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Esperanza Aguirre

Nicolás Redondo Terreros

«Seguro de que en el PSOE no se va a mover ni una mosca porque están todos en la nómina que Pedro Sánchez, desde su poder absoluto, les ha concedido»

Opinión
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Nicolás Redondo Terreros

Ilustración de Alejandra Svriz.

La noticia de la fulminante expulsión de Nicolás Redondo Terreros del PSOE, ese partido que fue refundado en los años setenta gracias, en gran medida, a la labor y a la personalidad de su padre, Nicolás Redondo Urbieta, y en el que ha militado desde hace 47 años, me ha hecho recordar unos episodios de mi vida que están unidos a la trayectoria del socialista hoy expulsado y que creo que pueden explicar algunas de las causas de la deriva que ese partido ha tomado.

En 2000 el PP ganó las elecciones con mayoría absoluta y fui elegida Senadora por Madrid. Después también fui elegida presidenta del Senado y, al mismo tiempo, fueron elegidos los dos vicepresidentes: Alfredo Prada, senador por León, del PP y Javier Rojo, senador por Álava, del PSOE. Estos dos vicepresidentes tuvieron su protagonismo en los dos episodios que voy a relatar.

En julio de aquel año fue elegido secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero y, si hacemos caso a su primer biógrafo autorizado, el periodista leonés Óscar Campillo, el triunfo de Zapatero sobre su rival, José Bono, por sólo nueve votos, se debió a las maniobras que llevaron a cabo Pepiño Blanco y José Luis Balbás.

A la vuelta de las vacaciones de verano, a finales de agosto, Prada me explicó que Zapatero había sido compañero suyo y de su mujer en la Facultad de Derecho de la Universidad de León y que, aunque no eran muy amigos, habían tenido siempre una relación cordial y habían coincidido con frecuencia. Me preguntó si me apetecía conocerle y, por supuesto, le dije que sí. De manera que, poco después, a principios de septiembre, Prada me concertó un encuentro con el entonces nuevo líder socialista y vino a comer conmigo mano a mano al Senado.

La comida se prolongó en una larga sobremesa, hasta el punto de que a mí me sorprendió que no tuviera prisa por marcharse. Cuando se fue, sobre las seis de la tarde, mis colaboradores más cercanos vinieron a preguntarme qué impresión me había causado el entonces muy desconocido Zapatero. Les dije que me había parecido guapo, simpático, educado, agradable, que sabía escuchar, que me había declarado que su primer objetivo era acabar con el rencor en las relaciones entre los políticos y, les añadí, que, sobre todo, «creía en España».

Aquellas palabras mías han sido después objeto de bromas y de expresiones del estilo de «¡que Santa Lucía te conserve la vista!». Sin embargo, los primeros meses de Zapatero al frente del PSOE parecieron confirmar aquella primera impresión mía. En diciembre de ese mismo año, a iniciativa del PSOE de Zapatero, PP y PSOE firmaron el «Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo», conocido también como Pacto Antiterrorista. Y durante todo aquel invierno Zapatero apoyó sin fisuras a Nicolás Redondo Terreros, que era el Secretario General del Partido Socialista en el País Vasco y su candidato a lehendakari en las elecciones autonómicas que iban a celebrarse en mayo de 2001. Unas elecciones a las que los socialistas y el PP, liderado por Jaime Mayor Oreja, se presentaron con el compromiso de llegar a un acuerdo para desalojar a los nacionalistas de Ajuria Enea. Fueron las elecciones de la foto de Fernando Savater levantando los brazos de Nicolás y de Jaime, en el mitin del Kursaal de San Sebastián, lleno de público.

«Hay quien dice que el cambio de actitud de Zapatero vino provocado por el famoso artículo de Cebrián a los pocos días de aquellas fallidas elecciones de mayo de 2001»

Y ahora aparece el otro vicepresidente del Senado, el alavés Javier Rojo. Pocos días antes de las Navidades de 2001 me pide hablar conmigo de la situación en el Partido Socialista del País Vasco. Rojo había sido hasta entonces el más entusiasta partidario de la unión de PSOE y PP frente a los nacionalistas y, sobre todo, frente a los terroristas. Habíamos ido juntos a Málaga al entierro del concejal del PP José María Martín Carpena, asesinado por ETA, y recuerdo su desconsuelo. Lo que me quería decir y me dijo es que Nicolás había tenido que dimitir de sus cargos en el Partido Socialista del País Vasco por no estar de acuerdo con las órdenes que venían de Ferraz de acabar con las buenas relaciones con el PP. Dicho en cristiano, a Redondo Terreros le habían echado. También me anuncia que será Patxi López su sustituto y Jesús Eguiguren el cerebro de la nueva línea que va a tomar su partido. Desde ese mismo momento, y en contra del Pacto Antiterrorista, Eguiguren inició sus contactos y negociaciones con la cúpula de ETA.

Patxi López tiene en común con Nicolás que los dos son hijos de dos sindicalistas de la UGT clandestina de tiempos de Franco. Pero ahí se acaban los parecidos porque Patxi carece de formación académica y todos sus sueldos —algunos muy suculentos— los ha ganado de la política, mientras que Nicolás es un abogado, formado en la Universidad de Deusto y que, a partir de aquella primera expulsión, ha sido muy capaz de ganarse la vida y, por consiguiente, tener libertad para decir lo que piensa y no lo que le mandan decir.

¿Qué había pasado para que el Zapatero que conocí en el 2000, el que apoyó la unión de populares y socialistas frente al nacionalismo, unos meses después echara a Nicolás para colocar a un indocumentado como López y a un condenado en firme por maltrato a su mujer como Eguiguren?

Hay quien dice que el cambio de actitud de Zapatero vino provocado por el famoso artículo de Cebrián en El País a los pocos días de aquellas fallidas elecciones de mayo de 2001, «El discurso del método», en el que criticaba esa unión y se mostraba partidario de que el PSOE siguiera cultivando las relaciones con el PNV. Tesis que luego desarrolló junto a Felipe González en el libro El futuro no es lo que era, publicado en octubre de 2001, en el que, además, acusan a Zapatero de blandura en sus relaciones con el PP, afirman que en el PP hay muchos restos de franquismo y abogan por llevar a cabo una revisión de la historia para denunciar los crímenes de Franco.

No sé qué es lo que llevó a Zapatero a cambiar de actitud, pero, sí sé que, desde aquellas Navidades de 2001 hasta hoy, no ha parado de profundizar en esas líneas y con él, su sucesor Sánchez. Que está llevando esos principios hasta el final. Por eso no le tiembla el pulso a la hora de expulsar a Nicolás, seguro de que en el PSOE no se va a mover ni una mosca porque están todos en la nómina que él, desde su poder absoluto, les ha concedido.

P.S. Al recordar todo esto me he vuelto a encontrar con el nombre de Eguiguren, que es, en sí mismo, una enmienda a la totalidad de todas esas llamadas feministas que han colaborado con el PSOE sin exigir que lo expulsaran del partido por maltratador. Es muy sintomático de lo que estamos viviendo que el PSOE hoy esté feliz con un maltratador en sus filas y expulse a una persona que defiende el espíritu de reconciliación de la Transición y de la Constitución de 1978. Es lo que hay.

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