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Argemino Barro

Taiwán y Ucrania: la hora de la verdad del poder americano

«La exhibición de fuerza de Putin, de momento, le ha servido para hablar durante dos horas con el presidente de EEUU»

Opinión
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Taiwán y Ucrania: la hora de la verdad del poder americano

Biden y Putin durante una reunión por videollamada. | Reuters

El rumbo de la hegemonía estadounidense está aclarándose por momentos. Los loros cierran sus picos y las águilas parecen a punto de hablar. Si hubiera que fijar la vista en dos puntos concretos, para comprender si Estados Unidos sigue dispuesto a apretar el gatillo y mantener su puesto de sheriff global, la elección sería muy sencilla: habría que mirar a Ucrania. Pero, sobre todo, habría que mirar a Taiwán.

Según los servicios de inteligencia ucraniano y estadounidense, Rusia planea, no sabemos si con ánimos de llevarla a cabo, una nueva invasión de Ucrania. Las 175.000 tropas que los rusos amasarían a lo largo de la frontera, la mitad de las cuales ya estarían allí, duplican los anteriores amagos de agresión. 

En un extremo del abanico de opciones tenemos un ataque coordinado desde el norte, el este y el sur. Un abrazo del oso que pondría media Ucrania, la mitad oriental del Dniéper, incluyendo Kyiv, en manos de los rusos. Con dos objetivos fundamentales: uno, forzar a los ucranianos y a la OTAN a dar garantías legales de que Ucrania no engrosará jamás la familia atlántico-europea, ni acogerá, por ejemplo, misiles americanos en su territorio; y dos: abrir un corredor por tierra hasta la península de Crimea, ocupada en 2014 y dependiente del agua que le solía llegar de la Ucrania continental, cuya interrupción ha agravado las sequías estos últimos años.

La capacidad de resistencia ucraniana es cuestionable. Es verdad que, a diferencia de en 2014, cuando sus soldados llegaban al frente deshidratados y muchas veces sin calzado mlitar, Ucrania tiene batallones bregados en combate y está mejor armada. De Estados Unidos ha recibido misiles anti-tanque Javelin, Humvees blindados y lanchas y patrulleras militares, además de adiestramiento. Su ejército ha crecido un 80% en siete años y el Estado invierte cada vez más en modernizar su defensa.

Pero sus recursos militares siguen siendo una fracción de los de los rusos. La flota aérea ucraniana, 125 aviones de combate soviéticos, no sería rival para los 500 cazas rusos de reciente factura. Su única oportunidad, como escribe el periodista de defensa David Axe, es hacer buen uso de sus vetustas baterías de misiles tierra-aire.

Al otro lado del abanico de opciones tendríamos un mero y simple farol. Una forma de amedrentar al Occidente y de obligarlo prestar oídos a las demandas rusas.

Vladímir Putin vive en el siglo XIX. Es un estadista que piensa en territorios y en fuerza bruta, como un canciller prusiano. En realidad no le queda otra. Rusia tiene malas cartas. Padece una severa recesión demográfica y custodia un espacio demasiado grande, demasiado vulnerable. Más allá de sus hidrocarburos, de los que depende, no tiene grandes palancas que accionar, así que solo le queda hacer órdagos y poner cara de póquer, confiando en la inseguridad de sus adversarios.

Su exhibición de fuerza, de momento, le ha servido para hablar durante dos horas con el presidente de EEUU. Putin toma un rehén y luego negocia, lo cual, paradójicamente, evidencia lo limitadas que son sus bazas para ejercer presión. 

No parece, de momento, que la movilización rusa quite el sueño a la Casa Blanca. Si Moscú ataca, Biden baraja dos medidas: más ayuda económica y militar a Ucrania, y fuertes sanciones a Rusia. Ha descartado mandar tropas.

Hace años que la diplomacia estadounidense indica a los europeos que su continente ya no es la gran prioridad, que ya no estamos en la Guerra Fría, y que los esfuerzos, inevitablemente, se van a concentrar en el otro lado del planeta: el Lejano Oriente.

Según estimaciones del Pentágono y del Gobierno de Taiwán, China invadirá la isla, que considera su territorio, en los próximos cinco o seis años. Y puede hacerlo. Podría hacerlo incluso ahora.

El presupuesto militar chino es 13 veces mayor que el taiwanés, y también lo es la moral de combate. Mientras China prueba misiles hipersónicos en la órbita de la Tierra y disemina vídeos de propaganda en los que promete colocar la «bandera victoriosa» sobre Taiwán, las Fuerzas Armadas taiwanesas se han reducido un tercio en la última década y están atrofiadas por falta de uso e inversión.

China lo sabe y lleva meses minando el espíritu de los taiwaneses, penetrando la zona de defensa aérea hasta 77 veces en dos días y lanzando amenazas cada vez más crudas. Técnicamente, ambos países están en situación de «zona gris», es decir: en el preámbulo de una guerra. Si esta se desencadena, será probablemente en torno a las estratégicas Islas Pratas, en el flanco suroeste de Taiwán.

El Gobierno taiwanés reconoce que China podría, ahora mismo, efectuar un bloqueo naval de la isla y cortar igualmente las líneas de comunicación aéreas. Dentro de cinco años, al ritmo que va su modernización militar, camino de brindar tres portaaviones, Pekín estaría en una coyuntura bélica todavía más favorable.

Así que las cosas están bastante claras: China quiere completar lo que considera una misión histórica, la reunificación de sus territorios, y además cerrar el dominio de sus mares adyacentes, con la consquista de Taiwán. La pregunta es cómo reaccionaría Estados Unidos en caso de que se produzca dicha invasión. 

Desde hace más de 40 años, Washington practica la llamada «ambigüedad estratégica»: una actitud amigable, pero cautelosa, hacia Taiwán. Una filosofía contenida en la Ley de Relaciones con Taiwán, que no incluye un compromiso de defensa en caso de que la isla sea atacada.

Sin embargo, recientemente Joe Biden ha dicho, aunque luego lo corrigió su gabinete, que Washington acudiría en ayuda de Taiwán en caso de agresión, y la presidente taiwanesa, Tsai Ing-wen, reconoció que EEUU tenía allí personal militar entrenando a sus tropas. La Casa Blanca también demostró sus prioridades con el acuerdo militar de AUKUS, que dotará a Australia de tecnología de propulsión nuclear, y con las recientes maniobras de guerra en el Mar de la China Merdional en compañía de cinco aliados.

De momento, Washington domina el Indo-Pacífico. Su flota regional incluye 130.000 soldados, 200 barcos de guerra, cinco portaaviones y más de un millar de aviones. Un despliegue que el Pentágono estudia ampliar. 

En algunas áreas, sin embargo, los americanos se están quedando rezagados. China está desarrollando misiles con un alcance de 3.700 kilómetros, capaces de alcanzar un portaaviones en el mar sin que este pueda responder. Los está probando en el desierto de Xinjiang, en portaaviones americanos falsos.

Nadie sabe cómo respondería Washington ante lo que ya se conoce como el «Día T». Algunos expertos militares consultados por la agencia Reuters se inclinan por el sí: Estados Unidos, un país que, con excepción del paseo militar de Kuwait en 1991, lleva sin ganar una guerra desde Corea, cuando Dwight Eisenhower era presidente, acudiría a la llamada. Defendería su púrpura. En el otro lado del mundo.

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