THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

¿Quién quiere trabajar en el campo?

«Hay que dignificar la actividad de los productores de alimentos y establecer una estrategia que incida en la producción y en la rentabilidad de las explotaciones»

Opinión
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¿Quién quiere trabajar en el campo?

Erich Gordon

¿Estudias o trabajas?, la manoseada fórmula de acercamiento y primer contacto de los ochenta y noventa, más allá de suponer una manera cómoda y socorrida de romper el hielo, encerraba una honda sociología, atávica y popular. Existían carreras, oficios y profesiones que resultaban más atractivas que otras y que, por lo tanto, incrementaban sus posibilidades de éxito relacional, denominémoslo así.

En efecto, el trabajo cohesiona y estructura las sociedades humanas desde el origen de nuestra especie. Los oficios, empleos y quehaceres fueron mutando al compás de la propia evolución de la sociedad. Y así ocurrió desde siempre, para siempre. Desde los ancestrales cazadores, talladores de piedra o curtidores de pieles, hasta los actuales gestores de blockchain, criptomonedas y bases de datos, los trabajos fueron cambiando, mientras mantenían, al tiempo, el mismo propósito esencial, el de atender y satisfacer demandas de la sociedad. Ayer la caza del mamut, hoy la caza inteligente del dato, dos labores bien distintas acordes con las prioridades y necesidades de las respectivas sociedades, bien diferentes entre sí. Los empleos siempre mutaron, aunque es ahora cuando la velocidad de los cambios crece exponencialmente, al punto de que cada año descubrimos nuevos oficios, bien pagados, que desconocíamos por completo apenas unos meses antes. Trabajos atractivos y trabajos no tan atractivos, como los agrarios, por ejemplo, para una sociedad, que, sin ser consciente de ello, los precisa a todos ellos.

Hará un mes participé como profesor en la V edición del MBA Excellence de la Cámara de Comercio de Oviedo. Reflexioné con los alumnos acerca de las habilidades directivas y de la sabiduría para el nuevo liderazgo empresarial. Sus aspiraciones se centraban en tecnologías, logística y servicios varios, impulsados por una sana ambición de crecimiento personal y profesional y, cómo no, orientados hacia los sectores con más potencial de crecimiento. Al día siguiente, aprovechando mi estancia en Oviedo, visité dos edificios de importancia destacada en la historia asturiana y española que aún no conocía, las bellísimas Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, situadas a las afueras de Oviedo, en las faldas del monte Naranco. Decidí caminar y, aunque gran parte del trayecto transcurre en un recorrido netamente urbano, también hube de transitar por caminos rurales, rodeados por los clásicos prados verdes, cercados por muros de piedra, que lucían hermosos, pero con un triste halo de melancolía. ¿Por qué? Pues porque se encontraban vacíos, huérfanos de esas vacas que, tradicionalmente pastaron en las praderas asturianas.

Recorrer las carreteras cantábricas, además del disfrute de sus paisajes, significaba tradicionalmente el encuentro con una amplia cabaña ganadera, que pastaba serena en sus praderas húmedas. Hoy ya no se pueden ver, porque, sencillamente, esas vacas desaparecieron. Fueron sacrificadas porque los propietarios de los prados tuvieron que abandonar sus explotaciones ganaderas por falta de rentabilidad y por aspirar a trabajos más cómodos y prestigiosos. Los unos reforestaron sus campos con eucaliptos, los otros los reservaron para disfrute de fin de semana, pero prácticamente todos dejaron de atender y cuidar aquellas vacas que dieron de comer a muchas generaciones de su familia.

«Mientras la sociedad siga abducida por el pensamiento ‘bambi’, la producción agraria seguirá retrayéndose y los precios subiendo»

Y mientras ascendía por los caminos del monte Naranco hacia los famosos monumentos, no pude por menos que reflexionar de nuevo acerca de la profunda y hondísima crisis del agro español y europeo por motivos diversos, algunos de los cuales ya abordamos en un anterior artículo titulado La venganza del campo, en el que postulaba que el campo comenzaba a vengarse, al modo bíblico, de una sociedad urbana que lo despreció durante décadas. ¿Y cómo se venga? Pues con escasez y con fuertes subidas de precios que no han hecho sino comenzar. Mientras que la sociedad no sea consciente de la absoluta prioridad de la producción agraria y mientras siga abducida por el pensamiento bambi de un campo sin tractores, granjas, regadíos ni invernaderos, la producción agraria seguirá retrayéndose y los precios, en consecuencia, subiendo.

Y si la agricultura en general ha sufrido el desprecio de una sociedad urbana acostumbrada por décadas a una alimentación abundante y extraordinariamente barata, un descrédito paralelo han sufrido las profesiones dedicadas al campo. Y, como muestra, un botón. Si a la pregunta clásica de ¿estudias o trabajas?, un primero responde, tengo una startup de data analytics y un segundo, tengo una granja de cerdos, ¿quién tiene más posibilidades de triunfar? Pues eso, lo dicho. ¿Cómo atraer entonces talento joven a un sector que hemos desprestigiado entre todos? ¿Cómo conseguir relevo generacional en explotaciones que, a día de hoy, exigen un gran sacrificio sin verse recompensadas con la adecuada rentabilidad?

