THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Historia de un 'unfollow'

«Durante unos meses viví con angustia el hecho de seguir en Instagram a una diputada de Vox»

Opinión
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Historia de un ‘unfollow’

Europa Press

Una triste noche de enero de 2019, de esas en las que ya uno ha empezado con el régimen y las verduras hervidas, tiene el bolsillo temblando y ningún otro plan que no sea tirarse en un sofá para devorar televisión a la carta hasta que se le caigan los ojos, ocurrió uno de esos fenómenos imprevisibles que Chimo Bayo bautizó como «no iba a salir y me lié». Un amigo divorciado, de esos que no pueden desperdiciar el finde que están sin niños, me llamó para decirme que le sobraba una entrada para el concierto de un tipo del que yo solo había escuchado una canción que me gustaba bastante. Iba con unas amigas «muy locas y muy divertidas» con las que albergaba todo tipo de posibilidades de ligar y solicitaba mi apoyo como palmero, bailarín, tertuliano y animador del cotarro mientras él tramaba su jugada. El plan me daba pereza, estaba ya con la manta en el sofá discutiendo qué peli ver con mi mujer, pero mi amigo no iba a aceptar un no tan fácilmente, redobló la apuesta: te voy a buscar a casa en moto. Le dije que no tenía un duro. Te invito a todo. Si le hubiera pedido a mi amigo que me pusiera los calcetines y me atara los zapatos creo que lo habría hecho. Me levanté del sofá como Lázaro de su tumba y me dispuse a cumplir los deberes de la amistad.

Bastaron diez insufribles minutos de concierto para entender que me encontraba ante un one-hit-wonder del rock español y que aparte de la única canción que conocía, el resto del repertorio era tan triste como la ropa del público que congregaba. Una de las chicas «muy locas y muy divertidas» estaba igualmente horrorizada, y nos fuimos al final de la sala de conciertos, lo más lejos posible del público, a pedir una cerveza. Pocas cosas unen más inmediatamente que la crítica, y era tal el horror que nos causaba el concierto que conectamos sin mucha necesidad de small talk de barra y no sé cómo pero pronto estábamos ya la segunda cerveza y yo le contaba que en unas semanas iba a presentar mi primera novela, que hablaba sobre el duelo de un hermano perdido demasiado joven, momento en que ella me contó que también había perdido a su hermano de forma traumática, le acompañé fuera a fumar, intercambiamos las biografías orales de nuestras penas, pocas cosas unen más que las heridas, y al final de esa noche, que terminó siendo larga y fecunda en conversaciones reparadoras, yo prometí mandarle el libro y ella me dijo que sin duda acudiría a la presentación.

Me hizo mucha ilusión volver ver a esta mujer entre toda la gente que acudió, y después de ese día alegre que es la presentación de un libro ya no la volví a ver hasta que un día conectamos por Instagram. Me desconcertó ver una foto de una cartera nueva de diputado en su último post. Pensé que habría conocido a un diputado y le habría hecho una foto a este icónico accesorio. Poco tiempo después vi en su Instagram una foto de ella posando en las escaleras del Congreso junto al resto de diputados del primer grupo parlamentario que formó Vox. Me quedé perplejo, pensando que aquella persona con la que había conectado tan honestamente por el lado más profundo del sentimiento, era una aguerrida representante de ideas que me producen mucho miedo y mucha repulsión. De repente, por casualidad y sin quererlo me había hecho amigo de una diputada de Vox, y yo que entonces presentaba mi primera novela y aspiraba a ser validado como escritor en aquellos foros de opinión donde la obra de uno por fin suscita la curiosidad de desconocidos, sentía el enorme riesgo de ser señalado por algún troll atento a mi lista de seguidos de Instagram, por ser amigo de una facha.

