THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Nos queda algo de esperanza, y poco más

«Qué duro, cuando vemos a nuestros hijos y nietos, es lo que avizoramos. Así que, al menos, aferrémonos a la esperanza de la derrota de tantos orates convertidos en líderes del mundo»

Opinión
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Nos queda algo de esperanza, y poco más

El presidente Vladimir Putin. | Aleksey Nikolskyi (Reuters)

Parece imposible que vuelva a existir una potencia, y menos una potencia democrática, hegemónica en el mundo. Los atisbos de regeneración en Estados Unidos han quedado frenados por una pandemia y por la aparente apatía -o quizá sea una paralización debida a su insuficiente mayoría parlamentaria- de un presidente de edad avanzada y liderazgo gris como es Joe Biden. Los otros aspirantes a dominar el escenario político, el comunista y el poscomunista, lo saben bien: las amenazas de China contra Taiwán y de Rusia contra Ucrania parecen diseñadas para mantener un tenso ‘statu quo’ y centrarse en lo que estas autocracias pretenden: zonas suyas de influencia frente al debilitamiento de Occidente, llámense Iberoamérica o África. Naturalmente, el choque directo entre rusos y chinos en Asia central siempre es la posibilidad más inmediata en esa búsqueda de predominios regionales.

Es difícil, si añadimos la presencia activa de no ya uno, sino varios islamismos convencidos de la eficacia de una guerrilla terrorista, y del deterioro de las condiciones políticas y económicas en lo que fue el mundo hispanoamericano, imaginar a corto plazo una salida que refuerce las libertades y los regímenes que las mantienen. Y para entonces quizá algunas de las peores amenazas del cambio climático -que no es sólo cosa de los agoreros- habrán empezado a cumplirse, dentro de dos o tres decenios.

La oportunidad, hace pocos años, habría venido de una Europa bien coordinada con unos Estados Unidos disminuidos, pero aún potentes. Pero Europa no está funcionando. El avance del populismo de izquierdas y derechas no ha cesado desde que entraron en la Unión Europea los países del Este, en plena reacción nacionalista y excluyente tras medio siglo de sometimiento a la URSS. Hace 25 años -antes de que el 11-S empezase a romperse la baraja- no eran imaginables jefes de Gobierno como Orban, Duda, Johnson o Sánchez. Lo de la unidad europea suena a un mantra como aquéllos de los Hare Krishna: no por repetirlo significa algo.

Curiosamente, el brutal avance tecnológico ha contribuido a todo ello con la aparición de enormes empresas a menudo más poderosas que los propios Estados y capaces de influir por múltiples medios, incluidas sus plataformas sociales, para manipular las opiniones públicas como jamás soñaron hacerlo los más eficaces propagandistas totalitarios de hace un siglo.

La recomposición de gobiernos -o uniones de gobiernos, como la europea- con temple y decisión en política, capaces de someter a esos nuevos gigantes a las leyes comunes y a recuperar las libertades, controlando por fin el terrorismo, sería el primer paso para afianzar una poderosa recuperación económica, que sigue siendo la gran baza de Occidente, porque el resto del mundo no parece capaz de lograr algo semejante: el frenazo de China está dejando patente que esa anómala combinación de comunismo duro y capitalismo agresivo acaba estrellándose.

Aunque algunos liberales defiendan, dentro de ese plan de salvación, que las actuales políticas fiscales en los países avanzados sigan intactas, en algunos casos el inmenso desequilibrio de la economía y los ingresos a favor de macroempresas y grandes fortunas ha de ser corregido, de manera que las clases medias recuperen en países como España o Estados Unidos algo de esperanza tras estos decenios de empobrecimiento. Entonces sí que veríamos reforzados los partidos políticos centristas, con medidas económicas y medioambientales prudentes y constructivas, y el tremendo oleaje de un mundo desquiciado empezaría a calmarse.

Si a uno, que ya ha visto demasiados booms y demasiados batacazos -éstos, cada día más duros-, le preguntasen por un vaticinio, no sería muy optimista. Pero qué duro, cuando vemos a nuestros hijos y nietos, es lo que avizoramos. Así que, al menos, aferrémonos a la esperanza y a la derrota, por fin, de tantos orates convertidos en líderes del mundo.

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