THE OBJECTIVE
José García Domínguez

La batalla por Barcelona

«Ese vergonzante travestismo ideológico de la derecha catalana, que, como las meigas, haberla hayla, constituye uno de los subproductos más extravagantes del ‘procés’»

Opinión
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La batalla por Barcelona

Exalcalde de Barcelona, Xavier Trías. | EP

Al igual que ocurre según parece en el reino de los cielos, en el término municipal de Barcelona los últimos también serán los primeros. O al menos eso se desprende de la encuesta de Ipsos que acaba de airear La Vanguardia. Un vuelco en las expectativas, el que certifica esa cata demoscópica, que acierta a corroborar con números y porcentajes lo que ya se venía palpando en el sentir colectivo de la ciudad desde que Xavier Trías, al antiguo alcalde en representación de la difunta y enterrada Convergència, anunció su decisión de volver a presentarse, ahora bajo el paraguas de Junts per Catalunya. Así, la mera comunicación oficial de su candidatura ha provocado ese torbellino súbito, el que lo proyecta a él mismo a la primera posición en la carrera por el segundo sillón más cotizado en la Plaza de San Jaime, al saltar Junts desde los modestísimos cinco asientos en el actual consistorio (solo el Partido Popular, una formación históricamente irrelevante en Barcelona, obtuvo un resultado peor en 2019) hasta las doce concejalías y el 25% que les augura el sondeo. 

Un nuevo escenario, ese llamado a convertir en papel mojado las previsiones, en el que el gran perjudicado sería otro septuagenario, Ernest Maragall, el aspirante de la Esquerra, a la que todo el mundo en la Ciudad de los Prodigios daba por hecho que volvería a ganar, esta vez con mayor distancia en votos y regidores con respecto a Colau y los socialistas. Pero el inopinado paso al frente de Trías lo cambia todo. El veterano doctor Trías, alguien de quien cuesta trabajo recordar algo mínimamente notable en su periodo al frente de la ciudad, ha logrado galvanizar, sin embargo, la abatida autoestima de la mayoría silenciosa local. Que el poblachón manchego, ese al que siempre habían mirado por encima del hombro, los haya superado ahora -y con tan hiriente claridad- en casi todo, constituye un oprobio que demasiados barceloneses llevan muy mal. 

«Barcelona, al igual que ocurre con el resto de Cataluña, acaso sea la única metrópolis del mundo donde nadie es de derechas»

Para un lugar tan orgulloso -y también un punto arrogante-, la escena que se repite todos los viernes del año en la estación de Atocha, cuando el último AVE de la noche sale repleto de altos directivos y profesionales cualificados catalanes que vuelven a casa a pasar el fin de semana para volver a Madrid el lunes, ilustra la mortificante prueba de que Barcelona ya no representa la sede del europeísmo y la modernidad en la Península Ibérica. Una manifiesta decadencia que tiene en la alcaldesa Colau y su anodino aire de satisfecha cutrez una de sus representaciones icónicas más notorias. Barcelona, al igual que ocurre con el resto de Cataluña, acaso sea la única metrópolis del mundo donde nadie es de derechas. Un fenómeno político en verdad notable, sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de la segunda capital de España con más millonarios por metro cuadrado. Y de ahí que entre los cuatro partidos que se disputan la alcaldía (PP, Ciudadanos, Vox y la CUP no cuentan), tres presuman de ser de izquierdas, mientras que el otro, Junts, protesta airadamente siempre que alguien trata de identificarlo con la derecha. 

Ese vergonzante travestismo ideológico de la derecha catalana, que, como las meigas, haberla hayla, constituye uno de los subproductos más extravagantes del procés. Algo que se explica por su imperiosa necesidad de competir con ERC por un electorado, el que integran las clases medias autóctonas ahora independentistas, que en esencia es el mismo. Y en esto apareció Trías con su traje bien cortado, su corbata elegante y sus modales corteses, refinados. Una estampa como de viejo señor de Barcelona, común en otros tiempos mejores, pero que los lugareños ya tenían casi olvidada. Trías, incluso por su porte personal, les recuerda aquella Barcelona previa al descenso ominoso a la segunda división. Y esos muchos, incluso tapándose la nariz ante siglas del partido que lo presenta, le van a votar. En Barcelona, sí, puede saltar la sorpresa en mayo.

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