THE OBJECTIVE
Juan Marqués

Ida Vitale: Túneles nuevos

La lectura de los versos de Ida Vitale es una experiencia confortable e incómoda a un tiempo, porque nos lleva a sitios desconocidos…

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Ida Vitale: Túneles nuevos

Se puede ser rebelde y amable a la vez, se puede ser humilde y valiente a un tiempo, insolente y educada, simpática y meditativa, fina y descarada, exquisita y gamberra… Ida Vitale es todo eso, y también ha demostrado que el sintagma “poeta extrovertida” no es necesariamente un oxímoron. Hace exactamente una década, en octubre de 2018, pasó un mes con nosotros en la Residencia de Estudiantes, y fue, gracias a ella, uno de los mejores meses de aquellos años. Una vez subíamos desde Casa de América hasta la Residencia en autobús, con algunos otros amigos, y son inolvidables sus carcajadas al ver que el centro de la plaza de Gregorio Marañón está presidido por la estatua ecuestre de un general: “Tendrían que cambiarle la espada por un termómetro”, decía (y ahora, escribiendo esto, reparo en que no deja de tener su gracia que el autobús que lleva hasta la Residencia sea, precisamente, el 27…).

La lectura de los versos de Ida Vitale es una experiencia confortable e incómoda a un tiempo

Pero a Ida Vitale, nacida en Montevideo en 1923, no le han concedido el Premio Cervantes por su arrolladora simpatía o por su admirable jovialidad (no sé ahora, pero en aquella época aún subía los escalones saltando de dos en dos), sino por la inatacable calidad de su poesía, una obra de más de quince libros que, desde su debut en La luz de esta memoria (1949), siempre fueron respetuosa pero sonrientemente indóciles a las “obligaciones” estéticas de cada temporada. “Poesía ceñida y necesaria”, la calificó Julio Cortázar a raíz del libro Oidor andante (1972), pero es también juguetona, eufónica, libérrima. Setenta años de lectura, reflexión y creación poética han dado frutos extraordinarios que en los últimos años se han visto espectacularmente reconocidos en nuestro país ganando de modo casi consecutivo el Premio Federico García Lorca en 2015, el Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía en 2016, y ahora el “premio gordo” de la literatura en español (un premio tan rompedor como ella misma, pues dinamita por fin esa clásica y un tanto tonta alternancia en el palmarés entre escritores españoles y americanos).

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Ida Vitale en su casa en Montevideo, Uruguay. | Foto: Matilde Campodonico/AP

Si el poeta sueco Wolf Biermann creía que «sólo quien cambia es fiel a sí mismo», Ida Vitale ha sabido ver en su poema Proteo que “lo veraz es el cambio”, y tal vez eso explique que, cada vez que se ha reeditado su poesía (la última en la editorial Tusquets, en mayo del año pasado, organizada por Aurelio Major), ella haya ido rectificando cosas menudas, alguna palabra, un blanco, un salto… o como mucho descartando un poema completo, pero sin entrar en grandes correcciones, sin alterar sustancialmente lo suscrito décadas atrás, evitando sabiamente “infiltrar el estilo de hoy entre el aprendizaje de ayer, práctica que tiende a reordenar la pequeña historia literaria para uso de distraídos”, según afirmó en una entrevista ya en 1993. ¿Para qué hacerlo si “La vida te ha ofrecido / imprevistas derivas, / el riesgo de excavar, / topo, túneles nuevos”?

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La poeta firma uno de sus libros en la conferencia inaugural de FILBA en el Centro Cultural de España en Montevideo, Uruguay. | Foto: Matilde Campodonico/AP

Hay algo netamente szymborskiano en pensar de las gotas en un cristal que “acaban de dejar de ser la lluvia”, o de prevenir a los poetas del excesivo amor por las palabras, pues “un breve error / las vuelve ornamentales”… Consciente del lenguaje, alérgica a los tópicos de todo tipo, poco dispuesta a escribir cosas consabidas o recorrer sendas trilladas, Vitale destaca por haber ofrecido una variante muy particular de esa tendencia clásicamente hispanoamericana de reinventar el idioma, de proponer neologismos certeros, estructuras audaces pero justificadas por expresivas. Vitale, por aquello de los exilios y de otras circunstancias personales, ha vivido a veces dislocada, pero jamás ha ocupado en su poesía un lugar indebido o ajeno. Ella supo desde muy joven lo que quería hacer, y lo ha ido haciendo. Instruida por José Bergamín, jaleada por Juan Ramón Jiménez, rodeada por los brillantes escritores uruguayos de su generación, Vitale destaca por el sabio desparpajo con el que ha ido tejiendo una obra, sin embargo, profunda, inteligible pero no fácil, accesible pero exigente. Y sí, siempre bienhumorada y a menudo bromista, pero una vez bien entendido que llegaron momentos en que “la risa se puso seria”.

Vitale destaca por haber ofrecido una variante muy particular de esa tendencia clásicamente hispanoamericana de reinventar el idioma

Hay quienes llegan a la poesía por malentendidos, o por traumas, o hasta por error, y otros por necesidad, por hambre, por rabia, por amor, por orgullo… En el caso de Ida Vitale la vocación es tan rotunda que casi se puede ver, como una capa. A veces, por torpeza o por pura comodidad, llamamos “metapoesía” a lo que simplemente es poesía consciente de sí misma, teñida de tradición pero volcada al futuro, poesía hecha de lecturas y de estratos que no desea imitar a nada, poesía de quien ha aprendido a no querer enseñar, sólo descubrir. La lectura de los versos de Ida Vitale es una experiencia confortable e incómoda a un tiempo, porque nos lleva a sitios desconocidos con palabras amistosas y cotidianas, porque nos revela cosas nuevas con la actitud de quien te cuenta algo que le acaba de suceder, como sin pretensiones pero impactando, sabiendo que “lo importante está debajo de las superficies […[ Por eso escarba, escarba donde se le abra un espacio libre, donde pueda alcanzar un brazo de suelo sin árboles, sin casas, sin cáscara” (como escribió en 2005 en El ABC de Byobu).

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Ida Vitale se ha convertido en la quinta mujer reconocida con el Premio Cervantes, el principal premio literario en español. | Foto: Matilde Campodonico/AP.

Una sola anécdota más: un día de 2010 andaba yo de nuevo por la recepción de la Residencia de Estudiantes, en días en que Vitale, tan visitante de España, andaba de nuevo por allá. Y la poeta apareció por el vestíbulo porque la avisaron de que acababa de recibir un paquete desde Valencia, remitido por la editorial Pre-Textos: dentro había ejemplares flamantes del libro Mella y criba, recién publicado por la editorial valenciana, y Vitale, lejos de mostrarse acostumbrada a esas cosas, se puso contentísima, y de nuevo se reía: “Volver a publicar en esta colección le vendrá muy bien a mi currículum”, exclamó. Tenía ochenta y siete años. Ahora, a los noventa y cinco años, este Premio Cervantes le garantiza un gran futuro.

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