THE OBJECTIVE
César Calderón

En defensa de la disciplina de voto

«Solo son gobiernos estables los que están apoyados por la mayoría disciplinada de un partido»

Opinión
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En defensa de la disciplina de voto

Soy un fanático de los Monty Python, probablemente los humoristas que mejor han sabido diseccionar tanto el carácter británico como las numerosas y desconcertantes parafilias que sufren los habitantes de aquellas brumosas islas.

Pues bien, en su película más celebrada, La vida de Brian, una de las escenas más felices reúne alrededor de una mesa a varios conspiradores del Frente Popular de Judea cuyo líder comienza su discurso lanzando una pregunta pretendidamente movilizadora al resto de los conjurados: «¿Que han hecho los romanos por nosotros?».

Lejos de callarse, los confabulados comienzan a desgranar todo lo que había hecho el imperio romano por el secarral israelí desde su conquista: carreteras, acueductos, alcantarillado, irrigación, sanidad, enseñanza, baños públicos, seguridad en las ciudades…

Visiblemente enfadado, el líder de la revuelta trata de minimizar el desastre componiendo una de las frases más maravillosas de toda la película: «¿Y además de carreteras, acueductos, alcantarillado, irrigación, sanidad, enseñanza, baños públicos y seguridad en las ciudades, qué han hecho los romanos por nosotros?»

Si la han visto (y si no lo han hecho, no sé a qué esperan) coincidirán conmigo en que es una escena absolutamente desopilante y además muy similar a lo que ha pasado en el opinódromo patrio tras la votación para la renovación de los vocales del tribunal constitucional, una masa enfurecida que tras años criticando a PP y PSOE por no ponerse de acuerdo en nada, al producirse este en la votación mencionada les ha faltado tiempo para agarrar las antorchas y quemar en pira pública a los diputados que siguieron las instrucciones de sus partidos mientras elevaban a los altares a los 11 filibusteros con acta congresual y despacho en la Carrera de San Jerónimo que se saltaron la decisión democrática de sus formaciones y todo ello mientras se preguntaban aquello de «¿qué ha hecho la disciplina de voto por nosotros?».

Y es que a pesar de las groseras simplificaciones que hemos podido leer, ver y escuchar estos días, la necesariedad de la disciplina de voto no es un tema en absoluto sencillo de explicar a pesar de que es una de las claves de bóveda del funcionamiento de nuestro poder legislativo, de la estabilidad de nuestros gobiernos y sobre todo, de la cohesión de nuestras instituciones, un principio general del parlamentarismo sin el cual, por solo poner un ejemplo, la UCD de Calvo Sotelo y antes de Adolfo Suárez se reventó la cabeza teniendo que convocar elecciones antes de tiempo por culpa de la grosera indisciplina de su grupo parlamentario. Hablo del año 1982, no hace tanto tiempo para que algunos periodistas alfa de lomo plateado que vivieron aquel lamentable espectáculo y que ahora critican la disciplina de voto lo hayan olvidado.

La paradoja del doble mandato

El origen de la mencionada complejidad reside en la paradoja del doble mandato que pesa sobre los diputados: el del elector y el de su partido y que tiene como consecuencia un choque entre el mandato representativo y el mandato imperativo, es decir, por un lado el diputado debe fidelidad al programa, ideología, valores y  siglas del partido en cuyas listas ha sido elegido y por otra a los electores de su provincia, los que le han votado.

Según los defensores de convertir el parlamento en un chiquipark, estos dos mandatos viven una tensión permanente que obliga a los diputados a sufrir un constante desasosiego al tener que elegir prácticamente a diario entre, por un lado los supremos intereses de los electores de su bella provincia y/o sus altos e irrenunciables valores éticos personales y por otro lado el despótico mandato de su partido.

Nada más lejos de la realidad, un simple vistazo a la vida parlamentaria en todos nuestros años de democracia demuestra que casi el 100% los casos de indisciplina parlamentaria nada tienen que ver con ese supuesto conflicto sino más bien con el elefantiásico ego de algunos diputados siempre prestos a anteponer sus intereses personales a las estrategias de su partido.

Ni la ideología, ni la ética, ni la correcta representación de los intereses de sus -insisto- bellas provincias tienen que ver con las deserciones bucaneras de los diputados díscolos.

Beneficios de la disciplina parlamentaria

Si entendemos que la estabilidad política beneficia a la nación, cosa en la que yo creo firmemente, la disciplina parlamentaria es el driver necesario para conseguirla, ya que permite simplificar el proceso de negociación entre gobierno y partidos con el fin de aprobar la agenda legislativa salida de sus programas electorales y, de esta manera, evitar el bloqueo institucional.

Porque miren, solo son gobiernos estables los que están apoyados por la mayoría disciplinada de un partido o coalición. Solamente una oposición disciplinada puede aspirar a tomar el control del Gobierno y, ambas cosas, gobierno estables y una oposición lista para gobernar son dos elementos que sin duda favorecen al desarrollo de la nación y los intereses de los ciudadanos de infantería gracias a la posibilidad de aprobar políticas públicas con recorrido de forma sencilla.

Y un último dato empírico que espero provoque alguna reflexión: Gran Bretaña, el país más citado en editoriales y artículos de opinión como ejemplo a seguir en estos casos, un país con un modelo de elección uninominal mayoritario en el que los diputados tienen una -en teoría- mayor conexión con su circunscripción y mayores incentivos para el filibusterismo, tiene una tasa de disciplina por encima del 99%.

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