Pocas confusiones tan extendidas como la que asocia la aparición del lucro y el interés propio con el capitalismo. El concepto funciona como si fuera el comodín tácito del público, ese recurso facilón del que tirar cuando te atascas en cualquier intento de explicación de la realidad. Parece preferible socialmente sacar ese espantapájaros que alegar, humildemente, desconocimiento. Sin embargo, un vistazo al pasado no nos enseña ninguna arcadia feliz habitada por ningún buen salvaje. Desde las sociedades de cazadores-recolectores hasta bien entrado el siglo XX, pasando por los sistemas de castas o los regímenes feudales, el mundo ha sido un fango celiniano donde ha imperado, de una forma u otra, la ley del más fuerte, la selección natural más descarnada.