THE OBJECTIVE
Daniel Capó

En una galaxia muy, muy lejana

«El universo ‘Star Wars’ refleja para sus seguidores el anhelo de trascendencia de unas generaciones que han perdido ya su contacto con los viejos dioses»

Opinión
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En una galaxia muy, muy lejana

Ilustración de Erich Gordon.

El mundo del coleccionismo es uno de los rostros de la pasión. Pero también se podría ampliar el ángulo de visión y decir que en la pasión anida siempre ese afán de poseer característico del coleccionista. Pensaba en ello mientras el metro londinense nos acercaba al centro de convenciones ExCeL, en las afueras de la ciudad: un gigantesco hangar donde este año ha tenido cabida la Star Wars Celebration. No podíamos llegar tarde, pues nuestro primer panel exclusivo –¡conseguido en la lotería!–, que reunía a algunos de los primeros villanos de la saga (al final fueron tres: los actores que dan vida a Lord Palpatine, al Líder supremo Snoke y a la capitana Phasma), se celebraría a primera hora de la mañana. En nuestro vagón del metro se iban juntando los cosplayers disfrazados para la ocasión. Incluso un simple aficionado como yo podía reconocer a muchos de aquellos personajes de ficción: a los mandalorianos y a Mace Windu, a Darth Maul y a Qui-Gon Jinn, a la Armera –¿era la Armera?– y por supuesto al icónico Darth Vader, una de esas figuras totémicas de la cinematografía.

Dentro del recinto ExCeL veríamos a muchos más: recuerdo en concreto la mirada envejecida y demasiado humana de un Yoda impecable, así como los batallones de soldados imperiales manchados por el fango y la guerra. Las interminables salas dedicadas a la venta de souvenirs –algunos tan sorprendentes como los pasaportes intergalácticos y otros tan de nuestro tiempo como los tatuajes– daban paso a los espacios destinados a la firma de fotografías por algunos de los principales actores de las distintas películas y a los paneles –tanto públicos como privados– que anunciaban las novedades de los próximos años: ¡tres nuevas películas para empezar!

«La esperanza es el latido y el aliento de cualquier forma de espiritualidad»

¿Qué les unía –o, mejor dicho, qué nos unía– a las miles y miles de personas que concurren a este tipo de convenciones? La respuesta es una: la pasión. Pero pasiones hay muchas y no todas congregan de igual modo. La siguiente respuesta, con permiso de la mercadotecnia, quizás la encontremos en la extraña relación que la ciencia ficción mantiene con la espiritualidad. Realmente, el universo Star Wars refleja para muchos de sus seguidores el anhelo de trascendencia de unas generaciones que han perdido ya su contacto con los viejos dioses, pero que conservan vivo el deseo íntimo de vivir una vida más plena: una vida que vaya más allá de los límites habituales que nos constriñen; una vida que no renuncie a sus enigmas ni a sus tentaciones, con su verbalidad propia («Yo soy tu padre», decía Vader) y también con sus silencios, con el bien y el mal en lucha, con la épica y su aventura, con la muerte y su redención final, es decir, con la esperanza siempre al fondo. La esperanza, que es el latido y el aliento de cualquier forma de espiritualidad.

Esta mezcolanza de lo antiguo y lo moderno subyace a las tesis que sobre el mito del héroe defendió el antropólogo junguiano Joseph Campbell y sobre estas teorías George Lucas asentó su primera trilogía: no hay un verdadero héroe si no se desciende hasta lo más profundo del miedo y de la muerte y se consigue regresar, como no hay verdadero mito si su brillo no se actualiza a diario. Reflejo de un poder antiguo proyectado hacia el futuro, Star Wars representa para algunos de sus seguidores una forma de palpar ese anhelo de una vida que no se agota en sí misma.

Una especie de deidad hindú de la guerra, un Darth Vader coronado por todos los espíritus de la India, se paseaba por el espacio ExCeL como una forma singular de la inculturación. Lo estuve contemplando un largo rato, sin saber dónde situarlo en la escala del tiempo. ¿Era de ayer? ¿Era de mañana? Al igual que sucede con los fantasmas, pensé que no podía apresar su significado. Más tarde, cuando ya había desaparecido entre la muchedumbre, entendí cuál era su secreta hermenéutica: la vivencia espiritual de la humanidad tiene mucho de sincrético y aquel buen hombre no podía dejar atrás ninguno de sus dos credos. Como tampoco nada de lo que hacemos y pensamos desaparece del todo.

Al salir, de vuelta al gran Londres, nos esperaban los oficios de Semana Santa en la vieja capilla privada del embajador de Portugal.

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