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Pilar Marcos

La tiranía, como la covid, es contagiosa

«43 años después, quizá porque la libertad se da por supuesta y garantizada, avanzan por oleadas nuevas coladas de tiranía»

Opinión
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La tiranía, como la covid, es contagiosa

Congreso de los Diputados | WIKIPEDIA

Sólo una vez al año es 6 de diciembre y -desde hace sólo 43 años- es un día de jubilosa celebración. Conmemoramos la mejor decisión española de varios siglos: reconciliación, modernidad y apertura: ¡Democracia! Nada menos que democracia liberal con monarquía parlamentaria. Como hoy es 6 de diciembre, toca celebrarlo. 

Aquel día de 1978 hubo algunos problemas con el censo, por falta de costumbre en la cita con las urnas y porque se incorporó en ese momento a votar a los jóvenes de entre 18 y 21 años. Para la hemeroteca queda el recuerdo de algún que otro incidente porque algunas personas -debido a esos fallos de registro censal- no lograron emitir su voto, y porque el resultado no se conoció tan rápidamente como después nos hemos ido acostumbrando. Pero el resultado del escrutinio fue tan apabullante que esos problemas menores se arrumbaron pronto en el olvido: sólo un 8% de los españoles votó ‘no’ a la Constitución, con una participación de más del 67%. 

Por cierto, pidieron el voto en contra los partidos que pretendían la ruptura, como ERC (Esquerra Republicana de Cataluña) y HB (Herri Batasuna, la marca originaria de lo que hoy es Bildu); y pidió la abstención el PNV, cuyos diputados se habían ausentado de la votación del texto en el Congreso. Aunque se cuenta lo contrario, defendió el voto a favor AP (Alianza Popular). La especie de una presunta AP contraria a la Constitución proviene de que, en la votación en el Congreso, hubo cinco diputados de esa formación que votaron en contra. En aquellos tiempos, la disciplina de voto en los partidos no era tan férrea como se ha ido imponiendo después… aunque tal imposición vaya en contra del precepto constitucional que rechaza el mandato imperativo para los diputados.

El ‘sí’ masivo a la Constitución no tuvo excepciones. El respaldo en Cataluña no fue inferior al de cualquier otra región de España. En el País Vasco sí fue algo menor, pero incluso Guipúzcoa, que marcó el mínimo de apoyos, registró un 65% de ‘sí’ a la Constitución. 

Ese 6 de diciembre de 1978 el ansia de libertad ganó por goleada a todos los que hubieran preferido una u otra forma de tiranía. 43 años después, quizá porque la libertad se da por supuesta y garantizada, avanzan por oleadas nuevas coladas de tiranía. 

Este viernes, en la celebración (adelantada) en Madrid de la fiesta de la Constitución, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad, arrancó con una frase de Salvador de Madariaga: «La libertad es indivisible y la tiranía es contagiosa». Es una cita de sus primeras Mi respuesta que recogía la revista Ibérica, la publicación que dirigió Victoria Kent, entre 1954 y 1974, en el exilio. Aquellas respuestas fueron recopiladas en 1982 en un libro que aún puede encontrarse en alguna librería de viejo. 

La respuesta indivisible y contagiosa que citó Ayuso es algo más extensa: «Los desterrados de España ansían volver a España sin perder su libertad; los desterrados de la libertad ansían volver a la libertad sin perder su España. Ibérica se publica en este país de hombres libres para recordar a todos que la libertad es indivisible y la tiranía es contagiosa». La doble reclamación inicial de esto que escribió Madariaga es el gran éxito de la etapa que puso en marcha la Constitución de 1978: recuperar la libertad sin perder España y recuperar España sin perder la libertad. Por cierto, Salvador de Madariaga murió solo días después de aquel 6-D que hoy conmemoramos: el 14 de diciembre de 1978. Ocurrió en Suiza; tenía 92 años.

En otra respuesta posterior, Madariaga había añadido lo siguiente sobre la libertad: «Importa establecer que la libertad es el pan del espíritu humano; esencial para el alma del hombre». Más que como el pan, la imagino como el agua: imprescindible para la vida, se gana gota a gota, se pierde por litros y, en cuanto te descuidas, se evapora sin remedio. La tiranía también sería un fluido, pero viscoso, abrasador y destructivo. Quizá sea como la lava. Se extiende por oleadas y es tan contagioso como el peor virus. Y hoy al que más tememos es a la covid.

Rara es la semana en la que no vemos varias oleadas del virus de la tiranía infectando nuestras vidas… con la covid como acelerador de partículas. Ahí van tres ejemplos de los últimos días. 

El primero es increíble, pero, sorprendentemente, ha sido ya asumido como un elemento inevitable del paisaje: el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha condenado a la Generalitat por el «trato injustificado y discriminatorio» con el que descuidó la vacunación de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil, en relación a las vacunas suministradas a los Mossos d’Esquadra. Es decir, un Gobierno autonómico retrasa (elude, evita, descuida…) la vacunación de los agentes que deben velar por la seguridad de los ciudadanos en su territorio al extremo de tener que ser juzgado y condenado por ello. Es una discriminación que ataca a la salud de las personas afectadas, y de todas las que están en contacto con éstas. Es una discriminación tan palpable que los tribunales dictan sentencia contra el Gobierno de la Generalitat. Lo siguiente es que no pasa nada. La lava de la tiranía, alimentada con la covid, ha arrasado cualquier brizna de respeto, incluso de trato humano, hacia los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en Cataluña. 

El segundo ejemplo tiene como protagonista al Gobierno de la nación: los excesos no sólo provienen de la Generalitat. Después de reclamar sin éxito, durante los casi ya dos años de pandemia, las actas de las reuniones del Consejo Interterritorial de Sanidad, el Ministerio del ramo remitió algo similar a un resumen telegráfico que evitaba mencionar todos los avisos que las Comunidades Autónomas habían ido trasladando al Gobierno de España sobre la gestión del virus. Lo normal -en los Consejos Interterritoriales como en cualquier otro órgano público o privado- es que en cada reunión se entregue el acta de la sesión anterior, y que ese documento refleje casi textualmente lo acontecido. El nuevo modelo covid elude esa antigualla: mejor esperar más de un año para redactar las actas, y así trasladar un beatífico y somero relato de lo que el Gobierno quiere decir que allí (presuntamente) tuvo (necesariamente) que ocurrir. 

El tercer ejemplo es sencillamente chusco. La vicepresidenta que ha sucedido a Pablo Iglesias como cuota podémica de la coalición de Gobierno está en campaña de promoción personal. Está en campaña contra Pedro Sánchez (su presidente) y contra Podemos (la amalgama de partidos a la que representa como socio preferente del Gobierno). Esa campaña ha incluido contarnos esta semana que ella vio llegar la pandemia con semanas (o meses) de anticipación; que ella avisó al Gobierno del que forma parte de lo que estaba viniendo, pero que a ella nadie le hizo caso, y ella -que es muy disciplinada- asumió sin rechistar que tamaña imprevisión gubernamental costara decenas de miles de vidas. Ella se llama Yolanda. Algunos la llaman «ministra comunista». Se equivocan. Es solo «ministra yolandista», y no solo va sobrada sino que ya va sobrando. 

Del infame los abajo firmantes exigiendo censura para algunos periodistas en el Congreso ni hablamos. Supera la categoría de ejemplo de esta lava negra que exhuma la cumbre más vieja de sulfuroso autoritarismo. Ese oscuro escrito es síntoma irrefutable de cómo, entre la excusa y el temor a nuevas olas de pandemia vírica, nos están invadiendo con ardientes coladas de infecta tiranía. 

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