THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Franco no prohibió el catalán

«Para subsanar una prohibición del catalán que nunca existió, se establecen medidas contra el español que suponen su veto en algunos ámbitos»

Opinión
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Franco no prohibió el catalán

Manifestación en defensa del catalán en los colegios. | Paco Freire (Europa Press)

El otro día charlaba con unos amigos y me miraron como si estuviera loca cuando afirmé que el catalán no estaba prohibido durante el franquismo. Antes de intentar argumentar mi posición, solté una ristra de vayapordelantismos porque no quería que mi comentario se interpretara como una defensa de la dictadura. El nacionalcatolicismo fue una etapa negra que cercenó la libertad de todos los españoles y sometió a las mujeres a una especie de minoría de edad perpetua. Hay infinidad de cosas del franquismo que resultan absolutamente repugnantes, pero lo cierto es que nunca prohibió el catalán y resulta preocupante que personas con formación académica sostengan que sí.

En la conversación que les refería, una de mis amigas, con dos carreras universitarias en su haber, me dijo: «Y si no estaba prohibido, ¿por qué metían a gente en la cárcel por hablarlo?» Yo le contesté que era una dictadura y que muchas veces encarcelaban a la gente de forma injusta, pero, desde luego, nunca por hablar esa lengua. Siguió: «¿Y por qué tantos escritores se exiliaron por escribir en catalán?» Le respondí que intelectuales de toda España tuvieron que exiliarse porque su defensa de la República hacía peligrar sus vidas, pero ninguno de ellos por el uso del idioma. De hecho, una de las grandes obras de la literatura en catalán, La plaça del Diamant, se publicó en 1962 y sí, fue escrita en Ginebra porque Mercè Rodoreda estaba exiliada, pero se editó aquí. Otro de mis amigos apuntó entonces que no era lo mismo el inicio de la dictadura que el tardofranquismo, pero el caso es que la Editorial Moll inició su actividad en 1941 y en 1947 se creó el Premi Joanot Martorell.

Además de la edición en catalán de libros y revistas como Cavall Fort, también se cantaba en catalán –ahí están los representantes de la Nova cançó como Raimon, Maria del Mar Bonet o Joan Manuel Serrat-. Por otra parte, Andrés do Barro tuvo cuatro números uno en gallego durante el franquismo, tal y como nos recordaba el especial de Cachitos esta Nochevieja. Y hablando de RTVE, en 1964 se empezó a emitir Teatre en català, un programa que una vez al mes ofrecía obras en la lengua autóctona. Es evidente que un idioma no puede estar prohibido y, a la vez, permitir editoriales, concursos literarios, canciones y programas de televisión en esa misma lengua. Pero mis amigos seguían sin estar convencidos y uno de ellos soltó, como bala final: «Y si el catalán no estaba prohibido, ¿por qué se hizo una Ley de Normalización Lingüística?» Y esa cuestión, queridos lectores, es la clave de todo el andamiaje que sostiene el nacionalismo etnolingüístico que impera en Cataluña. El catalán no era lengua oficial durante el franquismo –como tampoco lo es, por cierto, actualmente en Francia, pese a ser una democracia en forma de República-, pero eso no quiere decir que estuviera prohibido. Al no ser una lengua oficial, no se solía enseñar en los colegios, aunque en 1970, con la Ley General de Educación, esto empezó a cambiar, ya que en su artículo 1.3. señala como uno de los fines «la incorporación de las peculiaridades regionales que enriquecen la unidad y el patrimonio cultural de España» y establece el cultivo de la «lengua nativa» en los niveles de preescolar (art. 14) y EGB (art. 17).

Suelo decir que la mal llamada «inmersión lingüística» es un sistema tan nefasto que solo pueden defenderlo con mentiras y que, para empezar, ni tan siquiera el nombre se corresponde con la realidad, ya que para casi la mitad de los alumnos no es inmersión, sino un sistema monolingüe en lengua materna. Con la excusa de que el catalán estuvo prohibido durante el franquismo y hay que normalizarlo, en Cataluña en los colegios no se imparte ni una sola asignatura en español más allá de la de esa lengua; si no acreditas titulación en catalán, no puedes acceder a la función pública y si no rotulas tu negocio en ese idioma, te multan. Es decir, para subsanar una prohibición del catalán que nunca existió durante una dictadura que terminó hace casi 50 años, se establecen medidas contra el español que suponen, de facto, su veto en algunos ámbitos. 

«Todo el nacionalismo se sustenta sobre mentiras o medias verdades»

Y si mienten con respecto al franquismo, que todavía existen personas que lo vivieron, que no harán con tiempos pretéritos como el del Decreto de Nueva Planta (1716), que tampoco prohíbe el catalán, sino que en su artículo 5, el único que hace referencia a la lengua, estipula que «las causas de la Real Audiencia se substanciarán en lengua Castellana», es decir, que lo que establece es la sustitución del latín por el castellano. La victoria del bando borbónico en la Guerra de Sucesión es la fuente que legitima todo el victimismo del nacionalismo catalán y afirman que es a partir de ese momento cuando se impone el español, lengua hasta entonces totalmente ajena, según ellos, a Cataluña, pero la realidad es que en la segunda mitad del s. XVI, la mayoría de libros que se editaban en Barcelona eran en castellano, a continuación en latín y, en tercer lugar, en catalán. ¿Qué guerra hubo en el s. XVI que impusiera el castellano en Cataluña? ¿Cómo es posible se publicaran mayoritariamente libros en ese idioma si no tenía ninguna presencia aquí? Pues porque todo el nacionalismo se sustenta sobre mentiras o medias verdades.

Las lenguas son una fuente de riqueza y los que vivimos en lugares bilingües –la inmensa mayoría del mundo- somos afortunados. Y, sin lugar a dudas, resulta adecuado establecer medidas de protección y promoción de las lenguas minoritarias, pero no creo que el victimismo y las mentiras sean la mejor forma de hacerlo y tampoco lo es la obligatoriedad, como demuestra el hecho de que los jóvenes cada vez hablan menos catalán. Y es que, como dice Savater, las lenguas tienen dos grandes enemigos: los que las quieren prohibir y los que las quieren imponer.

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