THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Sánchez, el sanchista

«Estamos ante un personaje que usa el cinismo como arma, que se maneja como nadie en la manipulación y es un maestro en la inversión de la realidad»

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Sánchez, el sanchista

Pedro Sánchez y Pablo Motos en 'El hormiguero'. | Atresmedia

¿Quién mejor que Sánchez para interpretar la mejor actuación de eso llamado el sanchismo? Hay que reconocer que en lo suyo es bueno, es muy bueno. Él habla de su libro, practica un hieratismo envidiable, no le importa quién esté delante, quién le interpela, quién le ría las gracias, quién le afea su discurso. Tiene un objetivo y utilizará todas las trampas e imposturas dialécticas que haga falta para alcanzarlo. Imagino que esto no sorprenderá a nadie, o quizás sí. Viendo la estrategia del PP y Vox parecería que no han entendido las reglas y el marco del juego. 

¿Inocencia? ¿ingenuidad? Quién sabe. Lo que sí sé, es que estamos ante un personaje que usa el cinismo como arma de diversión masiva. Estamos ante un personaje que se maneja como nadie en la manipulación y es un maestro en la inversión de la realidad. Además, en lo referente a las estrategias comunicativas, sabe cómo afrontar los desafíos y dilemas. Sánchez, como haría un buen judoca, ha utilizado la fuerza del contrario para intentar derribarlo, ha cogido eso del sanchismo para colocarse como víctima de una especie de conjura neofascista. El victimismo es una fuerza muy poderosa en manos de un populista (solo recordar el relato épico-victimista del nacionalismo catalán).

No hemos de olvidar que ser la víctima te convierte en alguien débil, alguien al que socorrer, alguien que despierta sentimientos y emociones de solidaridad. Porque esto, señores, también va de emociones y sentimientos, no solo de racionalidad. También va de miedo, de hacer creer que nos espera el apocalipsis franquista, que el contrario es un ente malvado que quiere robarnos nuestros «derechos», en el fondo, quiere arrebatarnos nuestra libertad. Disfrazarse de víctima blanquea al personaje, aparta el foco de lo indefendible de este gobierno y de este presidente, le acerca al votante socialista estupefacto. El miedo tensiona, a modo zapateril, estimula las huestes propias y polariza el debate político.

Aunque no lo parezca, Sánchez también envía recados a sus compañeros de armas y proyectos populistas. Cuando en El hormiguero, dijo aquello de que no podía compararse Yolanda con Abascal, en realidad, los estaba comparando. Ningún asombro, esta estrategia situacional indirecta le es muy efectiva y necesaria, sabe que necesita situar a Yoli en el extremo del cuadrilátero porque la vía de agua la tiene en el electorado de centro, es por eso por lo que Yoli y los suyos les son tan útiles. Sánchez, el resistente, sabe que, con este giro, como mínimo podrá aguantar como líder del PSOE y, mientras las fuerzas y movimientos populistas hagan arder las calles, él tendrá la posibilidad de volver al poder. Claro está que este es el peor de sus escenarios, el otro, su sueño húmedo, sería la reedición del Gobierno Frankenstein.

«Desvió la culpa de todo a la defenestrada por propios y ajenos, Irene Montero»

Pedir perdón, culpando al otro, parecería algo infantiloide, pero, tal y como lo planteó Sánchez respecto a la ley del solo sí es sí, fue muy efectivo. Sobre todo, cuando hizo oídos sordos a las interpelaciones del Pablo Motos (las preguntas del director del programa eran meras entradillas para hablar de su libro). Desvió la culpa de todo a la defenestrada por propios y ajenos, Irene Montero, parecería que él pasaba por allí y los de aquello que se llamaba Podemos lo hicieron sin su consentimiento y anuencia. Listo, Sánchez es un tipo listo. Resultado: más blanqueamiento, más alejamiento de lo hecho, más balones fuera. Imagino que alguien no muy informado de los tejemanejes políticos, como mínimo, habrá empatizado con Sánchez y su discurso.

En este mundo líquido, repleto de narrativas confusas y relativistas, quien maneja el marco referencial, gana. Y, en esto, Sánchez también lo bordó. Un par de ejemplos, uno de ellos fue copartícipe el presentador. Asumir que la «paz social» catalana es fruto de los indultos es asumir el marco sanchista del trazo grueso. Porque los indultos no fueron para lograr paz social, fueron para lograr los apoyos parlamentarios del separatismo. Aceptar que el problema separatista en Cataluña es algo meramente político, es una trampa que obvia el golpe de Estado, olvida a Tsunami Democrátic (muy cercano a sus socios separatistas) y la guerrilla urbana de 2019. Esa paz es una vuelta a la paz del silencio y los silenciados, es la pausa estratégica del separatismo para volver a intentarlo.

Otro marco, que para mí fue aterrador, fue el del silencio respecto a Bildu. Echo de menos que alguien le pregunte al presidente en funciones lo que sentiría si, mirando a los ojos de los que sufrieron el terrorismo etarra, les explicase por qué lamentó en sede parlamentaria la muerte de un etarra en prisión. Que, mirando a los ojos a algunos militantes de su partido que perdieron amigos, familiares o compañeros, les explique por qué está blanqueando a un partido que fue el sustento civil y político de la banda terrorista. Que les explique por qué son más importante los votos del terrorismo que la memoria de las víctimas…

En definitiva, estamos ante un maestro del camuflaje, el disfraz y el engaño. El cinismo y el recurso a la emocionalidad son sus herramientas básicas. La racionalidad solo es el armazón estructural de una narrativa populista para lograr verosimilitud y aumentar su eficacia. Nos guste o no, este es el juego al que se está jugando. Es un juego de poder por el que todo vale. No quiero imaginar una reedición del gobierno Frankenstein, con un Sánchez aún más débil en manos de Otegi y los suyos, ofreciendo una vicepresidencia al condenado por terrorismo. Y, de aquí cuatro años, decir aquello de «no mentí, solo cambié de opinión», que, en la traducción al lenguaje normal, significa «con tal de continuar en el poder, me alío con quién sea al coste que sea», coste que, por otra parte, lo hemos pagado todos y lo volveríamos a pagar.

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