THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

El final del camino

«Para muchos, con la caída esperpéntica de Kabul se ha acabado la era americana y queda un vacío de poder que la China comunista/capitalista, cada día más dictatorial pero cada día más rica y avanzada, se esfuerza por colmar»

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El final del camino

Leah Millis | Reuters

Han sido tres cuartos de siglo, inaugurados triunfalmente en las playas de Normandía y la sala de juicio de Nuremberg. Estados Unidos se convertía en la primera potencia mundial y lo hacía en nombre de la democracia, la libertad personal y el capitalismo como forma de organización económica. Por desgracia para muchos, y felicidad de unos cuantos, el camino no ha sido de rosas, sino que cada gran iniciativa política y/o militar estadounidense ha acabado con más lágrimas que vítores: Corea, Cuba, Vietnam, Irak, Afganistán… Incluso los más apreciados de los presidentes norteamericanos que se han sucedido han demostrado una impericia en asuntos internacionales tal que el crédito de la gran potencia liberal se ha ido encogiendo mientras sus líderes regresaban poco a poco al aislacionismo. Y para muchos, con la caída esperpéntica de Kabul se ha acabado la era americana y queda un vacío de poder que la China comunista/capitalista, cada día más dictatorial pero cada día más rica y avanzada, se esfuerza por colmar.

Los acontecimientos, que podrían precipitarse a partir de ahora, no sólo son inquietantes sino que se insertan en el marco de un mundo desequilibrado en demasiados terrenos. La pandemia, claro está, y la urgencia climática que con este verano anegado de agua y arrasado por las llamas ha cobrado ciertos tintes de desesperación, probablemente prematuros pero que están calando hondo. Y, políticamente, las soluciones populistas más diestras o más zurdas: en América la farsa indigenista y bolivariana, heredera del castrismo/guevarismo, sigue causando hambre, desorden, corrupción y destrucción de una civilización hispánica que fue prometedora; en Europa, países supervivientes del imperio soviético como Polonia y Hungría adoptan con entusiasmo leyes antidemocráticas que pueden partir la UE, de hecho ya partida por una suerte de caricatura de ‘tory’ decimonónico llamado Boris Johnson. Y para país partido o a punto de estarlo, la España de las alianzas menos santas imaginables.

Es muy difícil tener esperanza ante el próximo par de decenios con una Humanidad que se ha venido debajo de tal forma. Lo que se puede intentar desde los gobiernos mínimamente liberales que seguirán en pie es salvar su sistema a fuerza de restablecer la cohesión social. Desde Nueva York hasta Barcelona estamos viendo sociedades rotas, con unos grados de enfrentamiento que habíamos olvidado. Los nacionalismos, pura ficción racista crecida desde el siglo XIX, no tienen fácil salida, pero las inmensas distancias sociales que la desregulación salvaje del último medio siglo ha creado sí podrían suavizarse, y ello automáticamente facilitaría otras soluciones.

Dicho en pocas palabras, hay que restablecer una clase media que rompa con esta tendencia al mundo de tres o cuatro hipercapitalistas y millones de ciudadanos cada vez más pobres y desmotivados. Ese deterioro nos parece subyacer en muchos de los conflictos perdidos del siglo XXI, incluso los que aparentemente no tienen nada que ver con ello. Pero ha sido escandaloso: en Estados Unidos los jefes de empresa han visto crecer sus ingresos un 940% desde 1978, y sus empleados sólo un 12%. Los ‘baby boomers’ nacidos en aquella primera posguerra controlaban, al cumplir los 30 años, un 22% de la economía norteamericana; los treintañeros de 2021 poseen un 5% de esa economía.

Los españoles saben bien lo que están ganando sus hijos, cuando logran ganar algo en un país con un paro total, y no digamos el paro juvenil, absolutamente desbocados, y que salvo las instalaciones energía eólica y solar no parece haber encontrado muchas vías nuevas de desarrollo más allá de su recurso al turismo masivo y su envejecida estructura industrial heredada del franquismo.

La tarea es enorme en todas partes, y los políticos de fuste parecen haberse desvanecido. En Estados Unidos, por el interés general, y en España, porque algunos nos resistimos a asistir a su defunción orquestada, tienen que surgir las personas y los grupos con la capacidad suficiente para corregir ese neofeudalismo financiero y las injusticias flagrantes. Y la desesperación, camino seguro hacia los extremismos. Si no, igual el camino lo acabamos de tapar los seres humanos antes de que la haga el CO2.

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