«Los jóvenes parecen tener los primeros síntomas de agotamiento electoral (…) y no es una buena noticia para Podemos»
En la vida, uno puede ser objeto de ardorosas pasiones capaces de congregar a las masas o del odio más encendido, que siempre doblega y paraliza al enemigo. Puede caer en gracia, como un cómico bendecido, o puede suscitar antipatías, como un villano de cine. Lo que no se puede es dar pena.
«¿Cómo he llegado hasta aquí?», se repetía el protagonista de Once in a Lifetime, una de las más redondas canciones de Talking Heads, al verse atrapado en una vida burguesa de la que ya no puede escapar. Y la misma pregunta se estará haciendo ahora el PSOE, desgarrado internamente tras haber sido bendecido en dos elecciones consecutivas con la capacidad de decidir sobre la formación de gobierno. Bien es verdad que se trataba de una bendición amarga: podía decidir e influir, pero difícilmente liderar. Porque para liderar había de pactar con un nacionalismo catalán radicalizado, además de con un Podemos empeñado en fagocitarlo. De ahí que el socialismo haya venido negando psicológica y afectivamente una realidad desagradable: la necesidad de entenderse con su archirrival conservador. Pero la realidad, como la banca en los casinos, gana siempre.