental- como señalar esos problemas para obtener protagonismo y espacio político. La adversidad general hecha puente para acaparar poder.

Es muy habitual lo de recrearse en el odio para construir una identidad. Para reafirmar una idea. Otro caso singular es el de la portada de El País Semanal, donde se fotografía a dos chicos besándose. Leímos cómo algunos tuiteros celebraban y se alegraban de «molestar» a otros usuarios de esta red social. Pero por más que se buscaba era difícil encontrar molestia alguna -más allá de las imaginaciones de algunos-. Es un poco como aquellos que culpan a Soros -o a cualquier ficción por el estilo- de todos los males de nuestro tiempo. Hay que sospechar de aquellos que fabrican culpables exclusivamente entre los contrarios. Es igual que aquellos que usan el plural para defender causas personales. Es igual que aquellos que siempre expresan su opinión no para proponer, sino para reprochar. Algo traman.

Un episodio similar de lo que estamos hablando es el caso de Ana Iris Simón. Hemos visto, durante meses, cómo se tergiversaban las ideas de una escritora cuyo ideario, si se atiende sin prejuicios, es un ideario de izquierdas -o de una izquierda-: antiglobalización, antiliberal, obrero. Resulta asombroso que se tenga tanta tirria a una persona por manifestar un criterio y resultan desconcertantes los comentarios que hemos leído sobre las intenciones de la autora, o sobre por qué ese éxito editorial: que si Iván Redondo planeó la intervención de la escritora en la Moncloa, que si es una mujer de discurso falangista. Son apuntes que sólo se explican de dos maneras: o no se ha leído el libro, Feria, o se deben a esa necesidad del ideólogo de inventar enemigos ficticios; es decir, de inventar razones que le den la razón.

El tema es forzar una realidad para adaptarla a mis prejuicios. Insistir a los demás -estos ideólogos son personas muy insistentes-, y a uno mismo, de lo necesarias que son mis ideas para resolver un problema o para interpretar otros. Con tal de tener la razón, de creernos en posesión de ese lado correcto de la historia, elaboramos adversarios a la medida, construimos problemas a nuestro antojo.

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