THE OBJECTIVE
David Mejía

Pactar con los extremos

«¿Qué autoridad moral tiene el PSOE para cuestionar la política de pactos del PP?»

Opinión
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Pactar con los extremos

Juan García-Gallardo (Vox) y Alfonso Fernández Mañueco (PP). | Claudia Alba (Europa Press)

No pretendo amargarles lo que queda de vacaciones, pero siento la obligación de recordarles que pasado mañana vuelve la realidad. La Semana Santa nos deja dos equipos españoles en las semifinales de la Copa de Europa, dos sinvergüenzas imputados por estafa, a Elon Musk desatado, y un pacto entre el Partido Popular y Vox en Castilla y León que ni las vacaciones, ni las procesiones, han logrado disimular. Nunca es una buena noticia que un partido pacte hacia su extremo, pero nadie puede hacerse el sorprendido de que PP y Vox hayan terminado coaligados. 

Reconozco que me puede la tentación de soltar un «yo ya lo dije» -la frase más irritante de la historia-, y como Wilde nos enseñó que la manera de librarse de la tentación es ceder ante ella, me permito sucumbir: yo ya lo dije. Hace más de dos años, en este mismo rincón, barruntaba que uno de los peores males del sanchismo sería sentar peligrosos precedentes, y así ha sido. ¿Qué autoridad moral tiene el PSOE para cuestionar la política de pactos del PP?

Por muchos aspavientos que haga, el Gobierno sabe que el pacto era inevitable, y no por coincidencia ideológica, sino por necesidad aritmética: si el PSOE se niega a apoyar al candidato del PP, al tiempo que le niega legitimidad a un pacto con Vox, esta vedando al PP la posibilidad de gobernar. O lo que es lo mismo, el PSOE está declarándose como único partido apto para gobernar. 

Es bueno recordar que la derecha no ha mostrado signos de inquietud por el pacto. El debate respecto a la moralidad de gobernar con Vox está resuelto entre los votantes del PP, y es probable que nunca existiera (las reticencias de Pablo Casado nunca fueron morales, sino estratégicas). Y las críticas sentidas, las referencias a Orban y a Le Pen, tienen el mismo efecto que las referencias que la derecha hacía a Venezuela y Cuba cuando se consumaba el pacto con Podemos. Hemos de asumir que las bases de PP y PSOE prefieren alejarse y pactar con sus extremos, y sus líderes las complacen.

Por lo demás, la sobreactuación catastrofista ante los «pactos con el mal» tiene otro riesgo: que tras uno, dos, tres meses de gobierno de coalición no ocurra nada grave; el problema de los pronósticos maximalistas es que es muy difícil que se cumplan. Y por eso las críticas deben ser más finas, y los llamados cordones sanitarios deben aplicarse a medidas, no a partidos. De lo contrario, resbalarán en la solapa sin dejar rastro.

Pero el mayor riesgo de normalizar el pacto hacia el extremo es hacer inviable el pacto hacia al centro, porque nuestro diseño institucional solo permite acometer grandes reformas con un gran consenso; sin pacto entre mayorías, no habrá cambios. Cuando los grandes partidos dejan de mirar al centro, España deja de mirar al futuro.  

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