THE OBJECTIVE
Jose María Calvo-Sotelo

La IA al rescate de Funes el memorioso

«La eclosión de la inteligencia artificial (IA) nos aboca a los vértigos y sinsentidos que produce la sensación de lo infinito»

Opinión
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La IA al rescate de Funes el memorioso

Inteligencia artificial. | Alejandra Svriz

Ireneo Funes, protagonista de una de las Ficciones de Borges, aseguraba que «sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de 1882». Funes «no solo recordaba cada hoja de cada árbol, de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado». Borges hila aún más fino en la composición de su personaje de ciencia ficción cuando añade: «una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo […] son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro». Y llevando la ficción hasta sus últimas consecuencias, sentencia: «Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar», que «era casi incapaz de ideas generales, platónicas».

Tan temprano como en 1942, y en apenas unas páginas, Borges se inventa un personaje que refleja tantas de las características que hoy asignamos a los Large Language Models (LLM) que forman la base de la inteligencia artificial generativa. Los viejos del lugar nos cuentan cómo el gran despegue de la IA generativa se produjo en 2012 con un cambio de hardware (las GPU de Nvidia) y un remozado algoritmo que entrenaba a los modelos de visión artificial en el reconocimiento de millones de imágenes. Los LLM de hoy se entrenan igual que se entrenaban aquellos modelos, solo que con miles de millones de líneas de texto en lugar de imágenes: a cada palabra el LLM asigna uno o varios tokens, que no es más que un código numérico. Funes tenía dos proyectos, «insensatos» pero de «balbuciente grandeza», que no pudo llevar a cabo: «un vocabulario infinito para la serie natural de los números [y] un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo». Gana en grandeza y sinsentido la pretensión de Funes de hacerlo al revés: asignar a cada número una sucesión de palabras. Pero Borges no podía dejar que el verbo se supeditara al número. Con razón, el malogrado Funes concluía que sus dos proyectos eran «inútiles», que «la tarea era interminable» y que «en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez». Funes el memorioso tendría hoy muchos interlocutores virtuales con los que intercambiar imágenes y experiencias, que seguramente le podrían echar una mano en su tarea interminable.

La capacidad de Borges para asomarse al infinito, a sus vértigos y sinsentidos, es incomparable. Así lo vemos también en otro capítulo de sus Ficciones, la Biblioteca de Babel (1941), biblioteca que es una sucesión infinita de galerías hexagonales que contenían todos los libros posibles, aunque la mayoría de ellos de «naturaleza informe y caótica». Sin embargo, escondida entre tanto caos, la biblioteca podría contener el «libro total», «un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás». Ante tales noticias, «la primera impresión fue de extravagante felicidad» entre la comunidad de bibliotecarios. Pero vuelve a sentenciar Borges: «hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos», pero «nadie espera encontrar nada» entre la enormidad informe y caótica de la biblioteca. Al bibliotecario del cuento solo le queda rogar a los dioses que un hombre – «¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!» – haya al menos examinado y leído el libro total.

«Con el advenimiento de Chat GPT y de todos los demás LLM, estamos empezando a emular esa Biblioteca de Babel, seguramente caótica pero llena de tesoros a la vez»

Con el advenimiento de ChatGPT y de todos los demás LLM, estamos empezando a emular esa Biblioteca de Babel, seguramente caótica pero llena de tesoros a la vez. Hemos creado la máquina más poderosa de producción de palabra escrita, aunque, hoy por hoy, los LLM se limiten a «predecir» la siguiente palabra en la secuencia de texto que están «generando». La calidad de esta predicción, y por tanto de cada texto final, será tanto mejor cuanto mayor sea su base estadística sobre los millones de maneras en que se relacionan unas palabras con otras – lo que en la jerga del sector se denomina attention mechanism. Por eso hablamos de «entrenar» estos modelos con la mayor cantidad de textos posible, entrenamiento y aprendizaje que puede durar muchos meses. ¿No soñarían los desesperados bibliotecarios de Borges con un LLM bien entrenado en los libros de su biblioteca que les separara el grano de la paja? 

La eclosión de la inteligencia artificial nos acerca también a los vértigos y sinsentidos que produce la sensación de lo infinito. Pero también es cierto que la desesperanza de Ireneo Funes o del bibliotecario de Babel frente a la enormidad o la inutilidad de sus proyectos de pronto se encuentra con un aliento nuevo. Quizá a partir de ahora ya no se tratará tanto del tamaño de nuestros empeños como de su utilidad o de su balbuciente grandeza, como dice Borges. Y qué decir sobre la posibilidad de que, a diferencia del pobre Funes que «era casi incapaz de ideas generales, platónicas», estos LLM de hoy, que sólo nos imitan, aunque a gran escala, qué decir si llegaran a ser capaces de pensar, de alcanzar eso que llamamos la Inteligencia Artificial General y de superar la inteligencia humana. Quizá entonces se asomarán al infinito y les dará tanto vértigo como a nosotros.

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