THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

Otros 40 años

«Es posible que el proyecto común español haya periclitado, tal como pensamos en él desde la Transición, y es posible que ni exista ni vaya a volver ese ‘nosotros’»

Opinión
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Otros 40 años

José Sacristán en 'Solos en la madrugada', de José Luis Garci. | RTVE

He vuelto a ver Solos en la madrugada, la película de Garci de 1978. Hace más de veinte años que la vi por primera vez. Con toda seguridad estábamos entonces más cerca del 78 -cronológica, también metafóricamente- de lo que hoy estoy de aquel momento de juventud. Y me pasaba, como con gran parte de la primera época de Garci, que no acababa de entender la letra aunque la música me sonase más o menos bien. O, más que no entender la letra, la entendía de una forma literal y universal, desencarnada de su momento, de lo concreto, que es como se quieren entender las cosas de joven.

De este nuevo «visionado», como dicen ahora, me quedan varias sensaciones. Una, que salvo el éxito, la frondosidad capilar y los hijos, uno bien podría ser ahora ese hombre atropellado por la vida que es el personaje de Sacristán -no tengo cubiteras vacías en la mesilla pero he empezado a usar aguas de colonia de la época. Otra, que todos los chistes sobre Franco y la derecha bien pensante -«Nueve de cada diez personas que usted admira son de derechas»- están contados antes de que los chavales de Mongolia echasen los dientes, y por gente que sí estaba allí. También que no es raro el impacto que tuvo en Argentina Solosuna película sobre la radio, la palabra, la adultez sobrevenida y las neuras.

Porque sí, en el núcleo de la película están las múltiples neuras de una generación que aún podía sentirse coartada emocional y sexualmente por haber crecido en la España estrecha de la dictadura. Más aún: la neurosis de creer que sus épocas más felices, infancia y juventud, eran en cierto modo inauténticas por haberlas vivido bajo el franquismo. Es significativo que, aunque la trama arranque en la Semana Santa del 77 y la legalización del PCE, y aunque los carteles y las referencias electorales se repitan casi a cada escena, el fondo de amargura, reproche y nostalgia abortada no tiene tanto que ver con la política como con la vida. Que, como siempre, está en otra parte.

«Una liberación de la dictadura que pasaba por renunciar al cinismo, al opio de la nostalgia, a la cobardía del estar de vuelta sin haber ido»

Estaba rumiando estas cosas cuando llegó, casi por sorpresa, el speech final de Sacristán, que habla de la radio que necesitaba la «nueva democracia» española; pero que ante todo es un reconocimiento de la emancipación real que los españoles tenían que operar respecto de la dictadura, una liberación profunda de los «40 años» que pasaba también por renunciar al cinismo, al opio de la nostalgia, a la cobardía del estar de vuelta sin haber ido. Una emancipación del padre y de sí mismos, una mayoría de edad. Y ahí otra lección: que el cinismo no lo ha inventado mi generación, ni inventaremos hoy el postcinismo, suponiendo que lo intentemos.

He escrito en ocasiones de la añoranza de un espacio común para las clases medias españolas, de un relato compartido que, obviamente, sólo puede nacer de la vida, no de la política. He escrito a veces con nostalgia, a veces con ironía -escaleras que hay que arrojar si alguna vez se llega arriba. Pero es preciso reconocer que la inexistencia de ese relato, de esos espacios, no obedece a ninguna conspiración, sino a fenómenos comunes a muchas sociedades occidentales: clases medias desdibujadas, fragmentadas, desmoralizadas, descolgadas por arriba y que aspiran a blindarse por abajo. La gran masa social de sectores intermedios por la que pugnaban los recuperados partidos en la España de 1977, que acabó siendo botín del PSOE en el 82, es hoy un archipiélago de valores e intereses, de territorios, de audiencias.

Eppur, sigue habiendo en España clases medias; y sigue habiendo, me temo, españoles. ¿Quién les habla hoy y desde dónde? Es posible que el proyecto común español haya periclitado, al menos en los términos en los que nos habituamos a pensar en él desde la Transición, y es posible que ni exista ni vaya a volver ese «nosotros» que invoca Pepe Sacristán en la película. Pero, hoy como en el 77, sigue siendo mala idea pasarnos otros cuarenta años hablando de los últimos cuarenta.

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