THE OBJECTIVE
Juan Carlos Laviana

Guerra y verdad

«Moscú, con su represión a los medios, está volviendo a los años más duros de la Unión Soviética»

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Guerra y verdad

Intervención televisada de Vladimir Putin. | Igor Golovniov (Zuma Press)

La guerra y la verdad nunca se han llevado bien. Se diría que son incompatibles. La manipulación de la verdad es un arma tan decisiva como la más mortífera. Y, ya lo dice el dicho popular, en caso de guerra cualquier trinchera (y cualquier arma) es buena.

No es de extrañar pues que, cada vez que estalla un conflicto bélico, una de las citas más recurrentes sea aquella tan tajante y tan redonda que reza: «La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad». Tiene muchos padres. Se le atribuye al senador norteamericano Hiram Johnson, cuya mayor contribución a la historia es haber pronunciado la sentencia en 1917 en plena Gran Guerra. También se le adjudica al británico Lord Ponsoby, que la utilizó en su libro Falsedad en tiempos de guerra. Mentiras propagandísticas de la Primera Guerra Mundial (Athenaica Ediciones, 2018). En última instancia, parece que ambos la tomaron del dramaturgo griego Esquilo, quien combatió en la batallas de Maratón y Salamina y sabía de lo que hablaba.

Esto demuestra que el debate sobre la libertad de expresión es un problema tan antiguo como la propia civilización. Y, ahora, la guerra en marcha de nuevo nos ha puesto sobre la mesa el problema nunca resuelto. La UE ha decidido prohibir la televisión Russia Today y la agencia de noticias Sputnik. A cualquiera le incomoda, o debería incomodarle, la prohibición de un medio de comunicación por repugnante que nos parezca. Surgen muchas cuestiones que no debiéramos eludir. Si limitamos la libertad de expresión para combatir al enemigo, si utilizamos sus mismas armas, ¿no nos estamos comportando como él? Al utilizar sus mismos métodos, ¿no estamos actuando de una forma similar, adoptando posturas propias de lo que pretendemos combatir?

Vladimir Putin acaba de aprobar una ley llamada de «información falsa», por la que se establece la censura previa, cuantiosas multas y penas de hasta 15 años de prisión por la publicación de «noticias falsas» sobre las fuerzas armadas o aquellas que aplaudan las sanciones económicas contra el país.

La consecuencia inmediata ha sido el cierre de la última televisión rusa independiente que seguía emitiendo y la decisión del principal periódico crítico con el régimen, Novaya Gazeta, de borrar todos los artículos que puedan resultar molestos al dictador con la única intención de poder seguir publicando. A todo ello hay que sumar la salida de Moscú de todos los medios occidentales, ante la imposibilidad de seguir informando, y el bloqueo de las redes sociales. En suma, apagón informativo.

Francisco Herranz, autor de Gorbachov: luces y sombras de un camarada (Libros.com) y colaborador hasta ahora de la agencia Sputnik, considera que Moscú, con su represión a los medios, está volviendo a los años más duros de la Unión Soviética, cuando los ciudadanos rusos solo recibían información de Occidente de forma clandestina, a través de las emisiones en onda corta de Radio Liberty. Ahora, la recibirán de la BBC y otros medios, también de forma clandestina. Al mismo tiempo, Herranz se muestra contrario al cierre de los medios públicos rusos en Occidente, lo que considera «un grave error». «No son tan influyentes», asegura. Y añade que «Occidente ha caído en una trampa de Putin, dándole argumentos para su represión de la libertad de prensa en Rusia y presentarse como víctima». La medida alienta, además, una peligrosa rusofobia, que ya se está viendo en las peticiones de cierre del Hermitage en Málaga, la suspensión de la actuación del Bolshoi en el Teatro Real o la cancelación de cursos sobre Dostoievski o Tolstoi y un sinfín de cancelaciones de la cultura rusa.

El principal argumento para la prohibición de los medios de Moscú es que estamos en una guerra. Y que en las guerras las excepciones a las libertades son no solo inevitables, sino imprescindibles. Además, se trata de dos medios estatales, lo que en el caso de Rusia es lo mismo que decir gubernamentales. Es suma, que están siendo utilizados como arma por el propio Putin.

El exvicepresidente del Gobierno español Pablo Iglesias se pronunció al respecto equiparando los medios públicos rusos con los privados españoles. «¿Russia Today y Sputnik informan a favor del Gobierno ruso? Sin duda, igual que Mediaset y Atresmedia informan a favor de sus propietarios. ¿En un contexto de guerra manipularán? Obvio. ¿Qué significa censurarlos? Que la libertad de prensa es un discurso liberal hipócrita».

Seguía la misma línea que el presidente venezolano Nicolás Maduro, quien calificaba el comportamiento de nuestros medios en este conflicto con esta sarta de adjetivos: «Plegados», «arrodillados», «arrastrados», «vomitivos», «asqueantes».

En un muy interesante artículo, el profesor Félix Ovejero elaboraba una exhaustiva lista de excepciones que se aplican a la libertad de expresión: desde el respeto a las minorías o a los símbolos nacionales a la negación del Holocausto o de la eficacia de las vacunas, pasando, claro, por la prohibición de los medios rusos.

Ovejero resaltaba el peligro que supone la toma de postura de los nuevos magnates de la comunicación, como el caso de Elon Musk, que ha proporcionado a Ucrania su servicio de internet vía satélite Starklink. «El problema – concluía Ovejero- no radica en que sean buenos o malos, en que se comprometan con las buenas causas o con las indecentes, sino en el hecho de que puedan decidir cuáles son las buenas causas: qué es lo importante es precisamente lo que nos corresponde decidir a los ciudadanos, el debate que se nos hurta. Al menos si nos preocupa la libertad de expresión y la democracia».

Hablando de conflictos bélicos y de libertades es inevitable recurrir a Winston Churchill, quien ya advirtió de que, «en tiempos de guerra, la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras». El problema es quién elige al guardaespaldas.

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