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Ignacio Vidal-Folch

Malas noticias para el Hermitage

«Los promotores de la ‘operación Hermitage’ querían colocar la sucursal del museo ruso en el puerto, y solo querían el puerto»

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Malas noticias para el Hermitage

El espacio Nueva Bocana del Puerto de Barcelona, donde estaba previsto construir el museo Hermitage. | Europa Press

Las cosas pasan tan rápido que el fracaso de la franquicia del Hermitage en Barcelona ha pasado casi desapercibida. Pero como es un asunto tan ilustrativo de las relaciones entre dinero, cultura y política, me voy a permitir escribirle aquí un responso.

Los asombrosamente numerosos defensores en la prensa, sobre todo en la prensa de Barcelona, del proyecto que se han pasado años tratando de presionar al ayuntamiento de Barcelona y de convencer a los vecinos para que le regalasen a un fondo de inversión suizo-luxemburgués y a un grupo de potentados catalanes más o menos separatistas una parcela del puerto de Barcelona de un valor fabuloso con el que se habían encaprichado, han enmudecido. Ahora están a otra cosa.

Los promotores de la «operación Hermitage» querían colocar la sucursal del museo ruso en el puerto, y solo querían el puerto. Nada de emplazamientos alternativos en Barcelona. Y algo me dice que los esfuerzos, de una intensidad perfectamente descriptible, para instalar la sucursal del museo, ya que Barcelona la rechazaba, en Madrid, proyecto que las autoridades de la capital dijeron, hace dos años, contemplar con simpatía e interés, van a encontrarse ahora, en tiempos de guerra de Rusia contra Ucrania, con nuevas e inesperadas dificultades. Si es que esa simpatía e interés no se manifestaban solo para meterle el dedo en el ojo a la señora Colau, que es lo más probable…

De momento, la otra alternativa voceada, la de llevar el proyecto a Málaga, está muy verde. Las autoridades de la ciudad andaluza que, como es notorio, cuenta con un fuerte atractivo museístico que incluye un edificio espléndido dedicado a albergar el centro Colección Museo Ruso San Petersburgo, sólo aceptarían, o sólo estarían interesadas en la llegada del Hermitage, si éste llegase «libre de cargas», sin costes para las arcas de la ciudad: es decir, que en Málaga gobierna el PP, y en Barcelona los podemitas de Colau, pero ni unos ni otros se chupan el dedo ante el asalto de lo que yo llamaría una especie de filibusterismo financiero apoyado en la marca «cultural».

El actual ministro de Universidades, Joan Subirats, cuando era concejal del ayuntamiento de Barcelona, explicó los recelos de la Ciudad Condal: «De tres franquicias [del Hermitage en Europa], dos han cerrado y la tercera, [Amsterdam], cuesta dinero. […] Tenemos la sensación de que dentro de equis años nos llamarán a la puerta [del ayuntamiento] y nos dirán: ‘Esto no es rentable pero es muy importante para la ciudad, etcétera’.

Para el museo ruso, el asunto no tiene mayor secreto ni enjundia: le interesa, como es natural, explotar económicamente los fondos de arte que atesora en sus almacenes y reservas. Le da igual si paga una ciudad u otra. En cambio, cabe sospechar que para sus socios suizos y catalanes la «cultura» es, era, una excusa para apalancarse una parcela del puerto y ofrecer desde allí servicios turísticos, de restauración y «visita cultural» a los viajeros de los cruceros que recalan en Barcelona como una etapa en sus trayectos por el Mediterráneo.

Es curioso que los colegas del arquitecto Eugenio, alias «Ujo», Pallarés, cabeza visible de la operación, y sus socios, amenacen con exigir judicialmente a Barcelona una indemnización de 150 millones de euros por rechazar un proyecto que nadie les había encargado; y tan grotesco como los lamentos de la oposición del PP y los separatistas por la gran oportunidad perdida y como la frivolidad del socialista Collboni diciendo que «no renuncia» al Hermitage.

Hace un par de años señalé que los tiempos han cambiado y que potenciar la cultura de un pueblo o de una ciudad no se hace con franquicias provincianas de museos prestigiosos. Y ponía el ejemplo de la educación musical.

Me voy a citar: «Contribuir a la educación musical de un pueblo, de una ciudadanía –en este caso la española–, no se hace pagando cuatro conciertos de los Rolling Stones para que toquen gratis en la fiesta mayor de las grandes ciudades, aunque eso te garantice la gratitud de los elementos más cándidos y buen número de titulares en la prensa y ecos en las redes sociales; sino cuidando y financiando el colectivo de los músicos locales, el aprendizaje en los conservatorios, la comprensión del fenómeno musical entre las nuevas generaciones, el establecimiento de un canon lírico común –como tienen las naciones cultas– que vaya más allá de «una vieja y un viejo van pa Albacete, y a mitad del camino va y se la mete».

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