«La decadencia de Occidente no es un destino, sino un reto que hay que afrontar. Y ello exige recuperar aquel espíritu aventurero que se encuentra en el origen mismo de nuestra civilización»
«El retorno del populismo tiene que ver con esta pérdida. Buscamos desesperadamente una identidad que nos ayude a echar raíces, aunque sea –¡ay!– expulsando a los demás»
«Puede que me guste y lo haya convertido en una especie de rito porque nunca me ha salido mal, porque siempre funciona, porque encuentro ahí un asidero»
«El objetivo de estos insensatos es convertir una estupidez en particular en una verdad absoluta e irrefutable»
Cada vez que pienso en los toros, cuando se me pide que piense en los toros, noto que en mi ruedo mental me voy desprendiendo. Y debo resaltar lo de “cuando se me pide”, porque por mi cuenta no suelo pensar en los toros: es una preocupación secundaria en mi vida. Se me pidió también el verano pasado y percibo que me he alejado más. Todavía no defiendo la prohibición, pero ya no peleo con quienes la defienden. Hace solo cuatro años me recuerdo discutiendo acaloradamente con una amiga por las calles de Lisboa y ese ya no soy yo.
La medicina moderna es una de las seis killer-apps civilizatorias – lo que podríamos traducir por “seis aplicaciones demoledoras”- identificadas por el polémico Niall Ferguson en su obra Civilización. Occidente y el resto (Debate). Los desarrollos médicos y las mejoras sanitarias son una ardua conquista de siglos que jamás deberíamos tirar por la borda. No podemos entender quiénes somos ahora sin estos avances. Y es que los múltiples cambios vividos en el ámbito de la salud pública desde finales del siglo XIX han permitido que se duplicara la esperanza de vida humana y se transformara nuestra forma de mirar la realidad.
La lectura nos ayuda a redescubrir el rostro oculto de la suavidad. Acudamos a la etimología: suavitas en latín significa dulzura. Se diría que es suave la vida civilizada, el diálogo pausado, la penumbra de las casas burguesas, la serena alegría de los conciertos de Mozart, la pintura holandesa, el bodegón español. Es suave la luz pura del gótico cisterciense, el preciso orden de las columnatas griegas y los pliegues en mármol de una escultura de Miguel Ángel. Es suave Bach, pero no Beethoven; los lamentos isabelinos de Dowland, pero no las trompas wagnerianas. La suavidad puede ser la condición lejana de un eco, tan distante que sólo se percibe en forma de confort. El bienestar, la calma, la seguridad de un hogar, el tranquilo ajetreo de los comercios: todo esto constituye la fotografía amable de la barbarie, un negativo en color. El escritor Pascal Quignard lo explica in extenso. Al afilado estilete de su inteligencia me remito en este artículo. A Pascal Quignard le gusta invocar el abismo y conducirnos hacia él. En uno de sus textos cita a Lucrecio: «Es suave –escribe Tito Lucrecio Caro– cuando los vientos azotan el vasto mar, contemplar desde la orilla la desgracia del prójimo». Y prosigue el filósofo romano: «Es suave además asistir sin riesgo a los grandes combates de la guerra y contemplar desde lo alto las batallas en línea en las planicies». Es suave, se diría, habitar lejos del peligro.
Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional, tiene ya el programa con el que quiere ser la primera presidenta de Francia de la Historia. Éste incluye las siguientes medidas:
Empieza a ser habitual que la muerte de una persona famosa levante una marejada de insultos e improperios en las redes sociales. No tiene la crueldad, en principio, nada de novedoso, salvo por el medio por el cual se propaga, lo que la hace más visible y acaso más contagiosa. El justamente llamado trol, perito en broncas y por lo común ignaro, es una expresión más del lado oscuro de internet, junto con la proliferación de embustes capaces de alterar el curso político de países enteros, y la generación de «cámaras de eco», donde se escucha sólo la reverberación venenosa de los prejuicios propios. Pero no sólo la red se llena de montaraces. El mundo físico es un lugar también cada vez más desabrido. Y para combatir la fealdad ideológica que entenebrece el siglo, se me ocurre que quizá sea hora de defender, en una audaz maniobra subversiva, la olvidada virtud de la amabilidad.