THE OBJECTIVE
Beatriz Manjón

Usted no sabe vivir

«El discurso moralizador nos descubre que vivimos mal, recordamos peor, nos relacionamos pésimamente y nos preocupamos por lo que no debemos»

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Usted no sabe vivir

Kay Nietfeld | DPA

Para descubrir el país de las maravillas, siga el consejo de la suerte de la prensa moralizante. ¿Le parece su piso pequeño? ¡Deshágase de la mesa del comedor y se creerá en Versalles! ¿Qué hombre moderno querría mantener un espacio para la charla, alejado de las pantallas, donde exista la posibilidad de discrepar y de celebrar la Navidad? Mejor comer en la cama, que las migas son un exfoliante sostenible. ¿La luz le resulta cara a todas horas? ¡Alégrese! Por fin puede poner la lavadora cuando le venga en gana. Y si no le llega el sueldo para tampones, opte por un «paño femenino reutilizable». Ahuyentará las «miradas impúdicas» ondeando la bandera roja como Hipatia de Alejandría y, además de ser vintage, reducirá su impacto en el planeta y las ansias de viajar. ¡Con lo tranquilo que se conoce mundo con Google Maps!

Hay que agradecer este tipo de periodismo aleccionador que nos enseña a discernir lo malo de lo bueno y a existir correctamente, porque a saber qué sería de nosotros si no, todo el día zampando dónuts o bajo la ducha, y contribuyendo a la deforestación del feminismo cada vez que nos depilamos las axilas. El discurso moralizador, que impregna asimismo el cine, la literatura, el arte o la política, nos descubre que vivimos mal, recordamos peor, nos relacionamos pésimamente y nos preocupamos por lo que no debemos: nos agobia la subida de la cuota de autónomos, la luz, la cesta —¡la gesta!— de la compra, cuando lo alarmante es que el rural español no emule Brokeback Mountain. 

Esta catequesis mediática, que trivializa lo importante y da relieve a lo banal, es el sueño de un gobierno ineficaz, pues estimula la resignación y traslada la responsabilidad al ciudadano con la coartada de la sostenibilidad: solo un obtuso no vería en la crisis del gas una oportunidad para pasarse a la hamburguesa de garbanzos. Pero, ante todo, es un negocio que no busca la conversión tanto como la provocación: cuanta más indignación, más repercusión en las redes y más publicidad. Nulo favor al ecologismo sensato.

La moral es el cuaderno Rubio de la vida: contiene los vicios particulares entre sus renglones; no puede ser, por tanto, arribista, pero hoy el oportunismo es la nueva moralidad. En este estado del bien quedar, de laicidad paradójicamente santurrona, cualquier día habrá que firmar un consentimiento para ir al tocador de señoras o se hará realidad la greguería de Gómez de la Serna: perseguirán las conjunciones copulativas.

Vivimos en una sociedad donde los individuos no se conforman con hacer lo que creen correcto, sino que ponen todo su empeño en decirle al prójimo lo que es incorrecto, y donde prevalecen los sermones sobre las ideas. El predicador mediático, en lugar de fiscalizar al poder, fiscaliza al ciudadano; en vez de denunciar una realidad encarecida, llama a abaratar nuestras costumbres y aspiraciones. Hombre, si hay algo económico es morirse: está al alcance de cualquiera. Pero nada de enterrarse o incinerarse, que también contamina. Sea un muerto útil, sirva de compost, ¡esté de huerto presente! 

Acabará siendo todo sostenible menos la vida.

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