THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Payasos, tenores y jabalíes

«Menos hablar, dialogar, deliberar, los políticos hacen de todo: hacen reír, se ensimisman en su narcisismo y embisten. Todo ello bajo el aplauso de los suyos»

Opinión
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Payasos, tenores y jabalíes

El candidato de la moción de censura, profesor y economista Ramón Tamames (1i), pide la palabra durante la segunda sesión de la moción de censura. | Eduardo Parra (EP)

No fue propiamente una moción de censura, como ya se sabía de antemano. Pero fue una interpelación de Ramón Tamames a ciertas formas de la democracia española, quizás se refería a los procedimientos parlamentarios, pero tengo la sensación que más todavía al ambiente de respeto mutuo y cordialidad entre diputados. «Esta es una casa para hablar», dijo en un cierto momento el candidato. Parecía añorar su época de diputado, la nostalgia embellece los recuerdos, ya lo sabemos, porque tampoco aquellos tiempos fueron idílicos. Sin embargo, quienes conocieron aquellas épocas y ahora conocen las actuales, especialmente algunos veteranos periodistas todavía en activo, coinciden en que es mucho peor lo de hoy, quizás por una razón fundamental: se han quebrado los vínculos de amistad entre diputados, está mal visto el humor y la ironía en sus intervenciones, también hay desencuentros en los pasillos o en el bar. Incluso, según me cuentan, esta mala relación afecta también a los periodistas. Esta atmósfera distinta es la que enseguida percibió Tamames.

Una anécdota viene a cuento. Debía ser hacia septiembre de 1977, cuando comenzaron los trabajos de la ponencia constitucional. Se celebraban reuniones internas cada semana en la sede del Partido Comunista que organizaba Enrique Curiel, estaban presididas por Carrillo y era fundamental el criterio de Jordi Solé Tura, ponente constitucional. Se reunía un grupo de diez o quince personas, la mayoría dirigentes del partido y otros éramos convocados en nuestra condición de expertos al ser profesores de Derecho Político, así se llamaba la asignatura entonces, aunque poco derecho constitucional sabíamos. Asistía casi siempre Tamames

Un día llegó ya empezada la reunión y, antes de terminarse, se levantó con intención de irse. Carrillo nos dijo: «Perdonad un momento porque quiero preguntar una cosa a Ramón». Los periódicos de aquella mañana llevaban en portada y muy destacado que la tensión entre UCD y el PCE era máxima y algunos acuerdos importantes entre ellos podían romperse y la correlación fuerzas cambiar. La causa era una aparentemente agria disputa parlamentaria la tarde anterior entre los diputados Francisco Fernández Ordóñez, entonces de UCD, y Tamames.

«El otro no era un enemigo a abatir sino un adversario con el que se discrepaba y se pactaba»

«Ramón, ¿qué te pasó ayer con Paco Ordóñez, siempre me has dicho que eras muy amigo suyo, que es persona cercana a nosotros y quiere que comamos los tres un día para que le conozca?». Tamames no dio importancia al asunto: «No fue nada, Santiago, los periódicos exageran. Tú sabes que Paco es muy aficionado a adornar sus discursos con citas. Antes de entrar en el hemiciclo le dije: ‘Como me cites a Gramsci [teórico del comunismo italiano], salto. Gramsci es mío’. Pues bien, Paco va y me cita a Gramsci. ¿Qué querías que hiciera? Tuve que darle un buen vapuleo». Carrillo prosiguió. «Pero bueno, Ramón, ¿os habéis distanciado? ¿Esto afecta al Partido? Recuerda que me dijiste que teníamos que almorzar juntos un día». «Sí, claro, precisamente a la salida hablamos un momento de eso y dijimos que nuestras secretarias señalasen dos o tres fechas para la semana que viene o la siguiente, y ver cuál nos iba bien a los tres». La verdad es que quedé sorprendido y algo desconcertado. Pero aprendí mucho: las relaciones personales entre políticos eran buenas a pesar de militar en partidos distintos y lógicamente enfrentados. Cada uno sabía dónde estaba, pero también que el otro no era un enemigo a abatir sino un adversario con el que se discrepaba y se pactaba, dialogando, poniéndose en el lugar del otro, los acuerdos a veces no eran fáciles pero eran posibles y, en muchos casos, necesarios para los intereses de todos, los intereses generales.

Creo que estas relaciones de amistad siguieron así durante algunos decenios, hasta bien entrado el siglo actual. Fue conocida la amistad que con el tiempo se entabló entre Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell, los veraneos conjuntos de las familias Carrillo y Martín Villa, más tarde la excelente relación personal entre Eduardo Zaplana y Alfredo Pérez Rubalcaba. Incluso a Rajoy, en una entrevista muy reciente, creo que en THE OBJECTIVE, cuando le preguntaron quién encontraba a faltar en la política española respondió: a Alfredo Rubalcaba.

No es que fueran otros tiempos, eran otros políticos y era una forma distinta de hacer política, eran políticamente liberales y no respondían a estrategias populistas, esas que necesitan tirar a degüello contra el adversario para convertirlo en enemigo. Es la política de bloques, no el imprescindible pluralismo entre partidos, un valor superior establecido en el primer artículo de nuestra Constitución. El adversario está dentro del mismo bloque y por supuesto es amigo; todos los del bloque contrario son los enemigos.

«Y si no puedes convencer al electorado, normalmente sensato, montas desde el poder tu ideología populista»

Y si no puedes convencer al electorado, normalmente sensato, montas desde el poder tu ideología populista sobre eso que llaman memoria histórica (hoy corregida por democrática, qué más da) y te remontas a la guerra civil, aquella que militarmente terminó hace nada menos que 84 años; cómo si en los años ochenta, ya en la actual democracia, nos declaráramos antinorteamericanos por la guerra de Cuba y la voladura del Maine.

Esta es la triste conclusión que saqué tras estos dos penosos días de supuesta moción de censura. Hay que entrar a matar al contrario con el sable desplegado, porque el contrario es el mal, el mal eterno, y al mal se le combate, sin él nos quedaríamos sin argumentos. Son como películas de buenos y malos, irreductibles ambos, aquellas que nos gustaban tanto de niños precisamente porque éramos niños.

En una de las primeras sesiones de las Cortes de la II República, exactamente la del 30 de julio de 1931, el diputado José Ortega y Gasset, en nombre de su pequeñísimo grupo parlamentario Al servicio de la República hizo unas cuantas advertencias sobre el tono apropiado para las futuras sesiones parlamentarias. Y entre ellas formuló una de estas frases gráficas tan suyas: «Porque es de plena evidencia que hay, sobre todo, tres cosas que no podemos venir a hacer aquí [en el hemiciclo de las Cortes]: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí».

Demasiado a menudo, vemos en el Congreso payasos, tenores y jabalíes. Menos hablar, dialogar, deliberar, hacen de todo: hacen reír, se ensimisman en su narcisismo y embisten. Todo ello bajo el aplauso entusiasta de los suyos y, naturalmente, leyendo los apuntes que les han escrito sus asesores.

El Congreso no es un lugar para hablar, como dijo Tamames.

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