Semanas después, mientras atravesaba en AVE los llanos manchegos camino de Murcia, volví a recordar el tema de los oficios agrarios. Los puestos de pastores, granjeros, tractoristas, cosecheros, entre otros, resultan muy difíciles de cubrir. Me dirigía hacia la capital murciana para pronunciar una conferencia acerca del futuro del agro, un evento organizado por Bia3consultores al que asistirían representantes de empresas y cooperativas agrarias de la región. Fui invitado a raíz de la publicación en THE OBJECTIVE del mencionado artículo La venganza del campo, lo que muestra la influencia que este medio posee a lo largo y ancho de nuestra querida España. Ante un público atento, expuse mis razones sobre el por qué y el cómo habíamos llegado hasta aquí, y cuáles serían las dinámicas más probables de futuro. Pero no quiero incidir en ellas, sino centrarme en una de las intervenciones de un asistente, una vez concluida mi charla. Se presentó como consultor en selección de RRHH y comentó la dificultad creciente de encontrar talento para cubrir las distintas posiciones demandadas por las empresas agrarias, tanto de operarios de primera línea como de personal especializado en los diferentes departamentos. ¿Las causas? Hubo gran coincidencia en las opiniones, centrando el elemento diferencial en la falta de glamour del sector, nada atractivo para los jóvenes. No se trataba tan sólo, pues, de cuestión salarial y de condiciones de trabajo, sino de puro employer branding, de prestigio del sector.

«La sociedad piensa que los alimentos son algo que aparece por generación espontánea en los supermercados»

La situación sólo podrá ser revertida cuando la sociedad valore, en su real importancia, a quienes producen los alimentos que precisa cada día para subsistir. A día de hoy, la sociedad occidental piensa que los alimentos son algo que aparece por generación espontánea en los anaqueles de los supermercados y, en su imaginario, desea un mundo rural de naturaleza virgen, paseo, Instagram y turismo rural, por lo que le molestan e irritan regadíos, trasvases, granjas y silos, por lo que les dificulta su actividad, cuando no la prohíbe directamente, a través de las normas y de las leyes que aprueba. Inevitablemente, ante este acoso –más allá de la subida de costos y estrechamiento de márgenes-, la producción agraria disminuirá, con los que sus precios subirán para consternación de una sociedad perpleja a la que se le desvanece el pensamiento mágico de alimentos baratos siempre disponibles para su consumo. Pues no. La venganza del campo, como tantas veces hemos repetido, ya está aquí, en forma de escasez y de subida de precios, y todo apunta a que se quedará entre nosotros durante un tiempo. ¿Hasta cuándo? Pues hasta que no asumamos, Europa y España, que precisamos de una estrategia alimentaria, al igual que existe una energética, por poner un ejemplo. Si, Dios no lo quiera, algún día faltaran los alimentos o se encarecieran en demasía, todos los ojos que volverían hacia ganaderos y agricultores, los llamados a producir los alimentos

Ya de regreso a Córdoba, y desde la terraza del Balcón de Córdoba, la antigua casa del poeta Juan Bernier reconvertida en un coqueto hotel con patio enchinado, naranjos y fuente, disfruto de la vista espectacular de la Mezquita y recuerdo una noticia leída en la mañana. La provincia de Teruel se quedaba sin vacas lecheras, por el cierre de su última granja. La familia propietaria, tercera generación de ganaderos, ya no había podido soportar las pérdidas continuadas, que ni siquiera las recientes subidas de precios habían logrado menguar. Una más. Otra explotación ganadera, otra historia familiar más que desaparece, cebando el despoblamiento y retirando leche del mercado. Duele. Pero más dolerá a quiénes persiguieron a las granjas cuando la leche se ponga por las nubes. ¿Quién recuperará entonces la actividad?

Tenemos que recuperar la cordura, dignificar la actividad de los productores de alimentos y establecer una estrategia alimentaria que incida en la producción, la seguridad, la garantía alimentaria y en la rentabilidad de las explotaciones, sin renunciar por ello a valores de sostenibilidad, por supuesto. Merece la pena dedicar un tiempo a apoyar el cambio de paradigma. Por eso, el domingo pasado, viajé bien temprano hasta la localidad granadina de Cogollos Vega, donde la asociación Olivares Monumentales de Andalucía organizaba unas jornadas sobre patrimonio olivarero, cultura y gastronomía. De nuevo, el mismo clamor. El mundo rural se muere ante la indiferencia de todos. Ya de noche, de regreso a Córdoba, mientras escribo estas líneas, oigo de fondo el ruido de la televisión. Como cada día, escucho las quejas de los ciudadanos entrevistados ante la fortísima subida de los alimentos que le dificulta llegar a final de mes. Sacudo la cabeza y vuelvo al artículo. No lo saben, pero la venganza de ese campo que tanto despreciaron ya está aquí… y nadie parece haberse enterado.

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