Durante unos meses viví con angustia el hecho de seguir en Instagram a una diputada de Vox y exponerme al oprobio de recibir sus likes. Aquella diputada, sin embargo, se alegró de todos mis pequeños avances como escritor y cuando fui a firmar por primera vez a la Feria del Libro, momento humillante donde los haya para el escritor desconocido que posa frente a su montón de libros solo y desamparado con una mirada de perro abandonado que ahuyenta al visitante, ella apareció con sus amigas a comprar libros de dos en dos, y a celebrarme como si fuera Joyce. Invitó a mis hijas y a mis sobrinos, que andaban por ahí, a una Coca-Cola y les dijo que cuando quisieran vinieran a visitarla a su despacho en el Congreso. Cuando se fue mis hijas me dijeron que no entendían porqué hablaba tan mal de Vox, aquella mujer les había parecido una persona simpática y normal. Yo traté explicarles que el peligro radicaba precisamente en esa apariencia de normalidad. Les previne: aquella persona que parece tan cercana y tan parecida a nosotros forma parte de una fuerza política que niega el cambio climático, azuza la fobia a todo lo que no sea hetero, la estigmatiza al inmigrante y largo etcétera que ya pueden ustedes imaginarse. Mis hijas no entendieron nada de lo que les decía, solo vieron en aquella mujer un amable gesto de apoyo de alguien que vino a comprar un libro a su padre que estaba solo en la caseta esperando a firmar un libro, que es realmente lo único que vino a hacer. Esa misma noche, mientras mis hijas comentaban a unos amigos que habían conocido a una diputada, yo le hice un unfollow, es decir, dejé de seguirla en Instagram y de ese modo traté de borrar cualquier inconveniente asociación digital con ella.

Pasados los años, esa decisión tan políticamente correcta de desconectar con esa mujer que jamás me intentó convencer de nada y que solo se acercó a mí por la pena que compartíamos me parece una cobardía y un error. Es una cobardía porque la única razón que desconecté con ella es para que nadie pudiera decir que tenía tratos con una diputada de Vox. Es un error, porque la única oportunidad que uno tiene de impactar las creencias de otro es mantener una relación abierta en la que a uno se le permite explicar las razones por las que cree en lo que cree. Romper el vínculo y desconectar con aquellos que representan una ideología radical no hace más que facilitar sus derivas hacia el paroxismo, y debilita también el discurso de uno, que termina por acostumbrarse a tratar solo con el que piensa igual.

En según que mundos, exhibir un vínculo a una diputada de Vox es ciertamente inconveniente, quizás incluso imperdonable. Hay una hoguera en la plaza pública de la cultura oficial donde los puristas prenden fuego a los que se tomen un café con alguien de este pelaje. Incluso yo mismo podría ser uno de estos verdugos.

Después de este unfollow cobarde y prudente, empecé a reflexionar sobre lo que cuenta de mí a otros la lista de personas a las que sigo, que son casi ochocientas. Seguramente esta lista no le importe a nadie, pero de repente a uno le buscan una condena por cualquier traspiés mediático y las pruebas de cargo suelen venir siempre de lo que uno enseña con descuido en la red.

Consideré las distintas hogueras en las que podría arder por exposición a ciertos contactos, ahí estaba un amigo firmemente indepe de Barcelona al que procuro ver cada vez que voy por ahí y uno de Bildu con el que me tomo una cerveza cuando voy a Lequeitio (y que me llamará la atención por escribir Lequeitio con q). Me pregunté qué haría si les dieran algún tipo de cargo de ERC o de Bildu, ¿dejaría de seguirles? Ya se sabe que algunos foros que penalizan severamente una traza contaminante voxera ofrecen a la vez indulgencia ante otro tipo de amistades cuyos vicios no son en lo esencial muy diferentes: agitar banderas, hincharse el pecho con himnos y pintar muy claras las fronteras de la nación.

Escribía el otro día la filósofa albana Lea Ypi que era muy escéptica con esta cancelación y desconexión absoluta de Rusia –donde ya no se puede ver ni Netflix– y traía como ejemplo su experiencia como niña en los años en que se desmoronaba la Albania soviética, un país con una élite totalmente cerrada y desconectada del mundo, que mantenía a la población del país en estado de constante paranoia frente al enemigo externo. La vida a veces nos hace abrir una ventana al lado luminoso de personas que tienen otro lado tenebroso, cerrarles esa ventana es impedir que entre la luz.

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