THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Contra los pelmas

«Hay que saber narrar las cosas para que aquel que no es parroquiano pueda absorber ese entusiasmo y entrar en la conversación con ganas de ser iluminado»

Opinión
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Contra los pelmas

Erich Gordon

En un lugar de Vizcaya de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace tiempo que veraneábamos con toda la familia hasta que el tema de ETA se puso pesado. Si ibas con una camisa planchada en vez de una camiseta contestataria, ciertos invernantes del pueblo (es decir, los que no eran veraneantes) te miraban como si pudieran provocarte un cáncer con la vista. Con el tiempo dejamos de tomarnos el verano como un acto de resistencia –del barco de Chanquete sí nos moverán– y nos fuimos a donde van los vascos que viven en tierras soleadas y anhelan las colinas verdes y los mares espumosos, pero sin el componente perroflauta. Ese sitio se llama Cantabria (o Fatxander en otras lenguas peninsulares muy próximas). 

El pequeño pueblo en el que aprendimos a veranear no tenía ni golf ni una playa suficientemente ancha y despejada de peñascos como para hacer surf, de modo que los que salimos de allí no estábamos preparados para estos pasatiempos (o quizás, matatiempos) que dominan el ocio estival en las costas cántabras. Muchos de los que entonces veraneaban conmigo y que estaban más dotados que yo para el deporte, han sabido adaptarse a las costumbres de este territorio y han aprendido a jugar al golf o hacer surf. Incluso hay algunos particularmente entregados que han sabido derribar ese muro ficticio entre ambas disciplinas. Se han negado a plantear el golf y el surf como una disyuntiva para el veraneante de la zona y de ese modo han creado una nueva estirpe de superhombres con los que ni siquiera Nietzsche se atrevió a soñar: los surfergolfistas. O golfisurfers. Aún no tienen nombre, esto es relativamente nuevo como tendencia. 

La práctica de estos dos deportes no solo se circunscribe a la playa y al campo de golf, no termina ahí la cosa, sino que se extiende a las sobremesas, las barras y a cualquier encuentro social. Porque la gente no solo surfea y juega al golf, sino que además te lo cuenta después: un partido de golf o una mañana de olas no son más que el texto, después vendrá el comentario, y dará igual que ni surfees ni jueges al golf, te darán un reporte diario de manera inmisericorde todo el tiempo que permanezcas por la zona

«No hay nada que atrape más que una persona hablando con pasión de aquello que le apasiona»

Ambas actividades son de tal intensidad que se adhieren a la identidad de quien los practica, tanto a la identidad estética como al modo de hablar. Te encuentras con alguien en una cena y empieza a hablarte del madrugón de mañana para llegar al tee del 1, de si estaba poco cuidado el rough, de un birdie con el que ya se puede morir tranquilo, de si le han bajado el hándicap o lo han subido (todos saben el hándicap de todos), que si últimamente se le ha viciado el drive, que si es jodida la salida del hoyo 9. Huyes del golfista solo para caer en las garras de otro que te cuenta que ha visto el parte de olas y se ha despertado a las seis y media (lo que se madruga en verano), se ha puesto cerca de la isla, donde entra una derecha que con marea baja es la mejor, le ha costado bastante atravesar la rompiente, iba con el long board, pensé que no llegaba, dice, y de repente me ha entrado una serie que ni en Maui. Y ay de ti como te encuentres a un golfisurfer en tu mesa, pídete los gin tonics de dos en dos. Es tal la matraca, que a veces uno anhela a los borrokas haciendo sus pintadas terroristas en el pueblo de mis veranos de la infancia.

Yo soy de los que cree y siente que no hay nada que atrape más que una persona hablando con pasión de aquello que le apasiona. Con ese tipo de entusiasmo que no cabe en uno mismo, que se desborda y que contagia al que escucha –no olvidemos que la palabra entusiasmo viene del griego y quiere decir literalmente tener un dios dentro de uno mismo, es decir, sufrir una posesión divina-. Pero hay que saber narrar las cosas para que aquel que no es parroquiano y que no ha sentido la llamada, pueda absorber parte de ese entusiasmo y entrar con avidez en la conversación, con ganas de ser iluminado. Todo lo demás es simple y llanamente ser un pelma, es decir, alguien que le habla al que tiene al lado de algo que no le interesa de una manera en que es imposible que pueda suscitarle su interés. 

Una amiga de mis padres que no veranea en Cantabria, cuando le preguntan si juega al golf ella contesta, «no, yo todavía follo». Me hizo mucha gracia y lo empecé a utilizar en mis encuentros con desconocidos en Pedreña, pero esta contestación no siempre provoca sonrisas ni rompe el hielo, sino que más bien lo solidifica.

Este año cambio de estrategia y he pensado darles a probar su propia medicina a todos los pelmas que me encuentre, soportaré la chapa de su madrugón para jugar al golf o coger olas, y de ese modo me aseguraré el turno de réplica para soltar mi propia chapa en los mismo términos con los que me la dan a mí: «Pues yo también he madrugado hoy para lo mío, ‘tan pronto como brilló la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos’, que diría Homero, me asomé a la ventana para ver si atrapaba a Calíope, pero debió de desvanecerse antes de que pudiera emborronar la página en blanco porque no conseguí sentir la épica de la musa en mi pluma, y cuando ya estaba el sol subiendo y pensé que me había quedado en un bloqueo creativo, de repente entró por la ventana el aroma de un perfume de mujer y la musa Erató imantó mi mano, y me hizo escribir un soneto amoroso, preñado de alegorías, aliteraciones y todo tipo de tropos. Me peleé mucho con el primer verso del último terceto, que no conseguía sacar un endecasílabo y me parecía un poco tramposo encabalgarlo, pero al final hallé una sinalefa que me hizo encajarlo todo, y cuando ya había terminado el soneto y sentí que me había vaciado, entonces Calíope, que sin duda tuvo celos de Erató, me poseyó y sacó de mí unos tetrástrofos monorrimos alejandrinos como no se han visto igual desde que Gonzalo de Berceo se afeitaba la tonsura en San Millán de la Cogolla». 

A la vuelta del verano, les contaré si esto ha servido de algo. 

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