THE OBJECTIVE
Aloma Rodríguez

El explorador de la condición humana

Durante mucho tiempo, Philip Roth (Newark, 1933 – Nueva York, 2018) escribió de pie. Empezó a hacerlo así porque le dolía la espalda. Luego descubrió que le permitía pasear y desatascarse cuando no conseguía la frase, el párrafo o la palabra que buscaba. Lo hacía de espaldas a la ventana, para no distraerse. Después, solo podía estar de pie la mitad del tiempo que dedicaba a su escritura. Después, anunció que dejaba de escribir. Para The Economist, el detalle de que Roth escribía de pie es más importante que el hecho de ser judío o de haber nacido en Nueva Jersey: “Hay páginas de su trabajo donde la vitalidad irreprimible de su escritura parece brillar como si estuviera cargada con algún tipo de incandescencia existencial: la gran y persistente pregunta de sus novelas no es menos ni más que: ¿qué demonios creen que hacen los seres humanos aquí en la Tierra?”.

Zibaldone
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El explorador de la condición humana

Durante mucho tiempo, Philip Roth (Newark, 1933 – Nueva York, 2018) escribió de pie. Empezó a hacerlo así porque le dolía la espalda. Luego descubrió que le permitía pasear y desatascarse cuando no conseguía la frase, el párrafo o la palabra que buscaba. Lo hacía de espaldas a la ventana, para no distraerse. Después, solo podía estar de pie la mitad del tiempo que dedicaba a su escritura. Después, anunció que dejaba de escribir. Para The Economist, el detalle de que Roth escribía de pie es más importante que el hecho de ser judío o de haber nacido en Nueva Jersey: “Hay páginas de su trabajo donde la vitalidad irreprimible de su escritura parece brillar como si estuviera cargada con algún tipo de incandescencia existencial: la gran y persistente pregunta de sus novelas no es menos ni más que: ¿qué demonios creen que hacen los seres humanos aquí en la Tierra?”.

Philip Roth obtuvo todos los premios y reconocimientos… le faltó el Nobel.

Roth obtuvo todos los premios y reconocimientos (Pulitzer, National Book Award –dos veces–, PEN/Nabokov Award y PEN/Saul Bellow Award, la Medalla de Oro de Narrativa y la Medalla Nacional de las Artes y las Letras de la Casa Blanca). La Library of America publicó su obra en una edición completa y definitiva y se convirtió en el tercer escritor en formar parte de la colección en vida junto con Eudora Welty y Saul Bellow. Le faltó el Nobel, pero como ha escrito Daniel Gascón, eso “no dice nada de su obra: solo habla mal de la Academia sueca”.

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Barack Obama entrega a Philip Roth la Medalla Nacional de Humanidades en 2011. | Foto: MARK WILSON / GETTY IMAGES NORTH AMERICA / AFP

 

Llegué a Philip Roth desde Martin Amis: El libro de Rachel me había gustado tanto que mi hermano mayor me recomendó El lamento de Portnoy, con el Roth que alcanzó el éxito comercial y el escándalo. Aunque ya su primer libro, Goodbye Columbus, le había valido reprobaciones de rabinos. Yo era adolescente y no entendía bien todo lo que contaba, pero me parecía tremendamente divertido y transgresor, no solo por las masturbaciones constantes del protagonista, Alexander Portnoy –el único espacio en el que se libraba de su invasiva madre: le pedía examinar las heces para comprobar que no había comido nada no judío–, sino sobre todo por la manera en que estaba escrito. No sabía que se podía escribir así, con esa libertad y esa energía, con tacos y anécdotas y reflexiones: en el monólogo se mezclaba todo, pero todo tenía un sitio y cumplía una función, al menos narrativamente. ¿Cómo podía ser tan divertido y tan triste a la vez? Después leí Mi vida como hombre: me impresionó mucho la historia de la mujer que compra una muestra de orina a una embarazada, así consigue que el protagonista se case con ella, con la promesa del aborto. No sabía que estaba basado en su matrimonio con Margaret Martinson. Hasta ese momento, creo que solo me había atrapado así, hasta atenazarme físicamente (por diferentes razones) una escritora: Patricia Highsmith. Quedé para siempre rendida a los encantos de su literatura en cualquiera de los géneros que decidiera emprender (sátira, comedia, entrevistas), y sobre cualquier tema que decidiera abordar. La serie de Zuckerman me cautivó desde la primera, La visita al maestro, también Operación Shylock o Patrimonio, el conmovedor relato sobre la enfermedad y muerte de su padre, Herman Roth.

