THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

¡Así no, Pedro! ¡Así no, Pablo!

«El «así no, Pablo» se lo han gritado varios miles de personas, simpatizantes y votantes del PP, a las puertas de la sede de Génova este domingo»

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¡Así no, Pedro! ¡Así no, Pablo!

Efe

«¡Así no, Pedro, así no!» ¿Lo recuerdan? Ocurrió en un dramático 1 de octubre de 2016. Dramático para el PSOE, pero también -tal como avisó este viernes Felipe González- para toda España. Las crónicas de aquel día contaron que fue un atribulado José Borrell quien imploró a Pedro Sánchez: «¡Así no!», cuando éste (y su facción) intentaban montar una votación en una urna escondida detrás de un biombo (o una cortina, o una pared… según quien lo cuente). Una urna escondida que parecían controlar solo los partidarios de Sánchez para así ganar una votación muy ajustada.

Aquel «¡así no, Pedro!» pretendió implorar por un mínimo cumplimiento de las propias normas (no hacer pucherazos, por ejemplo) a la hora de dilucidar sobre una decisión entonces crucial para el PSOE: estaba en juego una abstención socialista para permitir la investidura en minoría de Mariano Rajoy y evitar una segunda repetición electoral. 

Ese 1 de octubre de 2016 fue retransmitido en directo por varias televisiones. Seguro que abochornó e indignó a los votantes socialistas. En la calle Ferraz estuvieron manifestándose los partidarios de Sánchez. Pretendían, con él, mantener un inamovible «no es no» a Rajoy respaldado por el peor resultado del PSOE de su historia: un pésimo resultado con el que luego ahormó su moción de censura de mayo de 2018. Como es bien sabido, aquella noche de octubre de 2016 terminó con una votación que cumplía las reglas del PSOE y que perdió Sánchez. Casi inmediatamente renunció a su escaño e inicio su campaña para las primarias socialistas que después ganaría en mayo de 2017. 

Sánchez ganó sus primarias, pero el PSOE no ha vuelto a ser un partido mayoritario del centro-izquierda. Es verdad que gobierna y, con todo lo que ha pasado esta semana en el PP, es previsible que pueda seguir gobernando demasiado tiempo. Pero eso no ocurrirá porque él inspire confianza, o tenga un respaldo ampliamente mayoritario en votos, sino por su incontestable habilidad para exprimir fortaleza de su propia debilidad por la doble vía de multiplicar pactos contra-natura y de apalancar en su beneficio los errores del adversario.

Las últimas cifras las hemos visto en las elecciones de Castilla y León del 13 de febrero. Los dos partidos de la coalición de Gobierno -PSOE y Podemos- se desploman. La derecha, en el sentido más amplio (es decir, PP más Vox más C’s más Por Ávila) suma bastante más que el 50% de respaldo ciudadano. Pero estamos a otra cosa, en primer lugar, porque las expectativas del PP se elevaron mucho más de lo que la lógica, y la prudencia, habrían aconsejado. 

Para esa ‘otra cosa’ en la que estamos -una incomprensible guerra sucia para la destrucción personal y política de Isabel Díaz Ayuso- parece que no ha habido nadie del entorno del presidente del Partido Popular con capacidad, información y arrojo suficientes como para decirle: «¡Así no, Pablo! ¡Así no!»

Es verdad que para que alguien de tu entorno pueda decirte «¡así no!» tienes que permitir tener a tu lado a personas cabales con entereza y coraje sobrados para decirte lo que no quieres oír. Alguien que cada poco te advierta: «Recuerda que eres mortal», en lugar de fanfarronear sobre las amplias mortandades que está perpetrando, día y noche, en lo que fueron -y querrían haber seguido siendo- tus propias filas.

El «así no, Pablo» se lo han gritado varios miles de personas, simpatizantes y votantes del PP, a las puertas de la sede de Génova este domingo. Como en aquel 1 de octubre de 2016, la salida más previsible es la dimisión, sea inmediata o tarde unos pocos días. La gran diferencia con aquella de 2016 de Pedro Sánchez es que Pablo Casado no parece tener el respaldo, tampoco, de la militancia del Partido Popular para intentar competir de nuevo. 

El domingo, en estas mismas páginas, Benito Arruñada rememoraba el «Salida, voz y lealtad» de A. Hirschman para intentar explicar la crisis del PP. Casado pidió tanta lealtad personal (no al proyecto ni a un plan para España, sino a su persona) y anuló tantas voces con criterio (incluso con métodos tan reprobables como los que se han visto en estos días contra Isabel Díaz Ayuso, o los que se vieron antes contra Cayetana Álvarez de Toledo) que solo parece haber dejado hueco para su propia salida (y no solo la de su agresivo número dos).

Si Pedro Sánchez no lo impide con una sorpresiva convocatoria electoral urgente con la que aprovechar la debilidad de su principal adversario político, este verano el Partido Popular tendrá un nuevo liderazgo. Se pedirá, y debe darse, la voz a los afiliados. Pero la experiencia de Sánchez y de Casado, ambos elegidos por los militantes de sus partidos en primarias, demuestra que ese ejercicio democrático es necesario, pero no es suficiente. 

Los afiliados, los militantes de un partido, son muy importantes. Pero lo realmente relevante para que un partido que quiere gobernar España cumpla con su función es pensar siempre, y antes que nada, en los votantes. El líder tiene la obligación de trabajar para aglutinar la mayor cantidad de votos para su oferta política. Vale, eso es lo que quiere todo el mundo. Pero, ¿cómo se consigue? 

Dos sugerencias: 

La primera. Hay líderes que conectan mejor con la gente y otros que conectan menos. Sugiero que elijamos a los que conectan más, y ya lo tienen acreditado porque lo han demostrado en las urnas. 

Y aún más difícil, pero no menos importante. Hubo momentos en los que los partidos con vocación de gobierno intentaron aglutinar a personalidades relevantes, dispares y, en ocasiones, disonantes, para su oferta política: la primera UCD de Adolfo Suárez, el PSOE de 1982 con Felipe González, o el PP con el que José María Aznar buscó recuperar a toda la UCD… y más allá. Y hubo otros momentos en los que los partidos se encastillaron alrededor del líder sin que nadie se atreviera ni a toserle: Pedro Sánchez puede ser el paradigma, pero no es el único, como se ha visto en los últimos tiempos en el PP de Pablo Casado. Lógicamente, sugiero la apertura, con debate y disidencia interna, en busca de sumar la máxima excelencia, aunque incluya disonancias. 

Evidentemente, hay otro escenario: elecciones inminentes, y adelantadas, para coger al PP -que sigue siendo el gran partido del centro-derecha en España- hecho pedazos. Nada es imposible. Ni siquiera que uno de estos días empiece una terrible guerra contra Ucrania que empequeñezca todas nuestras disputas domésticas al agigantar el miedo a quedarnos sin gas con el que calentar nuestras casas.

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