THE OBJECTIVE
Antonio Caño

En defensa de los partidos políticos

«Los dos grandes partidos han ido sufriendo de forma paralela en los últimos años una continua pérdida de talento»

Opinión
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En defensa de los partidos políticos

Pablo Casado en el Congreso. | Efe

Buscando alguna explicación a lo ocurrido esta semana en el Partido Popular -y un cierto consuelo por el panorama político español en general- busqué un libro editado hace pocos años con el título Responsible Parties, Saving Democracy from Itself (Partidos Responsables, Salvando la Democracia de Sí Misma), de los politólogos Frances McCall Rosenbluth y Ian Shapiro, en el que se defiende la necesidad, casi la imprescindibilidad, de partidos políticos fuertes para el correcto funcionamiento de los sistemas democráticos. «El público en todo el mundo acusa a los partidos políticos de haberse alejado de la sensibilidad del electorado, de haber sacrificado el interés general en beneficio de los intereses partidistas, de entregarse a líderes avariciosos que usan el poder en su propio provecho. Pese a todo eso, los movimientos anti partidos son peligrosos porque pueden socavar la democracia de dos maneras: motivando a los ciudadanos a respaldar reformas cosméticas sin apenas control democrático y, cuando esas reformas se demuestran infructuosas, arrastrando a los ciudadanos a culpar a la democracia misma. La gente que llega a la conclusión de que los partidos políticos no se ocupan de los intereses de los votantes son vulnerables a la demagogia populista».

Entiendo que es mal momento para salir en socorro de los partidos políticos después de los bochornos presenciados recientemente: la votación de la reforma laboral -un alarmante fracaso representado en el Congreso por los dos principales partidos españoles- y el desastre aún mayor que le sucedió, la guerra civil desatada en el partido que encabeza la oposición y, por tanto, tiene la responsabilidad de ser la alternativa de Gobierno. En realidad, más que defender los partidos políticos, me parece conveniente recordar su papel institucional en nuestra democracia y alertar sobre el riesgo de que la crisis en la que estamos instalados desde hace ya algunos años, y que parece agudizarse, arroje a una mayoría de votantes en manos del populismo, el nacionalismo y el cantonalismo que proliferan en diferentes versiones en toda España. Eso equivaldría a la ruptura del sistema que hemos disfrutado en los últimos cuarenta años y quién sabe qué otros males podría acarrear.

Con todos los peros que se les quiera poner, tanto el Partido Popular como el Partido Socialista Obrero Español fueron durante todo ese tiempo garantía de estabilidad y ejemplo de cooperación, desde la disparidad ideológica, para el progreso colectivo de la nación. Hoy, ambos están destrozados y en peligro de desaparición. Uno, se desangra en una feroz disputa del poder que refleja la mediocridad de su liderazgo y la falta de un verdadero proyecto que ofrecer a los ciudadanos. El otro, mantiene la carcasa y la rosa, pero ya sólo sirve de cobertura electoral a su jefe absoluto.

Los dos partidos han seguido caminos similares. El PSOE tuvo que enfrentarse en 2014 a un novedoso populismo de extrema izquierda que consiguió ensuciar toda la historia del partido y hundir al electorado socialista en un complejo de identidad y en un profundo derrotismo. Tras las conocidas trompadas y navajazos, los militantes decidieron echarse en manos del menos capacitado de los aspirantes al mando, pero también del más desvergonzado y voraz. Todo lo ocurrido desde entonces ha sido la respuesta a sus propias ocurrencias y necesidades personales, sin que el partido haya tenido nunca nada que decir.

Cuatro años más tarde, el PP empezó su propio calvario. La actitud de Rajoy en la moción de censura produjo en las filas conservadoras un desaliento similar al que antes se había vivido en las socialistas. En este caso, la solución que se encontró fue darle el mando al más joven y el más nuevo, a quien menos se parecía a lo conocido, que resultó también ser el más incompetente. Con él, el partido ha ido malamente sorteando obstáculos sin que nunca diera la sensación de saber a dónde se dirigía. Ha sido, finalmente, el ataque del nuevo populismo en boga, ahora el de la extrema derecha, el que ha provocado que el PP exhiba impúdicamente ante el público todas sus miserias y graves limitaciones.

Los dos grandes partidos han ido sufriendo también de forma paralela en los últimos años una continua pérdida de talento, con la huida de profesionales que en otro tiempo se sentían atraídos por la política y el ascenso de cuadros internos formados en sus respectivas juventudes, que han demostrado carecer de otro conocimiento que no sea el del arribismo y de otra virtud que no sea la vanidad.

Ignoro cómo saldrá el PP de la crisis actual. No le será difícil encontrar un dirigente mejor que el actual, aunque eso no servirá de nada mientras el partido no defina con claridad su posición política y su proyecto de país. Tampoco sé qué ocurrirá en el PSOE cuando algún día pierda el poder y descubra que no queda nada. Obviamente, ambos partidos son responsables de su propio destino, y es a Casado y a Sánchez a los que hay que culpar por lo que suceda en el PP y el PSOE. Pero, por encima de ellos, sí es interés de todos que los dos partidos que conformaron la estructura de nuestra democracia sobrevivan. Si no tal cómo los conocemos, al menos con el mismo arraigo en todo el país; si no con las mismas siglas, al menos con el mismo espacio ideológico; si no con la misma organización, al menos como colectivos robustos y bien gobernados, no como movimiento anárquicos y voluntaristas. «Los partidos fuertes», acaban diciendo Frances McCall Rosenbluth y Ian Shapiro, «pueden no ofrecernos lo que queremos en un momento determinado, pero son organizaciones que calculan los costes de las opciones políticas frente a los costes de otras opciones. El resultado ofrecido puede no parecer muy atractivo en un primer momento, pero probablemente esa es la opción que será más viable con el paso del tiempo. Los partidos responsables son los que son capaces de responder a las necesidades de los votantes, y los votantes cuyas necesidades no son satisfechas son presa fácil de populistas y charlatanes que prometen remedios que amenazarán la supervivencia de nuestra democracia». 

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