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‘El oficio’, de Philip Roth. | Foto: Debolsillo

Philip Roth no desdeñaba ningún tema: el judaísmo, el macartismo, el puritanismo y la corrección política, el sexo, por supuesto, pero también la enfermedad, Israel, la relación entre la realidad y la ficción, la distopía o los malos matrimonios. Tampoco ocultaba nada: “La literatura no es un concurso de belleza moral”. Pero Roth no solo ha sido un gran novelista, con un lugar propio en el reino de los grandes judíos, al lado de sus admirados Saul Bellow y Bernard Malamud, también fue un gran curioso. Zadie Smith ha contado que conoció a Roth cuando ya había dejado de escribir y que entonces solo leía. Estaba interesado en la historia americana, sobre todo acerca de la esclavitud. Publicó un libro maravilloso de entrevistas, El oficio. Un escritor, sus colegas y sus obras, con conversaciones con Primo Levi, Aaron Applefeld, Ivan Klíma, Edna O’Brien, Milan Kundera, Bashevis Singer sobre Bruno Schulz, y textos sobre Malamud, Philip Guston y Bellow.

Se pasó treinta años tratando de desmentir la identificación milimétrica con sus protagonistas, sobre todo con Zuckerman. Motivado en parte por eso escribió Los hechos, al salir de una depresión. En un juego de espejos, la novela se presenta como un manuscrito dirigido al mismísimo Zuckerman. Escribe: “Empecé, de modo totalmente involuntario, a enfocar prácticamente toda mi atención despierta en los mundos de que me había mantenido alejado durante decenios, recordando por dónde había empezado yo y cómo había empezado todo”. Así surge este libro en el que el autor vuelve a cinco episodios fundamentales de su vida, que van desde su infancia hasta los años sesenta. Pienso si ese error de identificarlo con los protagonistas de sus novelas se debe en parte a que se le ve como un personaje de película de Woody Allen, como si fuera el Harry de Desmontando a Harry.

Dice Zadie Smith que Roth siempre decía la verdad, su verdad, “a través del lenguaje y de la mentira”.

Dice Zadie Smith que Roth siempre decía la verdad, su verdad, “a través del lenguaje y de la mentira, los dos motores del vergonzoso corazón de la literatura”. Puede que por eso escribiera una carta abierta a Wikipedia, después de que se negaran a cambiar la entrada sobre La mancha humana, donde decían que el protagonista estaba basado en el escritor Anatole Broyard. Wikipedia le respondió que, aunque era una fuente de autoridad puesto que era el autor, necesitaban “fuentes secundarias”.

Frente a una idea malentendida y tergiversada, la literatura de Philip Roth no está marcada por el hecho de ser hombre, ni siquiera por el hecho de ser judío, está marcada por la curiosidad que le producía la condición humana: la fragilidad, el deseo, la decadencia y la muerte, también las relaciones, claro, y la pertenencia al grupo. Philip Roth, que era un gran nadador, era un escritor físico en muchos sentidos, en el de la preocupación por la materialidad del cuerpo humano, pero también su escritura tiene algo vivo, enérgico, físico. Sus libros son arriesgados y se adentran en las zonas grises, donde no es tan fácil identificar a los buenos porque en la vida las cosas pasan así: todos tenemos un poco de héroes y de villanos.

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