THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Abascal nunca será Le Pen

«Más allá de compartir retórica aparatosa, incendiaria e iconoclasta, Le Pen y Vox no se parecen en casi nada»

Opinión
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Abascal nunca será Le Pen

Santiago Abascal. | Isabel Infantes (Europa Press)

España es un país pobre que a partir de cierto momento quiso engañarse a sí mismo pregonando que era rico. Y Francia es un país todavía rico que, sin embargo, no se concede ignorar el progresivo deterioro de las condiciones materiales de vida de un segmento cada vez mayor de su población. Es la gran diferencia entre nosotros y ellos. De ahí que una fuerza electoral alumbrada por la derecha nacionalista, iliberal, interclasista y anti-establishment, la nueva formación de Marine Le Pen una vez purgado el impresentable poso criptofascista que le legó su padre, ande muy a punto de ganar el Eliseo para su causa. Constatada esa asimetría de origen, lo que extraña al observador desapasionado es que la Agrupación Nacional y Vox, su teórico homólogo a este lado de los Pirineos, poseen programas y, sobre todo, bases sociológicas tan distintas y distantes

El electorado de los de Abascal, una muestra de las capas medias tradicionales, representativa en grado sumo de la derecha conservadora española de toda la vida, para nada se corresponde con el predominio de los estratos populares pauperizados, esos que ya habitan de modo exclusivo en la Francia periférica tras haber sido expulsados de las grandes ciudades por unos precios inmobiliarios solo accesibles a la parte de la población laboral integrada en el sector moderno, competitivo y globalizado de su economía dual, el retrato coral del partido de Le Pen. En puridad, y más allá del aspecto menor de compartir idénticas formas tremendistas en su retórica aparatosa, incendiaria e iconoclasta, la Agrupación Nacional y Vox no se parecen en casi nada. Cierto que las ideologías políticas, aquellos conjuntos de ideas y de creencias imbuidos de pasión, que es la mejor aproximación que yo conozco al contenido de ese concepto, ya no existen, al menos en el significado profundo del término. Pero la propuesta programática de la derecha extrema en Francia resulta ser el sucedáneo que más se aproxima al original histórico en nuestro tiempo líquido. 

Y esa propuesta, la que encarna hoy Le Pen, se asienta en todo lo que no postula Vox. A fin de cuentas, se articula en torno al intervencionismo decidido del Estado en todos los ámbitos de la economía; en todos, desde la activa acción correctora de los mecanismos impersonales propios del mercado en la esfera nacional, hasta el activismo de ese mismo Estado en la protección de los intereses industriales franceses frente a los extranjeros. Nada que ver, pues, con la muy convencional doctrina liberal al estilo anglosajón, casi libertaria muchas veces, que retrata a Vox. Al cabo, lo que más concuerda en Francia con el recetario económico que promueven los de Abascal es justamente el discurso oficial de Macron, otro entusiasta del Estado menguante, de la desregulación permanente y de la soberanía de los mercados libres. 

Porque mientras que la Agrupación Nacional representa ahora mismo una inopinada mutación heterodoxa y colectivista de la derecha, Vox no deja de reconocerse en las señas de identidad más convencionales y canónicas de esa misma corriente. Dos cosmovisiones, en el fondo, antagónicas. Una evolución tan distinta, la de las dos derechas alternativas a ambos lados de la frontera, que muy probablemente tenga su explicación en el doble miedo que, a diferencia de lo que sucede con los electores de Vox en España, retrata a los votantes de Le Pen. Porque lo que explica el fenómeno Le Pen no es el empobrecimiento de la antigua clase medía autóctona ni tampoco la irrupción en escena del multiculturalismo con agresivos tintes islámicos, sino el efecto conjunto de ambos fenómenos a la vez. Le Pen personifica el resultado explosivo de sumar al miedo económico el miedo cultural. Sin el simultáneo catalizador corrosivo fruto de ambas angustias colectivas, Le Pen no se entiende. Y en España, de momento, eso no ocurre. De ahí la diferencia entre unos y otros. Y también de ahí, por cierto, lo muy improbable de que Vox llegase alguna vez a desbancar al partido de la derecha convencional en España. Lo dicho, dos mundos.

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