THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

El año de la marmota

«Lo que se repite es sobre todo la sensación de improvisación, cosa comprensible en marzo de 2020, pero que ahora nos produce hartazgo»

Opinión
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El año de la marmota

Afriadi Hikmal (NurPhoto)

Hace un año la tensión estaba en el ambiente: unos estaban dispuestos a cenar juntos, otros creían que era mejor verse solo en la calle o poco rato en un sitio cerrado pero con las ventanas abiertas. Había pequeños cismas familiares hasta que se llegaba a un acuerdo; eso en el caso de que no hiciera falta desplazarse para las reuniones familiares, en ese caso, se complicaba todo un poco más. Es verdad que, de momento, parece que este año no va a haber restricciones de movilidad. Pero el ambiente sigue tenso y las dudas con respecto a las reuniones familiares para cenas y comidas siguen encima de la mesa. Los datos sobre el número de contagios nos espolean desde todas partes, se actualizan con una frecuencia amenazadora, solo que ya no significan exactamente lo mismo que siginificaban hace un año, o hace un año y medio. En España la vacunación ha funcionado, nos ha salvado, sin embargo, la incidencia de estos días supone una presión que la atención primaria no puede soportar. Quizá tenga algo que ver que muchas comunidades autónomas no solo no reforzaran los centros de salud sino que, una vez que la campaña de vacunación estaba funcionando, despidieron a rastreadores y otros sanitarios especializados en covid –a la fuerza ahorcan–. Parecía que estábamos a punto de pasar página con la covid, sí, pero también se habían visto los puntos débiles del sistema de salud, qué había que reforzar, qué era lo importante. (Algo parecido se podría decir de la educación: si a la vuelta de las vacaciones de Navidad se cerraran los colegios, descubriríamos que no hemos avanzado nada ni en conciliación ni en cómo hacer las clases online. En todo caso, mejor no comprobarlo, y si sucede, ojalá esté equivocadísima).

A muchos nos cuesta comprender cómo puede ser que con esos buenos datos de vacunación, sabiendo que esta variante de la covid se contagia más pero es más leve, se nos empuja a la histeria, en Cataluña se vuelve al toque de queda –medida esta cuya eficacia para parar el virus, por más que lo intento, no logro comprender– y se martillea con la incidencia sin poner en contexto. Aunque la presión hospitalaria de la covid es más leve ahora, sigue siendo lo suficientemente inusual como para acaparar recursos y entorpecer el funcionamiento del sistema sanitario. 

El mensaje del presidente del Gobierno del domingo era un llamamiento a la calma, aunque en las horas que pasaron desde el anuncio de la comparecencia hasta que se produjo los fantasmas del confinamiento camparan a sus anchas por nuestras cabezas. Después, Fernando Simón dijo que tal vez había que cenar con dos chaquetas y las ventanas abiertas. 

Hay varias cosas que se repiten de ola en ola: la más evidente es la proliferación de expertos y epidemiólogos en las redes sociales –con la vacunación de los menores de 12 años han aparecido quienes saben encontrar esa información que no sale en los medios convencionales también sobre este asunto–. Pero sobre todo lo que se repite es la sensación de improvisación, cosa comprensible en marzo de 2020, pero que ahora nos produce hartazgo. Nadie comprendería ahora un nuevo confinamiento, pero seguimos necesitando que nos expliquen las cosas un poco mejor, sobre todo por qué no se han tomado medidas para reforzar la atención primaria. Supongo, eso sí, que los aplausos volverían.

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