THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

El saqueo del Prado

«El problema no es tanto dónde colocar estas obras de arte, sino la sensación de que hay una mano, maléfica y estulta, que se las lleva para hacerlas suyas»

Opinión
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El saqueo del Prado

Dama de Elche | Paul Christian Gordon / Europa Press

Días atrás saltó la noticia: la directora general de Bellas Artes, Dolores Jiménez-Blanco, dimitía de manera repentina. Rápidamente se filtró que la renuncia había sido provocada por las presiones que ha estado recibiendo del equipo de Miquel Iceta, a la sazón ministro de Cultura, para trasladar piezas de arte como la Dama de Elche, los Toros de Costix o la Lex Flavia Malacitana fuera del Museo Arqueológico Nacional. Al calor de los identitarismos, no tardaron en emerger figuras que reclamaban para sí lo que no es necesariamente suyo. Con ese seseo encantador que aparece en Málaga como un rasgo picassiano de la lengua, surgieron voces que exigían también la vuelta de El fusilamiento de Torrijos a la Costa del Sol. Cambiaron el seseo por la euskarada para reclamar el Guernica allá en el norte. Otras voces, estas de esas que se dicen autorizadas, filtran que el Museo del Prado -perdonen la metonimia- se halla preocupado por un posible desfalco en sus colecciones. A Iceta, hombre inteligente en opinión del arriba firmante, ya le sitúan como la espada de la cultura federalista. Y, si no se quita el apelativo de encima, es porque le interesa mantenerlo. Ni siquiera el comunicado de Cultura desmintiendo que el plan se vaya a llevar a cabo ha tranquilizado a las masas, sabedoras éstas de que una mentira no penaliza ni poco ni mucho ni nada en este juego político moderno.

Hay varias razones, digamos, técnicas para rechazar el plan de dispersión y, pese a nombrarlas, no entraré en ellas. Y digo que no entraré en el deterioro que sufren estas piezas al ser trasladadas ya no centenares de kilómetros, sino apenas unos pocos metros. Y digo que no entraré en lo mucho que abarata costes el hecho de centralizar ese mantenimiento en un solo espacio, en cómo mejora la cooperación y eso que ahora los horteras llaman «sinergia». Y digo que no entraré en hasta qué punto el asunto contraviene el artículo 149.1.28 de la Constitución. Sin embargo, sí me detendré en otro asunto no tan técnico. Si se quiere, diría que me detengo en un terreno más emocional, ahora que las emociones movilizan tanta porción electoral. Y ese asunto es el compromiso que ciertos partidos han adquirido con la urgencia de liquidar una idea colectiva entre españoles, eso que Ortega llamó proyecto de vida de común, y que más que proyecto es una realidad histórica en peligro. El propio Iceta ya dijo que en España existen nueve naciones, que irán creciendo exponencialmente cuanto más acerques la lupa, pues si algo tuvo siempre este país fueron crisoles y matices.

Pese a que se desangran las humanidades en la enseñanza primaria y secundaria, lo cierto es que se demuestra día a día que la cultura sacude, como pocos ámbitos académicos, los cimientos de este páramo de asceta que mira ya al taifismo dándole el espinazo a eso que un día fue España. Elementos como la lengua, principal guiñol identitario en manos de políticos sin escrúpulos, el arte, la historia o la literatura pierden día a día el carácter universal que les mueve para ir encerrándose en terruños, colocando sobre sí absurdos posesivos: mío, tuyo, suyo; cuando si algo caracterizó al humanismo es otro posesivo: nuestro; esto es, precisamente, el carácter humano y universal del arte. Así que el problema, insisto, no es tanto dónde colocar estas obras de arte, sino la sensación de que hay una mano, maléfica y estulta, que se las lleva para hacerlas suyas. Decía Marañón, en esa faceta más de filósofo que de científico, que el progreso es siempre aspiración de universalidad. Pues eso.

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