THE OBJECTIVE
David Mejía

Colón en América

«La celebración del 12 de octubre tiene una genealogía distinta: no procede del neoclasicismo anglosajón del XVIII, sino de la inmigración italiana de finales del XIX»

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Colón en América

Robin Canfield | Unsplash

La historia contemporánea de Estados Unidos puede contarse a través de la figura de Cristóbal Colón. Y no me refiero a las hazañas marítimas, sino de la evolución dialéctica del mito. En menos de un siglo lo hemos visto mutar de símbolo de la inclusión a epítome de la opresión.

¿Qué hacer con el 12 de octubre? ¿Qué hacer con ‘Columbus Day’? La historia nacional de Estados Unidos hunde su raíces en el mito de Colón y no solo lo demuestran las estatuas, ni su lugar en los libros de Historia, sino su omnipresencia en el territorio a través de la voz ‘Columbia’.

Columbia es la personificación nacional femenina del país y del Nuevo Mundo. Incluso ha sido empleada como sinónimo del gentilicio (inexistente en inglés) ‘estadounidense’. Fíjense, la Exposición Universal de 1893, celebrada en Chicago, se llamó World’s Columbian Exposition (Exposición Universal Colombina). Y la canción patriótica Hail Columbia es nada menos que el himno no oficial de la nación. ‘Columbia’, como topónimo neolatino, está presente hasta en la misma capital: Washington Distrito de Columbia. Su nombre resuena en la productora Columbia Pictures y en mi querida alma mater, la universidad de Columbia.

La celebración del 12 de octubre tiene una genealogía distinta: no procede del neoclasicismo anglosajón del XVIII, sino de la inmigración italiana de finales del XIX. Y no nació para conmemorar un genocidio, como ahora se escucha, sino para reivindicar la igualdad racial de los italo-americanos.

La inmigración escandinava, anglosajona y germánica consideraba a los italianos racialmente inferiores; no solo no eran blancos, además eran católicos, como los irlandeses. A principios del siglo XX, la discriminación étnica y el discurso de odio contra ellos estaba a la orden del día. Y por eso reivindicaron la sangre genovesa de Colón, para emparentarse con el descubridor de América y reclamar su derecho a ser americanos.

Muchos WASPs prefirieron prescindir de Colón antes que aceptar a los italianos como compatriotas. Optaron por rastrear su linaje europeo entre los vikingos, que eran más rudimentarios, pero también más blancos, y la contaminación racial se temía más que la peste. Y así fue como surgió el mito de Leif Erikson. En todo caso, la presión de italianos e irlandeses tuvo su recompensa: Colón pasó a ser un emblema del sueño americano, país de inmigrantes transoceánicos y sueños cumplidos. En 1934, el Congreso votó a favor de reconocer el Día de Colón como fiesta nacional.

La fiesta que surgió para ampliar el perímetro de pertenencia hoy se denuncia como símbolo de la hegemonía eurocentrista, la supremacía blanca y la opresión de los pueblos indígenas. La lección es simple: los símbolos cambian cuando cambian los tiempos, no al revés. Los mitos caen siempre antes que las estatuas.

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